martes, 21 de mayo de 2013

¿Es necesario el dolor?

El Problema del Ser y del destino

León Denis

Tercera Parte: LAS POTENCIAS DEL ALMA

XXVI: EL DOLOR

..."A las almas débiles, la enfermedad enseña la paciencia, la sabiduría, el gobierno de sí mismas. A las almas fuertes puede ofrecerles compensaciones de ideal, dejando al Espíritu el libre vuelo de sus aspiraciones hasta el punto de olvidar los sufrimientos físicos.

La acción del dolor no es menos eficaz para las colectividades que para los individuos. ¿No fue gracias a él que se constituyeran los primeros grupos humanos? ¿No fue la amenaza de las fieras, del hambre, de los flagelos que obligó al individuo a buscar a su semejante para asociársele? Fue de la vida común, de los sufrimientos comunes, de la inteligencia y labor comunes que salió toda la Civilización, con su arte, ciencia e industrias!
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El sufrimiento, por su acción química, tiene siempre un resultado útil, y ese resultado varía infinitamente según los individuos y su estado de adelantamiento. Perfeccionando nuestro envoltorio material, se da más fuerza al ser interior, más facilidad para desapegarse de las cosas terrenas. En otros, más adelantados en su grado de evolución, actuará en el sentido moral. El dolor es como un ala dada al alma esclavizada por la carne para ayudarla a desprenderse y a elevarse más alto.
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El primer movimiento del hombre infeliz es revelarse ante los golpes de la suerte. Más tarde, sin embargo, después de que el Espíritu haya subido la ladera y cuando contempla el escabroso camino recorrido, el desfiladero movedizo de sus existencias, es con un enternecimiento alegre que se recuerda de las pruebas, de las tribulaciones con cuyo auxilio pudo alcanzar la cima.
Si en las horas de prueba, supiésemos observar el trabajo interno, la acción misteriosa del dolor en nosotros, en nuestro "yo", en nuestra conciencia, comprenderíamos mejor su obra sublime de educación y perfeccionamiento. Veríamos que él hiere siempre la cuerda sensible. La mano que dirige el cincel es la de un artista incomparable, no se cansa de trabajar, mientras no haya redondeado, pulido, desbastado las aristas de nuestro carácter. Para eso volverá tantas veces a la carga cuantas sea necesario. Y bajo la acción de los martillazos repetidos, forzosamente la arrogancia y la excesiva personalidad han de caer en este individuo; la apatía, la pereza y la indiferencia desaparecerán en otro; la dureza, el cólera y el furor, en un tercero. Para todos tendrá procesos diferentes, infinitamente variados según los individuos, pero en todos actuará con eficacia, de modo a provocar o desarrollar la sensibilidad, la delicadeza, la bondad, la ternura, a hacer salir de las dilaceraciones y de las lágrimas alguna cualidad desconocida que dormía silenciosa en el fondo del ser o sino una nobleza nueva, adorno del alma, para siempre adquirida.
El alma cuanto más sube, crece, se hace más bella, se espiritualiza y el dolor se vuelve sutil. Los malos precisan de numerosas operaciones como los árboles de muchas flores para producir algunos frutos. Sin embargo, cuanto más el ser humano se perfecciona, más admirables se tornan en él los frutos del dolor. Las almas gastadas, mal desbastadas, le tocan los sufrimientos físicos, los dolores violentos; a las egoístas, a las avarientas les han de caber las perdidas de fortuna, las negras inquietudes, los tormentos del espíritu. Después, a los seres delicados, a las madres, a las hijas, a las esposas, las torturas ocultas, las heridas del corazón. A los nobles pensadores, a los inspiradores, el dolor sutil y profundo que hace brotar el grito sublime, el relámpago del genio.
Así, detrás del dolor, hay alguien invisible que dirige su acción y la regula según las necesidades de cada uno, con un arte, una sabiduría infinita, trabajando por aumentar nuestra belleza interior nunca acabada, siempre continuada, de luz en luz, de virtud en virtud, hasta que nos hayamos convertido en Espíritus celestes.
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A todos aquellos que preguntan: ¿Para que sirve el dolor? respondo: Para pulir la piedra, esculpir el mármol, fundir el vidrio, martillar el hierro. Sirve para edificar y ornar el templo magnífico, lleno de rayos, de vibraciones, de himnos, de perfumes, donde se combinan todas las artes para expresar lo divino, preparar la apoteosis del pensamiento consciente, celebrar la liberación del Espíritu.
Y ver cual es el resultado obtenido. Con lo que en nosotros eran elementos dispersos, materiales informes y a veces hasta en el vicioso y decrépito, ruinas y destrozos, el dolor levantó, construyó en el corazón del hombre un altar espléndido a la Belleza Moral, a la Verdad Eterna.
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Por mucho tiempo todavía la Humanidad terrestre, ignorante de las leyes superiores, inconsciente del futuro y del deber, precisará del dolor para estimularla en su camino, para transformar lo que en ella predomina, los instintos primitivos y groseros, en sentimientos puros y generosos. Por mucho tiempo el hombre tendrá el que pasar por la iniciación amarga para llegar al conocimiento de sí mismo y del blanco al que debe mirar. Actualmente él sólo piensa en aplicar sus facultades y energías en combatir el sufrimiento en el plano físico, a aumentar el bienestar y la riqueza, en volver más agradables las condiciones de la vida material; pero será en vano. Los sufrimientos podrán variar, desviarse, mudar de aspecto; el dolor persistirá, mientras el egoísmo y el interés rijan las sociedades terrestres, mientras el pensamiento se desvíe de las cosas profundas, mientras la flor del alma no haya florecido.
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El mal moral existe en el alma solamente en sus disonancias con la armonía divina. A medida que ella sube hacia una claridad más viva, hacia una verdad más amplia, hacia una sabiduría más perfecta, las causas del sufrimiento se van atenuando, al mismo tiempo que se disipan las ambiciones vanas, los deseos materiales. Y de estancia en estancia, de vida en vida, ella entra en la gran luz y en la gran paz donde el mal es desconocido y donde sólo reina el bien.
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Muchas veces he oído decir a ciertas personas, cuya existencia no fue generosa y erizada de pruebas: Yo no querría renacer en una vida nueva; no quiero volver a la Tierra. Cuando se sufrió mucho, cuando se fue violentamente sacudido por las tempestades del mundo, es muy legítima la aspiración al descanso. Comprendo que un alma abatida recule ante el pensamiento de volver a comenzar esta batalla de la vida en que recibió heridas que aun sangran. Pero la ley es inexorable. Para subir un poco en la jerarquía de los mundos, es preciso haber dejado en este el embarazoso bagaje de los gustos y de los apetitos que nos prenden a la Tierra. Estos lazos muchas veces los llevamos con nosotros para el Más Allá; y son ellos los que nos retienen en las bajas regiones. A veces nos juzgamos capaces y dignos de llegar a las grandes altitudes y sin saberlo, mil cadenas nos mantienen todavía en este planeta inferior. No comprendemos el amor en su esencia sublime, ni el sacrificio como es practicado en las Humanidades purificadas, en que nadie vive para sí o para algunos, y sí para todos. Ahora, sólo los que están preparados para tal vida pueden poseerla. Para nosotros volvernos dignos de ella, será preciso descender de nuevo al crisol, a la hornalla, donde se fundirán como cera las durezas de nuestro corazón. Y cuando hayan sido rechazadas y eliminadas las escorias de nuestra alma, cuando nuestra esencia este libre de aleaciones, entonces Dios nos llamará para una vida más elevada y para una tarea más bella.
Antes que nada es preciso aquilatar en su justo valor las responsabilidades y las tristezas de este mundo. Para nosotros son cosas muy crueles; pero como todo esto se deprecia y borra, si es observado de lejos, si el Espíritu, elevándose por encima de las menudencias de la existencia, abarca con una sola mirada las perspectivas de su destino. Sólo este sabe pesar y medir las cosas que existen en los dos océanos del Espacio y del Tiempo - la inmensidad y la eternidad, océanos que el pensamiento sonda sin perturbarse.

Oh! Vosotros que os quejáis amargamente de las decepciones, de las pequeñas miserias, de las tribulaciones de las que está sembrada toda la existencia y que os sentís invadidos por el cansancio y por el desanimo: si queréis nuevamente encontrar la resolución y el coraje perdidos, si queréis aprender a afrontar alegremente la adversidad, a soportar resignados la suerte que os toca, lanzad una mirada atenta alrededor de vosotros.
Considerad los dolores tantas veces ignorados de los pequeños, de los desheredados, los sufrimientos de millares de seres que son hombres como vosotros; considerad estas aflicciones sin cuenta; ciegos privados del rayo que guía y conforta, paralíticos impotentes, cuerpos que la existencia torció, quebró y que padecen de males hereditarios. Los que carecen de lo necesario, sobre quien sopla, glacial, el invierno.  

Pensad en todas esas vidas tristes, oscuras, miserables; comparad vuestros males muchas veces imaginarios con las torturas de vuestros hermanos de dolor y os juzgareis menos infelices, ganareis paciencia y coraje y de vuestro corazón bajará sobre todos los peregrinos de la vida, que se arrastran quebrados en el camino árido, el sentimiento de una piedad sin limites y de un inmenso amor.


Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL

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