miércoles, 29 de mayo de 2013

Diferentes órdenes de Espíritus

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Capitulo I: MUNDO ESPIRITISTA O DE LOS ESPIRITUS

96.¿Son iguales unos a otros los Espíritus o, por el contrario, existe entre ellos una jerarquía?
  • Son de diferentes órdenes, conforme al grado de perfeccionamiento que han alcanzado.
97.¿Hay entre los Espíritus un número determinado de órdenes o grado de perfección?
  • Su número es ilimitado, porque no existe entre tales órdenes una línea de demarcación trazada como una barrera, de manera que es posible multiplicar o restringir a voluntad las divisiones. Con todo, si se consideran los caracteres generales, se puede reducir la cantidad a tres órdenes principales.
Es posible ubicar en la primera categoría a aquellos que han llegado a la perfección: los Espíritus puros. Los del segundo orden han alcanzado la mitad de la escala: la preocupación de éstos es el deseo del bien. Los del último grado se hallan aún en lo bajo de la escala: son los Espíritus imperfectos. Se caracterizan por la ignorancia, el deseo del mal y todas las malas pasiones que retrasan su desarrollo.
 
98.Los Espíritus del segundo orden, ¿tienen sólo el deseo del bien, o poseen asimismo el poder de hacerlo?
  • Tienen ese poder, de acuerdo con su grado de perfección. Los unos poseen la ciencia, los otros la sabiduría y la bondad, pero todos ellos han de sufrir pruebas aún.
99.Los Espíritus del tercer orden, ¿son todos esencialmente malvados?
  • No, los hay que no hacen ni bien ni mal. Otros, por el contrario, se complacen en el mal y se hallan satisfechos cuando encuentran ocasión de practicarlo. Están, después, los Espíritus frívolos o traviesos, más revoltosos que ruines, que disfrutan más bien con los enredos que con la maldad y encuentran placer en engañar y causar pequeñas contrariedades, las que los divierte.

VI.- Escala Espírita

100. Observaciones preliminares.- La clasificación de los Espíritus se basa sobre su grado de adelanto, las cualidades que han adquirido y las imperfecciones de que han de despojarse todavía. Por lo demás, esa clasificación no tiene nada de absoluto. Cada categoría representa un carácter definido sólo en su conjunto. Pero de un grado al siguiente la transición es imperceptible y en los límites de los grados el matiz se esfuma, igual que en los reinos de la Naturaleza, del modo que ocurre con los colores del arco iris e incluso con los diferentes períodos de la vida humana. En consecuencia, se puede concebir una cantidad más o menos grande de clases, según sea el punto de vista desde el cual se enfoque la cuestión. Ocurre aquí lo que en todo sistema de clasificación científica: pueden ser más o menos completos y más o menos racionales y cómodos para la inteligencia, pero, sean como fueren, no alteran en nada el fondo de la ciencia. Por tanto, los Espíritus interrogados acerca de este punto han podido diferir en el número de categorías, sin que de ello pueda extraerse mayor transcendencia. Se ha reparado en esta contradicción aparente, sin reflexionar en el hecho que los Espíritus no otorgan importancia ninguna a lo que es puro convencionalismo. Para ellos, el pensamiento significa todo. Dejan a nuestro arbitrio la forma, la elección de los términos, las clasificaciones; en suma, los sistemas.

Por regla general, los Espíritus admiten tres categorías principales u otras tantas grandes divisiones. En la última, la que está al pie de la escala, se hallan los Espíritus imperfectos, caracterizados por el predominio de la materia sobre el espíritu y la tendencia al mal. Los de la segunda, en cambio, se distinguen por el predominio del espíritu sobre la materia y por el deseo de realizar el bien: éstos son los Espíritus buenos. Y la primera comprende a los Espíritus puros, aquellos que han alcanzado el grado supremo de la perfección.
Tal división nos parece completamente racional y presenta caracteres bien definidos. Sólo nos restaba, entonces, hacer resaltar, por medio de un número suficiente de subdivisiones, los matices principales del conjunto. Y es lo que hemos hecho con ayuda de los Espíritus, cuyas bondadosas instrucciones no nos faltaron jamás.

VII.- Tercer orden: Espíritus imperfectos
101. Caracteres generales.- Predominio de la materia sobre el espíritu. Tendencia al mal. Ignorancia y orgullo, egoísmo y todas las malas pasiones que de él derivan. Tienen la intuición de Dios, mas no lo comprenden.
Sin embargo, no todos son esencialmente malos: en algunos de ellos hay más frivolidad, inconsecuencia y malicia que verdadera ruindad. Unos no hacen ni bien ni mal, pero sólo porque no realizan el bien denotan inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el mal y se sienten satisfechos cuando se les presenta oportunidad para hacerlo.
Pueden aliar la inteligencia a la ruindad o a la malicia. Pero, sea cual fuere su desarrollo intelectual, sus ideas son poco elevadas, y sus sentimientos, más o menos abyectos.
Tienen conocimientos limitados acerca de las cosas del Mundo Espírita, y lo poco que saben de ello se confunde con las ideas y prejuicios de la vida corporal. No pueden darnos de aquél sino nociones falsas e incompletas. Mas el observador atento encuentra a menudo, en sus comunicaciones –no obstante su imperfección-, confirmadas las grandes verdades que los Espíritus superiores enseñan.
El carácter de estos Espíritus se revela por el lenguaje que emplean. Todo Espíritu que en el transcurso de sus comunicaciones deje traslucir un pensamiento malo puede ser incluido en el tercer orden. En consecuencia, todo pensamiento malo que se nos sugiera proviene de un Espíritu de ese orden.
Ven la felicidad de los buenos y esta visión constituye para ellos un tormento incesante, porque experimentan todas las angustias que la envidia y los celos pueden producir.
Conservan el recuerdo y la percepción de los sufrimientos de la vida corporal y esa impresión es muchas veces más penosa que la realidad misma. Así pues, sufren de veras los males que han soportado y los que infligieron a los demás; y, como los padecen durante mucho tiempo, creen que han de experimentarlos siempre. Dios, para castigarlos, quiere que así lo crean.

Podemos dividirlos en cinco clases principales:
 
102. Décima clase: Espíritus impuros.- Son propensos al mal y éste constituye el objeto de sus preocupaciones. En cuanto Espíritus, dan consejos pérfidos, alientan la discordia y la desconfianza y adoptan todos los disfraces para engañar mejor. Se apegan a las personas de carácter lo bastante débil para ceder a sus sugestiones, y hacen esto a fin de empujarlas hacia su perdición, satisfechos de poder retrasar su progreso haciéndolas sucumbir ante las pruebas que sufren.

103. Novena clase: Espíritus frívolos.- Son ignorantes y maliciosos, tornadizos y burlones. En todo se meten y responden a todo, sin preocuparse de la verdad. Se placen en causar contrariedades o pequeñas satisfacciones, en urdir enredos o chismes, en inducir maliciosamente a error valiéndose de fraudes y picardías. A esta clase pertenecen los Espíritus vulgarmente designados como trasgos, duendes, gnomos o diablillos. Están bajo la dependencia de Espíritus superiores, quienes los emplean a menudo, como lo hacemos nosotros con nuestros servidores.

104. Octava clase: Espíritus pseudo-sabios.- Sus conocimientos son bastante extensos, pero creen saber más de lo que en realidad saben. Habiendo realizado algunos progresos desde diferentes puntos de vista, su lenguaje tiene un carácter serio, capaz de inducir a error respecto a su capacidad y a sus luces. Pero suele ser a menudo sólo un reflejo de los prejuicios e ideas sectarias de la vida terrena. Se trata de una mezcla de algunas verdades junto a los errores más absurdos, en medio de los cuales se transparentan la presunción y el orgullo, los celos y la terquedad de que no han podido despojarse.
 
105. Séptima clase: Espíritus neutros.- Éstos no son ni lo bastante buenos para realizar el bien ni lo suficientemente malos para practicar el mal. Se inclinan tanto hacia el uno como hacia el otro y no se elevan por encima del nivel vulgar de la humanidad, así en lo moral como en lo intelectual. Se apegan a las cosas de la Tierra, de cuyas groseras alegrías sienten nostalgia.
 
106. Sexta clase: Espíritus golpeadores y perturbadores.- Estos Espíritus no constituyen, propiamente hablando, una clase distinta, desde el punto de vista de sus cualidades personales: pueden pertenecer a todas las clases del tercer orden. Manifiestan a menudo su presencia sirviéndose de efectos perceptibles y físicos, tales como golpes, movimientos y desplazamientos anormales de cuerpos sólidos, agitación del aire, etcétera. Parecen apegados más que otros a la materia. Son los agentes principales de las vicisitudes de los elementos del globo, ya sea que operen en el aire o el agua, el fuego o los cuerpos duros, e inclusive en las entrañas mismas de la Tierra. Se reconoce que tales fenómenos no se deben a una causa fortuita y física cuando poseen un carácter intencional e inteligente. Todos los Espíritus pueden producir esos fenómenos, pero los elevados los dejan, por lo general, a cargo de los subalternos, más aptos estos últimos para las cosas materiales que para las de la inteligencia. Cuando los Espíritus elevados juzgan que ese tipo de manifestaciones son útiles, se valen de los subordinados como auxiliares para realizarlas.

VIII.- Segundo orden: Espíritus buenos
 
107. Caracteres generales.- Predominio del espíritu sobre la materia: deseo del bien. Sus cualidades y su poder para practicar el bien se hallan en relación con el grado a que llegaron. Unos tienen ciencia, otros sabiduría y bondad. Los más adelantados aúnan el saber a las cualidades morales. No estando aún desmaterializados por completo, conservan más o menos, según su rango, las huellas de la existencia corporal, ora en la forma de expresarse, ora en sus hábitos, en lo que incluso vuelven a encontrarse algunas de sus manías. De otro modo serían Espíritus perfectos.

Podemos dividirlos en cuatro grupos principales, a saber:
 
108. Quinta clase: Espíritus benévolos.- Su cualidad dominante es la bondad. Se placen en prestar servicio a los hombres y protegerlos, pero su saber es limitado: su progreso se ha realizado más en el sentido moral que en el intelectivo.

109. Cuarta clase: Espíritus sabios.- Lo que a éstos distingue en especial es la amplitud de sus conocimientos. Se preocupan menos de las cuestiones morales que de las científicas, para las cuales poseen más aptitudes. Pero sólo encaran la ciencia desde el punto de vista de la utilidad y no mezclan con ella ninguna de las pasiones que caracterizan a los Espíritus imperfectos.

110. Tercera clase: Espíritus sensatos.- Las cualidades morales del orden más elevado constituyen el carácter que los distingue. Sin poseer conocimientos muy vastos, se hayan dotados de una capa-cidad intelectual que les provee de un juicio sano acerca de hombres y cosas.

111. Segunda clase: Espíritus superiores.- Reúnen ciencia, sabiduría y bondad. Su lenguaje sólo trasunta benevolencia. Es siempre digno y elevado, y a menudo sublime. Su superioridad los hace –más que a los otros- aptos para impartirnos las nociones más justas sobre las cosas del mundo incorpóreo, dentro de los límites de lo que es permitido al hombre conocer. Se comunican de buen grado con aquellos que buscan la verdad con fe sincera y cuya alma está lo bastante desembarazada de los vínculos terrenos para comprender esa verdad. Pero se alejan de aquellos otros que sólo son movidos por la curiosidad, o a quienes la influencia de la materia aparta de la práctica del bien.
Cuando, por excepción, encarnan en la Tierra, es para cumplir en ella una misión de progreso, y nos ofrecen entonces el tipo de perfección al cual puede la humanidad aspirar en este mundo.

IX.- Primer orden: Espíritus puros
 
112. Caracteres generales.- A estos Seres la influencia de la materia no los conturba. Superioridad intelectiva y moral absoluta, son las características distintivas que tienen con los Espíritus de los otros órdenes.
 
113. Primera y única clase.- Han recorrido todos los peldaños de la escala y se han despojado de la totalidad de las impurezas de la materia. Habiendo alcanzado el máximo de perfección de que es susceptible la criatura, no han de sufrir más pruebas ni expiaciones. Como no se hallan ya sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, les corresponde la vida eterna en el seno de Dios.
Gozan de una dicha inalterable, por cuanto no están sujetos a las necesidades ni a las vicisitudes de la vida material, pero esa felicidad no es en modo alguno la de una ociosidad monótona vivida en perpetua contemplación. Son los mensajeros y ministros de Dios, cuyas órdenes ejecutan para el mantenimiento de la armonía universal. Dirigen a todos los Espíritus que son inferiores a ellos, ayudándoles a perfeccionarse y asignándoles su misión. Asistir a los hombres en su desconsuelo, incitarlos al bien o a la expiación de las faltas que los alejan de la ventura suprema, es para ellos una grata labor. A veces son designados con los nombres de ángeles, arcángeles o serafines.
Pueden los hombres entrar en comunicación con ellos, pero muy presuntuoso sería quien pretendiera tenerlos constantemente a su disposición.

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