jueves, 30 de mayo de 2013

Regeneración de la Humanidad

Obras Póstumas

Allan Kardec

Segunda parte: PREVISIONES ACERCA DEL ESPIRITISMO

Todos los días nos levantamos, miramos a nuestro alrededor y vemos que el mundo parece un caos, y nos preguntamos ¿que esta pasando Dios que todo esta dado vueltas?. Encendemos la tele y vemos las atrocidades y calamidades que el hombre en su afán de poder comete sin importarle quien o que queda en el camino. Vemos que la naturaleza reacciona, se acomoda, se sacude como advirtiendonos que algo no estamos haciendo bien, y nos volvemos a preguntar ¿tengo algo que ver con todo esto que sucede? acaso, ¿es el fin del mundo?. Muchos creen que si, que la Tierra a llegado a un punto en que todo debe desaparecer para poder regenerarse.
El mundo de los espíritus hace 147 años instrian al Maestro Kardec y le decian: 

Los acontecimientos se precipitan con rapidez, y por lo tanto, no os decimos como otras veces: "Los tiempos están próximos", sino que os decimos: "Los tiempos han llegado".


Por estas palabras no entendáis un nuevo diluvio, ni un cataclismo, ni una revuelta general. Las convulsiones parciales del globo han tenido lugar en todas las épocas y se producen aún, porque tienden a su constitución; pero estos no son los signos de los tiempos.
Y no obstante, todo lo que fue predicho en el Evangelio, debe cumplirse y se cumple en este instante, como vosotros lo conoceréis más tarde; mas no toméis los signos anunciados sino como figuras de las que es necesario buscar el Espíritu y no la letra. Todas las Escrituras contienen grandes verdades bajo el velo de la alegaría, y por esto los comentaristas que se han aferrado a la letra, se han equivocado. Les faltaba la clave para descifrar el sentido verdadero. Esta clave se halla en los descubrimientos de las ciencias y en las leyes del mundo invisible que os revela el Espiritismo. De hoy en adelante, con la ayuda de estos nuevos conocimientos, lo que está oscuro se hará claro e inteligible.
Todo sigue el orden natural de las cosas, y las leyes inmutables de Dios no serán por ningún concepto interrumpidas. No veréis, por consiguiente, ni milagros, ni prodigios, ni nada sobrenatural en el- sentido vulgar que se da a estas palabras.
No miréis al cielo para buscar los signos precursores, porque no los hallaréis, y aquellos que os los anuncien os engañarán; pero mirad en torno de vosotros, entre los hombres, y aquí los hallareis. ¿No sentís un viento que sopla sobre la tierra y agita todos los Espíritus? El mundo está atento y como en expectativa de un presentimiento vago acerca la proximidad de la tormenta.
No creáis por esto que venga el fin del mundo material: la tierra ha progresado después de su transformación, debe progresar aún y no puede ser destruida; pero la humanidad ha llegado a uno de esos períodos de transformación, y la tierra va a elevarse en la jerarquía de los mundos.
No es, pues, el fin del mundo material lo que se prepara; es el fin del mundo moral, esto es, del viejo mundo, del viejo mundo de los prejuicios, del egoísmo, del orgullo y del fanatismo. Cada día se lleva algunos restos. Todo concluirá para él con la generación que se va, y la generación nueva elevará el nuevo edificio que las generaciones siguientes consolidaran y completaran.
De mundo de expiación, la tierra está llamada a ser un día un mundo de felicidad, y su habitación será una recompensa en lugar de ser un castigo. El reinado del bien debe suceder al reinado del mal. Para que los hombres sean felices sobre la tierra, se hace preciso que no sea poblada más que por Espíritus encarnados y desencarnados que sólo quieran el bien. Este tiempo ha llegado ya. Una grande emigración, de entre los que la habitan se está realizando en este momento. Aquellos que hacen el mal por el mal y a los que el sentimiento del bien no les atañe, son indignos de la tierra transformada y serán excluidos, porque le llevarían de nuevo las revueltas y confusiones, siendo un obstáculo a su progreso. Irán a expiar su endurecimiento en mundos inferiores, donde portarán el caudal de sus conocimientos y servirán a la causa del perfeccionamiento. En la tierra serán reemplazados por Espíritus mejores, que harán reinar entre ellos la justicia, la paz y la fraternidad.
La tierra, hemos dicho ya, no debe ser transformada por un cataclismo que acabe súbitamente con una generación. La actual desaparecerá gradualmente y la nueva le sucederá del mismo modo, sin que nada se altere en el orden ordinario de las cosas. Exteriormente todo pasar en su forma habitual con la sola y esenciadísima diferencia de que una parte de los Espíritus que en ella se encarnaban, no volverán a encarnarse. En el niño que nazca, en vez de encarnar un Espíritu atrasado y con tendencias al mal, encarnará un Espíritu adelantado y portador del bien. Se trata, por lo tanto, menos de una generación corporal que de una nueva generación de Espíritus; y aquellos que esperan ver operarse esta transformación por efectos sobrenaturales y maravillosos, sufrirán una decepción.
La época actual es de transición: los elementos de dos generaciones se confunden. Colocados en el punto intermedio, asistís a la partida de una y a la llegada de otra, y cada cual se manifiesta en el mundo por los caracteres que le son propios.
Las dos generaciones tienen ideas y puntos de vista diametralmente opuestos. En la naturaleza de las disposiciones morales, y, sobre todo, de las intuitivas e innatas, es fácil distinguir a cual de las dos pertenece cada individuo.
 

La nueva generación, debiendo fundar la era del progreso moral, se distingue por una inteligencia y una razón generalmente precoces, aunadas a un sentimiento innato del bien y de las creencias espiritualistas; todo lo cual es signo indubitable de cierto grado de progreso anterior. No se crea por esto que toda ella la compongan Espíritus eminentemente superiores, pero si de aquellos que habiendo progresado lo bastante, están predispuestos a asimilarse todas las ideas progresivas y sean aptos para secundar el movimiento regenerador.
Se distingue, por el contrario, a los Espíritus atrasados, por su rebelión desde el primer instante contra Dios, negando la providencia y todo poder superior a la humanidad; y después, por la propensión instintiva a las pasiones degradantes, a los sentimientos antifraternales del orgullo, la malevolencia, los celos, la lujuria, en fin, por el predominio, por el deseo vehemente en ellos hacia todo lo que es material.
De estos vicios debe la tierra purgarse por el alejamiento de aquellos que rehúsan su enmienda y son incompatibles, por lo mismo, con el reino de la fraternidad y con los hombres de bien, que sufrirían con su contacto. La tierra será libertada y los hombres marcharán sin trabas hacia el porvenir mejor, que les está reservado en ese planeta como premio a sus esfuerzos y perseverancia, en tanto que una depuración más completa les abre la entrada en los mundos superiores.
Por esta emigración de los Espíritus no debéis entender que todos los retardatarios serán expulsados de la tierra y relegados a mundos inferiores. Muchos, por el contrario, reencarnarán para ceder al empuje de las circunstancias y del ejemplo, porque su corteza era peor todavía que el fondo. Una vez sustraídos a la influencia de la materia y de los prejuicios del mundo corporal, la mayor parte, y de esto lograréis muchos ejemplos, verán las cosas de una manera totalmente diferente de cuando vivan. En esto serán ayudados por los Espíritus buenos que se interesan por su bien y que se prestan a mostrarles el falso camino que habían seguido. Por vuestras preces y vuestras exhortaciones podéis también contribuir a su mejoramiento, estableciendo de este modo la solidaridad perpetua entre los muertos y los vivos.
Para aquellos, pues, que puedan volver de nuevo, esta vuelta les será un bien, porque será una recompensa. ¿Qué importa lo que ellos hayan sido ni lo que hayan hecho, si están animados de mejores sentimientos? Lejos de ser hostiles a la sociedad y al progreso, serán auxiliares útiles porque pertenecerían a la nueva generación.
No habrá, pues, exclusión definitiva mas que para los Espíritus profundamente rebeldes, para aquellos a quienes el orgullo y el egoísmo, más que la ignorancia, les tiene sordos a la voz del bien y de la razón. Y aun estos mismos no serán condenados a una inferioridad perpetua, sino que vendrá un día en que repudiarán su pasado y abrirán los ojos a la luz.
Rogad por estos endurecidos a fin de que se enmienden ahora que es tiempo, porque el día de la expiación se les aproxima. Desgraciadamente, desconociendo la voz de Dios, la mayor parte de ellos persistirán en su ceguera, y su resistencia señalará el fin de su reinado por el de las luchas terribles. En su error correrán presurosos a su propia perdición. Apelarán a la destrucción que engendra multitud de males y de calamidades; y de este modo, sin quererlo, precipitarán el advenimiento de la nueva era, pero como la destrucción no será tan rápida como sus deseos, se multiplicarán los suicidios hasta en los niños, en una proporción desconocida. La locura no habrá arrebatado jamás tan gran número de hombres al libro, de los vivos aun antes de que estén muertos. Estas serán las verdaderas señales de los tiempos. Y todo se cumplirá por el encadenamiento de las circunstancias, sin que nada se derogue en las leyes de la naturaleza, tal como os lo llevamos dicho.
Entretanto, a través de la densa sombra que os envuelve y en medio de la grande tempestad que os amenaza, ¡ved aparecer los primeros fulgores de la era nueva! La fraternidad sienta sus fundamentos en todos los puntos del globo y los pueblos se tienden la mano; la barbarie se familiariza al contacto de la civilización; los prejuicios de razas y sectas, que han hecho derramar lagos de sangre, se extinguen; el fanatismo y la intolerancia pierden terreno, mientras que la libertad de conciencia se abre paso entre los buenos y se proclama como un derecho. Por todas partes las ideas fermentan: se ve el mal y se ensaya remediarlo, pero muchos caminan sin brújula y se engolfan en utopías. El mundo se halla empecinado en un inmenso trabajo de transformación que durará un siglo; en este trabajo, todavía confuso, se ve, no obstante, dominar una tendencia desde el principio: la de la unidad y uniformidad que predispone a la fraternidad.
...
Uno de los caracteres distintivos de la nueva generación será la fe innata; no la fe exclusivista y ciega que divide a los hombres, sino la fe razonada que esclarece y fortifica, que une y confunde en un común sentimiento de amor a Dios y al prójimo. Con la generación que se extingue desaparecerán los últimos vestigios que la incredulidad y del fanatismo; contrarios por igual al progreso moral que al social.
El Espiritismo es el camino que conduce a la renovación, porque derroca los dos más grandes obstáculos que a ella se oponen: la incredulidad y el fanatismo. Como innato o en estado de intuición en el corazón de sus representantes, desenvuelve todos los sentimientos e ideas que corresponden a la nueva generación y da una fe sólida y esclarecida. La era nueva le vera engrandecer y prosperar por la fuerza misma de las cosas; viniendo a ser la base de todas las creencias y el punto de apoyo de todas las instituciones.
Pero hasta entonces, ¡que de luchas no habrá de sostener contra sus dos más encarnizados enemigos, la incredulidad y el fanatismo! Aunque parezca extraño, estos principios tan antitéticos, estos polos tan opuestos, se dan la mano para no ser vencidos en la lucha. Presienten el porvenir y su muerte, y no quieren dejar ondear sobre las ruinas del egoísta viejo mundo la bandera que ha de unir a todos los pueblos. En la divina máxima: Fuera de la caridad no hay salvación, ellos leen su propia condenación, porque es el símbolo de la nueva alianza fraternal proclamada por Cristo, símbolo que se les presenta como la sentencia fatal del festín de Baltasar. Y sin embargo, esta máxima les garantiza que no han de ser victimas de las represalias de aquellos a quienes hoy persiguen; esta máxima debieran hacerla objeto de su culto. Pero no, una fuerza ciega les impele a rechazar lo único que pudiera salvarles. ¿Qué podrán contra el ascendiente de la opinión que les repudia? El Espiritismo saldrá triunfante de la lucha, no lo dudéis, porque está en las leyes de la naturaleza, y es por eso mismo imperecedero. Ved por que multitud de medios, la idea se esparce y penetra en todas partes; estos medios, creedlo, no son fortuitos, sino providenciales, y si al principio parece deben servirles de obstáculo, es precisamente porque así ayudan a su propagación.
Dentro de poco surgirán campeones acreditados que apoyarán su autoridad en su nombre y en su ejemplo e impondrán silencio a los detractores, quienes no osarán calificarles de locos. Estos hombres harán sus estudios en el silencio y no se mostrarán hasta el momento propicio. Hasta entonces, es útil que permanezcan ignorados.
Dentro de poco veréis a las artes acudir al Espiritismo como una mina fecunda, y traducir sus pensamientos y los horizontes que descubre por la pintura, la música, la poesía y la literatura. Ya se os ha dicho que habrá un día para el arte espírita, como lo hubo para el arte pagano y para el arte cristiano, en que los más grandes genios se inspirarán en esta verdad. Pronto veréis los primeros resplandores y más tarde alcanzará el apogeo que debe alcanzar. Espiritistas, el porvenir es vuestro y de todos los hombres de corazón, y deconfianza. No os arredren los obstáculos, porque no hay ninguno que pueda obstruir los designios de la Providencia. Trabajad sin interrupción y dad gracias a Dios por haberos colocado a la vanguardia de la nueva falange. Este es un puesto de honor que habéis pedido y del que os haréis dignos por vuestro valor, vuestra perseverancia y vuestro desinterés. Aquellos que sucumban valerosamente en esta lucha contra la fuerza, obtendrán su galardón; a los que sucumban por debilidad o miedo, la confusión les rodeará en el mundo de los Espíritus. Las luchas son necesarias para fortificar el alma; el contacto del mal hace apreciar mejor las ventajas del bien. Sin las luchas que estimulan las facultades, el Espíritu se entregaría a una apatía funesta para su progreso. Las luchas contra los elementos desarrollan las fuerzas físicas e inteligentes; las luchas contra el mal desenvuelven las fuerzas morales.

AMOR FRATERNAL

Las expiaciones colectivas

Obras Póstumas

Allan Kardec

Primera parte: RAZONADA PROFESIÓN DE FE ESPIRITISTA

Cuestión: El Espiritismo nos explica perfectamente la causa de los sufrimientos individuales, como consecuencias inmediatas de las faltas cometidas en la existencia presente o expiación del pasado. Pero dado que nadie ha de ser responsable más que de sus propias faltas, son menos explicables las desgracias colectivas que abrazan a las aglomeraciones de individuos, como a veces a toda una familia, ciudad, nación o raza, desgracias que comprenden así a los buenos como a los malos, a los inocentes como a los culpables.
Respuesta: Todas las leyes que rigen al universo, ya sean físicas, ya morales, así materiales como intelectuales, han sido descubiertas, estudiadas y comprendidas, procediéndose del estudio del individuo y de la familia al de todo el conjunto, generalizando gradualmente y comprobando la universalidad de los resultados.
Lo mismo sucede hoy con las leyes que el estudio del Espiritismo ha dado a conocer, y podéis aplicar, sin temor de equivocaros, las leyes que rigen al individuo, a la familia, a la nación, a las razas y al conjunto de los habitantes de los mundos, que son individualidades colectivas. El individuo, la familia y la nación cometen faltas y cada una de ellas, cualquiera que sea su carácter, se expía en virtud de una misma ley. El asesino expía respecto de su victima, ora hallándose en su presencia en el espacio, ora viviendo en contacto con ella en una o muchas existencias sucesivas, hasta la reparación de todo el mal causado. Otro tanto acontece, tratándose de crímenes cometidos solidariamente por un cierto número de personas. Las expiaciones son solidarias, lo que no reduce la expiación simultánea de las faltas individuales.
Cada hombre reúne tres caracteres: el de individuo o ser en si mismo, el de miembro de la familia, y, en fin, el de ciudadano. Bajo cada una de estas fases, puede ser criminal o virtuoso, es decir, que pueden ser virtuosos, como padre de familia y criminal al mismo tiempo que como ciudadano, y viceversa, y de aquí las situaciones especiales en que se encuentra en sus existencias sucesivas.
Salvo las excepciones, puede, pues, admitirse como regla general, que todos aquellos a quienes une, en una existencia, una empresa común, han vivido ya juntos trabajando en el logro del mismo resultado, y que volverán a encontrarse juntos en el porvenir hasta que hayan alcanzado su fin, es decir, hasta que hayan expiado su pasado o cumplido la misión aceptada.
Gracias al Espiritismo, ya comprendéis la justicia de las pruebas que no derivan de los actos de la vida presente, pues os decís que son el pago de deudas pasadas. ¿Y por qué no ha de ser lo mismo en las pruebas colectivas? Decís que las desgracias generales alcanzan así al inocente como al culpable: pero; ¿no sabéis que el inocente de hoy puede ser el culpable de ayer? Ya sea castigado individual, ya colectivamente, es porque lo merece. Y además, según hemos dicho, hay faltas del individuo y, del ciudadano, y las expiaciones del uno no absuelven al otro, pues toda deuda ha de ser pagada hasta el último óbolo. Las virtudes de la vida privada no son las mismas que las de la pública, y tal, que es un excelente ciudadano, puede ser muy mal padre de familia, y aquí, que es buen padre de familia, probo y honrado en sus negocios, puede ser un mal ciudadano, haber atizado el fuego de la discordia, oprimido al débil y manchado su mano con crímenes de lesa sociedad. Estas faltas colectivas son las que expían colectivamente los individuos que a ellas han concurrido, los cuales vuelven a encontrarse para sufrir juntos la pena del Talión, o tener ocasión de reparar el mal que han hecho, probando su amor a la cosa pública, socorriendo y asistiendo a los que maltrataron en otro tiempo. Lo que sin la preexistencia del alma es incomprensible e irreconciliable con la justicia de Dios, pasa a ser claro y lógico una vez conocida aquella ley.
 
Cuestión: La solidaridad, que es el verdadero lazo social, no solo comprende al presente, sino que se extiende al pasado y porvenir, puesto que las mismas individualidades se han encontrado, se encuentran y se encontrarán para subir juntos la escala del progreso, prestándose mutuo auxilio. Esto lo hace comprender el Espiritismo por la equitativa ley de la reencarnación y la continuación de relaciones entre los mismos seres. CLELIE DUPLANTIER.
 
Observación: Si bien esta comunicación entra en los principios conocidos de la responsabilidad del pasado y la continuación de relaciones entre los Espíritus, contiene una idea, hasta cierto punto nueva y de gran importancia. La distinción que establece entre la responsabilidad de las faltas individuales y las colectivas, de las de la vida privada y pública, de la razón de ciertos hechos poco comprendidos aun; y demuestra de un modo mas fijo la solidaridad que une entre sí a los seres y generaciones.
A menudo se renace, pues, en la misma familia, o cuando- menos, los miembros de una misma familia renacen juntos para constituir otra nueva en diferente posición social, con el fin de estrechar los lazos de efecto o reparar culpas reciprocas. Por consideraciones de orden más general, se renace a menudo en el mismo centro, en la misma nación, en la misma raza, ya por simpatía, ya para continuar, con los elementos que se han elaborado, los estudios hechos, para perfeccionarse y proseguir trabajos empezados y que la brevedad de la vida o las circunstancias no permitieron concluir. Esta reencarnación en el mismo centro es la causa del carácter distintivo de los pueblos y de las razas; pues, mejorándose progresivamente, los individuos conservan, sin embargo, el matiz primitivo, hasta que el progreso los transforma completamente.
Los franceses de hoy, son, pues, los del siglo último, los de la Edad Media, los de los tiempos druídicos; son los exactores y las victimas del feudalismo, los que esclavizaron a los pueblos y han luchado por emanciparse, los cuales se hallan en la Francia transformada, donde los unos expían en la humillación el orgullo de raza y los otros disfrutan del producto de su trabajo. Cuando se piensa en todos los crímenes de aquellos tiempos en que ningún respeto se tenía a la vida de los hombres y al honor de las familias, en que el fanatismo levantaba hogueras en honor de la divinidad; cuando se piensa en todos los abusos del poder, en todas las injusticias que se cometían con mengua de los mas sagrados derechos naturales, ¿quién puede estar cierto de no haber sido mas o menos participe y quién debe admirarse de ver grandes y terribles expiaciones colectivas?

Pero de semejantes convulsiones sociales resulta siempre un mejoramiento; los Espíritus se adoctrinan con la experiencia; la desgracia es el estímulo que los conduce a buscar remedio al mal; reflexionan en la erraticidad, toman nuevas resoluciones y cuando se reencarnan, proceden con más acierto de generación en generación.
No puede dudarse que hay familias, ciudades, naciones y razas culpables; porque, dominadas por el orgullo, el egoísmo, la ambición y la codicia, van por el mal camino y hacen colectivamente lo que aisladamente un individuo. Así se ve que una familia se enriquece a expensas de otra, que un pueblo subyuga a otro pueblo, llevando la desolación y la ruina, y que una raza quiere anonadar a otra. He aquí por que hay familias, pueblos y razas sobre las que pesa la pena del Talión. "Quien mate con espada morirá por espada", dijo el Cristo; y estas palabras pueden traducirse: El que ha derramado sangre verá derramada la suya; el que ha llevado la tea incendiaria a la casa ajena, la verá aplicada a la suya; el que ha despojado lo será también; el que ha esclavizado y maltratado al débil, será débil, esclavizado y maltratado, ya sea un individuo, una nación o una raza, porque los miembros de una individualidad colectiva son solidarios así del mal como del bien que se haga en común.
Mientras que el Espiritismo dilata el campo de la solidaridad, el materialismo la reduce a las mezquinas dimensiones de la existencia efímera de un hombre. La trueca en un deber social sin raíces, sin más sanción que la buena voluntad y el interés personal del momento, la convierte en una máxima filosófica, cuya práctica por nadie es impuesta. Para el Espiritismo, la solidaridad es un hecho que descansa en una ley universal de la naturaleza, que enlaza a todos los seres del pasado, del presente y del porvenir, a cuyas consecuencias nadie puede esquivarse. Esto puede comprenderlo cualquiera, por ignorante que sea.
Cuando todos los hombres conozcan el Espiritismo, comprenderán la verdadera solidaridad, y en consecuencia la fraternidad verdadera. La solidaridad y la fraternidad no serán entonces deberes de circunstancias, predicados con suma frecuencia más en interés propio que en el ajeno. El reino de la solidaridad y de la fraternidad será forzosamente el de la justicia para todos y el reino de la justicia será el de la paz y de la armonía entre los individuos, familias, pueblos y razas.
¿Llegaremos a poseerlo? Dudarlo equivaldría a negar el progreso. Si se compara la sociedad actual en las naciones civilizadas, con lo que era en la Edad Media, ciertamente es grande la diferencia; y si, pues, los hombres han progresado hastan ahora, ¿por qué habían de detenerse? Visto el camino que han recorrido de un siglo únicamente a esta parte, puede juzgarse del que recorrerán dentro de otro.
Las convulsiones sociales son la brega de los Espíritus encarnados con el mal que los comprime, el indicio de sus aspiraciones hacia ese reino de la justicia de que están sedientos, sin que se den, empero, exacta cuenta de lo que quieren y de los medios de lograrlo. He aquí por qué bregan, se agitan, destruyen a diestro y siniestro, crean sistemas, proponen remedios más o menos utópicos, hasta cometen mil injusticias por espíritu de justicia, según dicen, esperando que de tal movimiento salga quizás algo. Mas tarde, definirán mejor sus aspiraciones y el camino será iluminado.
Cualquiera que penetre hasta el fondo los principios del Espiritismo filosófico, que considere los horizontes que nos descubre, las ideas que hace nacer y los sentimientos que desarrolla, no puede dudar de la parte preponderante que ha de tomar en la regeneración, pues lo conduce precisamente y por la fuerza de las cosas, al objeto a que aspira la humanidad: al reino de la justicia por medio de la extinción de los abusos que han entorpecido sus progresos y por la moralización de las masas. 
...

Cualquiera que sea la influencia que algún día haya de ejercer el Espiritismo en el porvenir de las sociedades, no quiere decirse que sustituirá su autocracia a otra, ni que impondrá leyes. Y esto porque, proclamando el derecho absoluto de la libertad de conciencia y del libre examen en materia de fe, quiere ser como creencia libremente aceptado, por convicción y no por violencia. Por su naturaleza, no puede ni debe ejercer ninguna presión: proscribiendo la fe ciega, quiere ser comprendido; para él no existen misterios, sino una fe razonada, apoyada en hechos y amante de la luz; y no rechaza ninguno de los descubrimientos de la ciencia, ya que ésta es la recopilación de las leyes de la naturaleza, y que siendo de Dios semejantes leyes, rechazar la ciencia sería lo mismo que rechazar la obra de Dios.
Consistiendo, en segundo lugar, la acción del Espiritismo en su poder moralizador, no puede tomar ninguna forma autocrática, pues haría entonces lo mismo que condena. Su influencia será preponderante por las modificaciones que introducirá en las ideas, opiniones, carácter, hábitos de los hombres y relaciones sociales, influencia tanto mayor cuanto que no será impuesta. El Espiritismo, poderoso como filosofía, no podría menos que perder, en este siglo de raciocinio, transformándose en poder temporal. No será él, pues, quien hará las instituciones sociales del mundo regenerado, sino los hombres bajo el imperio de las ideas de justicia, caridad, fraternidad y solidaridad, mejor comprendidas a causa del Espiritismo.
El Espiritismo, esencialmente positivo en sus creencias, rechaza toda clase de misticismo, a menos que bajo este nombre se comprenda, como hacen los que en nada creen, toda idea espiritualista de la creencia en Dios, en el alma y en la vida futura. Cierto que induce a los hombres a que se ocupen seriamente de la vida espiritual, porque esta es la vida normal, y en ella deben realizarse sus destinos, pues la vida terrestre solo es transitoria y pasajera. Por las pruebas que da de la vida espiritual, les enseña a no dar a las cosas de este mundo más que una importancia relativa, dándoles así fuerza y valor para soportar con paciencia las vicisitudes de la vida terrestre. Pero enseñándoles que, al morir, no dejan definitivamente este mundo, que pueden volver a él a perfeccionar su educación intelectual y moral, a menos que estén bastante adelantados para merecer un mundo mejor, que los trabajos y progresos que aquí realizan o hacen realizar, les serán provechosos a ellos mismos, mejorando su posición futura; les enseña que todos tienen interés en no descuidarlo. Si les repugna volver, como tienen su libre albedrío, depende de ellos hacer lo preciso para ir a otro mundo: pero el Espiritismo advierte a los hombres que no se engañen acerca de las condiciones que puede proporcionarles un cambio de residencia. No lo obtendrán a beneficio de algunas formulas en palabras y en acciones, sino por una reforma seria y radical de sus imperfecciones, modificándose, despojándose de sus malas pasiones, adquiriendo cada día nuevas prendas, enseñando a todos con el ejemplo la línea de conducta que ha de conducir solidariamente a todos los hombres a la dicha, por medio de la fraternidad, la tolerancia y el amor.
La humanidad se compone de personalidades que constituyen las existencias individuales y de generaciones que constituyen las existencias colectivas. Las unas y las otras caminan hacia el progreso por fases variadas de pruebas, que son así individuales para las personas y colectivas para las generaciones. Del mismo modo que para el encarnado cada existencia es un 'paso' hacia adelante, cada generación señala una etapa de progreso para el conjunto, y este es el progreso irresistible que arrastra las masas al mismo tiempo que modifica y transforma en instrumento de regeneración los errores y preocupaciones de un pasado llamado a desaparecer. Pero como las generaciones están compuestas de individuos que han vivido ya en las generaciones precedentes, el progreso de las generaciones es, pues, la resultante del progreso de los individuo.
Pero, ¿quién me demostrará, se dirá acaso, la solidaridad que existe entre la generación actual y las que la han precedido o la seguirán? ¿Cómo podrá probárseme que he vivido en la Edad Media, por ejemplo, y que vendré a tomar parte en los acontecimientos que se verificarán en la serie de los tiempos?
El principio de la pluralidad de existencias ha sido demostrado con frecuencia en las obras fundamentales de la doctrina, para que prescindamos de ocupamos ahora de él. La experiencia y la observación de los hechos de la vida ordinaria prodigan las pruebas físicas y ofrecen la demostración casi matemática de la pluralidad de existencias. Nos limitamos, pues, a suplicar a los pensadores que se fijen en las pruebas morales que resultan del raciocinio y de la inducción.
¿Es absolutamente necesario ver una cosa para creerla? Viendo los efectos, ¿No puede tenerse certeza material de la causa? Fuera de la experimentación, el único camino legitimo que se abre a esta investigación, es el de remontarse del efecto a la causa. La justicia nos ofrece un ejemplo muy notable de este principio, cuando se dedica a descubrir los indicios de los medios que han servido para la perpetración de un delito y las intenciones que agravan la culpabilidad del malhechor. Este no ha sido cogido in fraganti, y sin embargo, es condenado por los indicios.
La ciencia, que se vanagloria de proceder siempre por experiencia, afirma diariamente principios que no son más que inducciones de causas de las que solo conoce los efectos.
En Geología se determina la edad de las montañas. ¿Y han asistido los geólogos al levantamiento de aquellas, han visto formarse las capas de sedimento que determinan semejante edad?
Los conocimientos astronómicos, físicos y químicos permiten apreciar el peso de los planetas, su densidad, volumen y velocidad que los anima, así como la aturaleza de los elementos que los componen. Los sabios, sin embargo, no han podido experimentar directamente, y a la analogía e inducción debemos tan bellos
y preciosos descubrimientos.
Los primeros hombres, aceptando el testimonio de los sentidos, afirmaban que era el sol el que giraba al rededor de la tierra. Semejante testimonio les engañaba empero y el raciocinio ha prevalecido.
Otro tanto suceder con los principios preconizados por el Espiritismo, desde el momento que se quiera estudiarlos sin prevención, y entonces será cuando la humanidad entrará verdadera y rápidamente en la era de progreso y regeneración, porque no sintiéndose los individuos aislados entre dos abismos, lo desconocidodel pasado y la incertidumbre del porvenir, trabajaran con ardor en perfeccionar y multiplicar los elementos de felicidad que son obra suya; porque reconocerán que no deben a la casualidad la posición que ocupan en el mundo, y disfrutarán en el porvenir y con mejores condiciones del resultado de sus trabajos y desvelos; porque el Espiritismo, en fin, les enseñará que, si las faltas cometidas colectivamente se expían solidariamente, los progresos realizados en común son asimismo solidarios; y en virtud de este principio desaparecerán las disensiones de razas, de familias y de individuos; y ya fuera la humanidad de los pañales de la infancia, caminar rápida y virilmente a la conquista de sus verdaderos destinos.

Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL

miércoles, 29 de mayo de 2013

Diferentes órdenes de Espíritus

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Capitulo I: MUNDO ESPIRITISTA O DE LOS ESPIRITUS

96.¿Son iguales unos a otros los Espíritus o, por el contrario, existe entre ellos una jerarquía?
  • Son de diferentes órdenes, conforme al grado de perfeccionamiento que han alcanzado.
97.¿Hay entre los Espíritus un número determinado de órdenes o grado de perfección?
  • Su número es ilimitado, porque no existe entre tales órdenes una línea de demarcación trazada como una barrera, de manera que es posible multiplicar o restringir a voluntad las divisiones. Con todo, si se consideran los caracteres generales, se puede reducir la cantidad a tres órdenes principales.
Es posible ubicar en la primera categoría a aquellos que han llegado a la perfección: los Espíritus puros. Los del segundo orden han alcanzado la mitad de la escala: la preocupación de éstos es el deseo del bien. Los del último grado se hallan aún en lo bajo de la escala: son los Espíritus imperfectos. Se caracterizan por la ignorancia, el deseo del mal y todas las malas pasiones que retrasan su desarrollo.
 
98.Los Espíritus del segundo orden, ¿tienen sólo el deseo del bien, o poseen asimismo el poder de hacerlo?
  • Tienen ese poder, de acuerdo con su grado de perfección. Los unos poseen la ciencia, los otros la sabiduría y la bondad, pero todos ellos han de sufrir pruebas aún.
99.Los Espíritus del tercer orden, ¿son todos esencialmente malvados?
  • No, los hay que no hacen ni bien ni mal. Otros, por el contrario, se complacen en el mal y se hallan satisfechos cuando encuentran ocasión de practicarlo. Están, después, los Espíritus frívolos o traviesos, más revoltosos que ruines, que disfrutan más bien con los enredos que con la maldad y encuentran placer en engañar y causar pequeñas contrariedades, las que los divierte.

VI.- Escala Espírita

100. Observaciones preliminares.- La clasificación de los Espíritus se basa sobre su grado de adelanto, las cualidades que han adquirido y las imperfecciones de que han de despojarse todavía. Por lo demás, esa clasificación no tiene nada de absoluto. Cada categoría representa un carácter definido sólo en su conjunto. Pero de un grado al siguiente la transición es imperceptible y en los límites de los grados el matiz se esfuma, igual que en los reinos de la Naturaleza, del modo que ocurre con los colores del arco iris e incluso con los diferentes períodos de la vida humana. En consecuencia, se puede concebir una cantidad más o menos grande de clases, según sea el punto de vista desde el cual se enfoque la cuestión. Ocurre aquí lo que en todo sistema de clasificación científica: pueden ser más o menos completos y más o menos racionales y cómodos para la inteligencia, pero, sean como fueren, no alteran en nada el fondo de la ciencia. Por tanto, los Espíritus interrogados acerca de este punto han podido diferir en el número de categorías, sin que de ello pueda extraerse mayor transcendencia. Se ha reparado en esta contradicción aparente, sin reflexionar en el hecho que los Espíritus no otorgan importancia ninguna a lo que es puro convencionalismo. Para ellos, el pensamiento significa todo. Dejan a nuestro arbitrio la forma, la elección de los términos, las clasificaciones; en suma, los sistemas.

Por regla general, los Espíritus admiten tres categorías principales u otras tantas grandes divisiones. En la última, la que está al pie de la escala, se hallan los Espíritus imperfectos, caracterizados por el predominio de la materia sobre el espíritu y la tendencia al mal. Los de la segunda, en cambio, se distinguen por el predominio del espíritu sobre la materia y por el deseo de realizar el bien: éstos son los Espíritus buenos. Y la primera comprende a los Espíritus puros, aquellos que han alcanzado el grado supremo de la perfección.
Tal división nos parece completamente racional y presenta caracteres bien definidos. Sólo nos restaba, entonces, hacer resaltar, por medio de un número suficiente de subdivisiones, los matices principales del conjunto. Y es lo que hemos hecho con ayuda de los Espíritus, cuyas bondadosas instrucciones no nos faltaron jamás.

VII.- Tercer orden: Espíritus imperfectos
101. Caracteres generales.- Predominio de la materia sobre el espíritu. Tendencia al mal. Ignorancia y orgullo, egoísmo y todas las malas pasiones que de él derivan. Tienen la intuición de Dios, mas no lo comprenden.
Sin embargo, no todos son esencialmente malos: en algunos de ellos hay más frivolidad, inconsecuencia y malicia que verdadera ruindad. Unos no hacen ni bien ni mal, pero sólo porque no realizan el bien denotan inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el mal y se sienten satisfechos cuando se les presenta oportunidad para hacerlo.
Pueden aliar la inteligencia a la ruindad o a la malicia. Pero, sea cual fuere su desarrollo intelectual, sus ideas son poco elevadas, y sus sentimientos, más o menos abyectos.
Tienen conocimientos limitados acerca de las cosas del Mundo Espírita, y lo poco que saben de ello se confunde con las ideas y prejuicios de la vida corporal. No pueden darnos de aquél sino nociones falsas e incompletas. Mas el observador atento encuentra a menudo, en sus comunicaciones –no obstante su imperfección-, confirmadas las grandes verdades que los Espíritus superiores enseñan.
El carácter de estos Espíritus se revela por el lenguaje que emplean. Todo Espíritu que en el transcurso de sus comunicaciones deje traslucir un pensamiento malo puede ser incluido en el tercer orden. En consecuencia, todo pensamiento malo que se nos sugiera proviene de un Espíritu de ese orden.
Ven la felicidad de los buenos y esta visión constituye para ellos un tormento incesante, porque experimentan todas las angustias que la envidia y los celos pueden producir.
Conservan el recuerdo y la percepción de los sufrimientos de la vida corporal y esa impresión es muchas veces más penosa que la realidad misma. Así pues, sufren de veras los males que han soportado y los que infligieron a los demás; y, como los padecen durante mucho tiempo, creen que han de experimentarlos siempre. Dios, para castigarlos, quiere que así lo crean.

Podemos dividirlos en cinco clases principales:
 
102. Décima clase: Espíritus impuros.- Son propensos al mal y éste constituye el objeto de sus preocupaciones. En cuanto Espíritus, dan consejos pérfidos, alientan la discordia y la desconfianza y adoptan todos los disfraces para engañar mejor. Se apegan a las personas de carácter lo bastante débil para ceder a sus sugestiones, y hacen esto a fin de empujarlas hacia su perdición, satisfechos de poder retrasar su progreso haciéndolas sucumbir ante las pruebas que sufren.

103. Novena clase: Espíritus frívolos.- Son ignorantes y maliciosos, tornadizos y burlones. En todo se meten y responden a todo, sin preocuparse de la verdad. Se placen en causar contrariedades o pequeñas satisfacciones, en urdir enredos o chismes, en inducir maliciosamente a error valiéndose de fraudes y picardías. A esta clase pertenecen los Espíritus vulgarmente designados como trasgos, duendes, gnomos o diablillos. Están bajo la dependencia de Espíritus superiores, quienes los emplean a menudo, como lo hacemos nosotros con nuestros servidores.

104. Octava clase: Espíritus pseudo-sabios.- Sus conocimientos son bastante extensos, pero creen saber más de lo que en realidad saben. Habiendo realizado algunos progresos desde diferentes puntos de vista, su lenguaje tiene un carácter serio, capaz de inducir a error respecto a su capacidad y a sus luces. Pero suele ser a menudo sólo un reflejo de los prejuicios e ideas sectarias de la vida terrena. Se trata de una mezcla de algunas verdades junto a los errores más absurdos, en medio de los cuales se transparentan la presunción y el orgullo, los celos y la terquedad de que no han podido despojarse.
 
105. Séptima clase: Espíritus neutros.- Éstos no son ni lo bastante buenos para realizar el bien ni lo suficientemente malos para practicar el mal. Se inclinan tanto hacia el uno como hacia el otro y no se elevan por encima del nivel vulgar de la humanidad, así en lo moral como en lo intelectual. Se apegan a las cosas de la Tierra, de cuyas groseras alegrías sienten nostalgia.
 
106. Sexta clase: Espíritus golpeadores y perturbadores.- Estos Espíritus no constituyen, propiamente hablando, una clase distinta, desde el punto de vista de sus cualidades personales: pueden pertenecer a todas las clases del tercer orden. Manifiestan a menudo su presencia sirviéndose de efectos perceptibles y físicos, tales como golpes, movimientos y desplazamientos anormales de cuerpos sólidos, agitación del aire, etcétera. Parecen apegados más que otros a la materia. Son los agentes principales de las vicisitudes de los elementos del globo, ya sea que operen en el aire o el agua, el fuego o los cuerpos duros, e inclusive en las entrañas mismas de la Tierra. Se reconoce que tales fenómenos no se deben a una causa fortuita y física cuando poseen un carácter intencional e inteligente. Todos los Espíritus pueden producir esos fenómenos, pero los elevados los dejan, por lo general, a cargo de los subalternos, más aptos estos últimos para las cosas materiales que para las de la inteligencia. Cuando los Espíritus elevados juzgan que ese tipo de manifestaciones son útiles, se valen de los subordinados como auxiliares para realizarlas.

VIII.- Segundo orden: Espíritus buenos
 
107. Caracteres generales.- Predominio del espíritu sobre la materia: deseo del bien. Sus cualidades y su poder para practicar el bien se hallan en relación con el grado a que llegaron. Unos tienen ciencia, otros sabiduría y bondad. Los más adelantados aúnan el saber a las cualidades morales. No estando aún desmaterializados por completo, conservan más o menos, según su rango, las huellas de la existencia corporal, ora en la forma de expresarse, ora en sus hábitos, en lo que incluso vuelven a encontrarse algunas de sus manías. De otro modo serían Espíritus perfectos.

Podemos dividirlos en cuatro grupos principales, a saber:
 
108. Quinta clase: Espíritus benévolos.- Su cualidad dominante es la bondad. Se placen en prestar servicio a los hombres y protegerlos, pero su saber es limitado: su progreso se ha realizado más en el sentido moral que en el intelectivo.

109. Cuarta clase: Espíritus sabios.- Lo que a éstos distingue en especial es la amplitud de sus conocimientos. Se preocupan menos de las cuestiones morales que de las científicas, para las cuales poseen más aptitudes. Pero sólo encaran la ciencia desde el punto de vista de la utilidad y no mezclan con ella ninguna de las pasiones que caracterizan a los Espíritus imperfectos.

110. Tercera clase: Espíritus sensatos.- Las cualidades morales del orden más elevado constituyen el carácter que los distingue. Sin poseer conocimientos muy vastos, se hayan dotados de una capa-cidad intelectual que les provee de un juicio sano acerca de hombres y cosas.

111. Segunda clase: Espíritus superiores.- Reúnen ciencia, sabiduría y bondad. Su lenguaje sólo trasunta benevolencia. Es siempre digno y elevado, y a menudo sublime. Su superioridad los hace –más que a los otros- aptos para impartirnos las nociones más justas sobre las cosas del mundo incorpóreo, dentro de los límites de lo que es permitido al hombre conocer. Se comunican de buen grado con aquellos que buscan la verdad con fe sincera y cuya alma está lo bastante desembarazada de los vínculos terrenos para comprender esa verdad. Pero se alejan de aquellos otros que sólo son movidos por la curiosidad, o a quienes la influencia de la materia aparta de la práctica del bien.
Cuando, por excepción, encarnan en la Tierra, es para cumplir en ella una misión de progreso, y nos ofrecen entonces el tipo de perfección al cual puede la humanidad aspirar en este mundo.

IX.- Primer orden: Espíritus puros
 
112. Caracteres generales.- A estos Seres la influencia de la materia no los conturba. Superioridad intelectiva y moral absoluta, son las características distintivas que tienen con los Espíritus de los otros órdenes.
 
113. Primera y única clase.- Han recorrido todos los peldaños de la escala y se han despojado de la totalidad de las impurezas de la materia. Habiendo alcanzado el máximo de perfección de que es susceptible la criatura, no han de sufrir más pruebas ni expiaciones. Como no se hallan ya sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, les corresponde la vida eterna en el seno de Dios.
Gozan de una dicha inalterable, por cuanto no están sujetos a las necesidades ni a las vicisitudes de la vida material, pero esa felicidad no es en modo alguno la de una ociosidad monótona vivida en perpetua contemplación. Son los mensajeros y ministros de Dios, cuyas órdenes ejecutan para el mantenimiento de la armonía universal. Dirigen a todos los Espíritus que son inferiores a ellos, ayudándoles a perfeccionarse y asignándoles su misión. Asistir a los hombres en su desconsuelo, incitarlos al bien o a la expiación de las faltas que los alejan de la ventura suprema, es para ellos una grata labor. A veces son designados con los nombres de ángeles, arcángeles o serafines.
Pueden los hombres entrar en comunicación con ellos, pero muy presuntuoso sería quien pretendiera tenerlos constantemente a su disposición.

martes, 28 de mayo de 2013

La disciplina del pensamiento y la reforma del carácter

El problema del Ser y del destino

León Denis

CAPITULO XXIV

El pensamiento, decíamos, es creador. No actúa solo alrededor de nosotros, influenciando a nuestros semejantes hacia el bien o hacia el mal; actúa principalmente en nosotros; genera nuestras palabras, nuestras acciones y con él, construimos, día a día, el edificio grandioso o miserable de nuestra vida presente y futura.

Modelamos nuestra alma y su envoltorio con nuestros pensamientos; estos producen formas, imágenes que se imprimen en la materia sutil, de la que el cuerpo fluídico está compuesto. Así, poco a poco, nuestro ser se puebla de formas frívolas o austeras, graciosas o terribles, groseras o sublimes; el alma se ennoblece, embellece o crea una atmósfera de fealdad. Según el ideal que visa, a llama interior se aviva u oscurece.
No hay asunto más importante que el estudio del pensamiento, sus poderes y acción. Es la causa inicial de nuestra elevación o de nuestro rebajamiento; prepara todos los descubrimientos de la Ciencia, todas las maravillas del Arte, y también todas las miserias y todas las vergüenzas de la Humanidad. Según el impulso dado, funda o destruye las instituciones como los imperios, los caracteres como las conciencias. El hombre sólo es grande, sólo tiene valor por su pensamiento; por él sus obras irradian y se perpetúan a través de los siglos.
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Las vibraciones de nuestros pensamientos, de nuestras palabras, renovándose en sentido uniforme, expulsan de nuestro envoltorio los elementos que no pueden vibrar en armonía con ellas; atraen elementos similares que acentúan las tendencias del ser. Una obra, muchas veces inconsciente, se elabora; mil obreros misteriosos trabajan en la sombra; en las profundidades del alma se esboza un destino entero; en su ganga el diamante se purifica o pierde el brillo.
Si meditáramos en asuntos elevados, en la sabiduría, en el deber, en el sacrificio, nuestro ser se impregna, poco a poco, de las cualidades de nuestro pensamiento. Es por eso que la oración improvisada, ardiente, el impulso del alma hacia las potencias infinitas, tiene tanta virtud. En ese diálogo solemne del ser con su causa, el influjo de lo Alto nos invade y despierta sentidos nuevos. La comprensión, la conciencia de la vida aumenta y sentimos, mejor de lo que se puede expresar, la gravedad y la grandeza de la más humilde de las existencias. La oración, la comunión por el pensamiento con el universo espiritual y divino es el esfuerzo del alma hacia la Belleza y hacia la Verdad eternas; es la entrada, por un instante, en las esferas de la vida real y superior, aquella que no tiene fin.
Si, al contrario, nuestro pensamiento es inspirado por malos deseos, por la pasión, por los celos, por el odio, las imágenes que crea se realizan, se acumulan en nuestro cuerpo fluídico y lo oscurecen. Así, podemos a voluntad hacer en nosotros la luz o la sombra. Es lo que afirman tantas comunicaciones del Más Allá. Somos lo que pensamos, con la condición de pensarlo con fuerza, voluntad y persistencia. Pero casi siempre, nuestros pensamientos pasan constantemente de uno a otro asunto. Pensamos raras veces por nosotros mismos, reflexionamos los mil pensamientos incoherentes del medio en que vivimos. Pocos hombres saben vivir del propio pensamiento, beber en las fuentes profundas, en ese gran reserva de inspiración que cada uno trae consigo, pero que la mayor parte ignora. Por eso crean un envoltorio poblado de las más disparatadas formas. Su Espíritu es como una habitación libre a todos los que pasan. Los rayos del bien y las sombras del mal allá se confunden, en un caos perpetuo. Es el combate incesante de la pasión y del deber en que, casi siempre, la pasión sale victoriosa. Antes que nada, es preciso aprender a fiscalizar los pensamientos, a disciplinarlos, a imprimirles una dirección determinada, un fin noble y digno.
La fiscalización de los pensamientos implica la fiscalización de los actos, porque, si unos son buenos, los otros lo serán igualmente, y todo nuestro procedimiento estará regulado por una concatenación armónica. Mientras que, si nuestros actos son buenos y nuestros pensamientos malos, apenas habrá una falsa apariencia del bien y continuaremos atrayendo a nosotros un foco malo, cuyas influencias, tarde o temprano, se volcarán fatalmente sobre nuestra vida.
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El estudio silencioso y recogido es siempre fecundo para el desarrollo del pensamiento. Es en el silencio que se elaboran las obras fuertes. La palabra es brillante, pero degenera demásiadas veces en conversaciones estériles, a veces maléficas; con eso, el pensamiento se debilita y el alma vacía. Mientras que en la meditación el Espíritu se concentra, se vuelve hacia el lado grave y solemne de las cosas; la luz del mundo espiritual lo baña con sus ondas.
Hay alrededor del pensador grandes seres invisibles que sólo quieren inspirarlo; es a la media luz de las horas tranquilas o sino a la claridad discreta de la lampara de trabajo que mejor pueden entrar en comunión con él. En todas partes y siempre una vida oculta se mezcla con la nuestra.
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Dijimos que el alma oculta profundidades donde el pensamiento rara vez baja, porque mil objetos externos lo ocupan incesantemente. Su superficie, como la del mar, es muchas veces agitada; pero por debajo, se extienden regiones inaccesibles a las tempestades. Ahí duermen las potencias ocultas, que esperan nuestro llamado para emerger y aparecer. El llamado raras veces se hace oír y el hombre se agita en su indigencia, ignorante de los tesoros inapreciables que en él reposan.
Es necesario el choque de las pruebas, las horas tristes y desoladas para hacerle comprender la fragilidad de las cosas externas y encaminarlo hacia el estudio de sí mismo, hacia el descubrimiento de sus verdaderas riquezas espirituales.
Es por eso que las grandes almas se ennoblecen y embellecen más cuanto más vivos son sus dolores. A cada nueva desgracia que las hiere tienen la sensación de haberse aproximado un poco más a la verdad y a la perfección y a este pensamiento, experimenta como una voluptuosidad amarga. Se levantó una nueva estrella en el cielo de su destino, estrella cuyos rayos trémulos penetran en el santuario de su conciencia y le iluminan lo más recóndito. En las inteligencias de cultura elevada hace vivero la desgracia: cada dolor es un surco donde se levanta un sembradío de virtud y de belleza.
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No hay progreso posible sin observación atenta de nosotros mismos. Es necesario vigilar todos nuestros actos impulsivos para llegar a saber en que sentido debemos dirigir nuestros esfuerzos para perfeccionarnos. Primero, regular la vida física, reducir las exigencias materiales a lo necesario, a fin de garantir la salud del cuerpo, instrumento indispensable para el desempeño de nuestro papel terrestre. Después de disciplinar las impresiones, las emociones, ejercitándonos en dominarlas, en utilizarlas como agentes de nuestro perfeccionamiento moral; aprender principalmente a olvidar, a hacer el sacrificio del "yo", a desprendernos de todo sentimiento de egoísmo.
La verdadera felicidad en este mundo está en la proporción del olvido propio. No basta creer y saber, es necesario vivir nuestra creencia, o sea, hacer entrar en la práctica diaria de la vida los principios superiores que adoptamos; es necesario habituarnos a comulgar por el pensamiento y por el corazón con los Espíritus eminentes que fueron los reveladores, con todas las almas elite que sirvieron de guías a la Humanidad, vivir con ellas en una intimidad cotidiana, inspirarnos en sus vistas y sentir su influencia por la percepción íntima que nuestras relaciones con el mundo invisible desarrolla.
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Concentremos pues, muchas veces, nuestros pensamientos, para dirigirlos por la voluntad en dirección al ideal soñado. Meditemos en él todos los días, a la hora cierta, de preferencia por la mañana, cuando todo está sosegado y reposa aun a nuestro alrededor, en ese momento al que el poeta llama "la hora divina", cuando la Naturaleza, fresca y descansada, despierta para las claridades del día.
En las horas matinales, el alma, por la oración y por la meditación, se eleva con más fácil impulso hasta las alturas de donde se ve y comprende que todo - la vida, los actos, los pensamientos - está unido a alguna cosa grande y eterna y que habitamos un mundo en que potencias invisibles viven y trabajan con nosotros. En la vida más simple, en la tarea más modesta, en la existencia más apagada, se muestran, entonces, voces profundas, una reserva de ideal, fuentes posibles de belleza. Cada alma puede crear con sus pensamientos una atmósfera espiritual tan bella, tan resplandeciente, como en los paisajes más encantadores; y en la morada más mezquina, en el más miserable tugurio, hay grietas para Dios y para el Infinito.


Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL

Revelación por el dolor

El Problema del Ser y del destino

León Denis

Capitulo XXVI

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Si el Universo no es más que un campo cerrado, únicamente accesible a las fuerzas caprichosas y ciegas de la Naturaleza, una odiosa fatalidad que nos tritura; si no hay en él ni conciencia, ni justicia, ni bondad, entonces el dolor no tiene sentido, no tiene utilidad, no admite consuelo; sólo resta imponer silencio a nuestro corazón despedazado, porque sería pueril y vano importunar a los hombres y al Cielo con nuestros lamentos.

Para todos aquellos cuya vida es limitada por los estrechos horizontes del materialismo, el problema del dolor es insoluble; no hay esperanza para aquel que sufre.
No es verdaderamente cosa extraña la impotencia de tantos sabios, filósofos, pensadores, desde hace millares de años, para explicar y consolar el dolor, para hacernos aceptarlo cuando es inevitable. Unos lo negaron, lo que es pueril; otros aconsejaran el olvido, la distracción, lo que es vano, lo que es cobarde, cuando se trata de la pérdida de los que amamos. En general, nos han enseñado a temerlo, a recelar y a detestarlo. Bien pocos lo han comprendido, bien pocos lo han explicado.
...
Juzgáis sufrir solos, pero no es así. Junto a vosotros, a vuestro alrededor y hasta en la extensión sin límites, hay seres que vibran con vuestro sufrir y participan de vuestro dolor. No lo tornéis demásiado vivo, por amor a ellos. Al dolor, a la tristeza humana, Dios dio por compañera a la simpatía celeste, y esa simpatía toma muchas veces la forma de un ser amado que, en los días de pruebas baja lleno de solicitud y recoge cada una de nuestros dolores para con ellos tejernos una corona de luz en el Espacio.
Cuantos esposos, novios, amantes, separados por la muerte, viven en nueva unión más estrecha e infinita. En las horas de aflicción, el Espíritu de un padre, de una madre, todos los amigos del Cielo se inclinan a nosotros y nos bañan la frente con sus fluidos suaves y afectuosos; nos envuelven los corazones en tibias palpitaciones de amor.
Cómo entregarnos al mal o a la desesperación, en presencia de tales testigos, ciertos de que ellos ven nuestras inquietudes, leen nuestros pensamientos, nos esperan y se aprontan para recibirnos en los umbrales de la Inmensidad.
AL dejar la Tierra, iremos a encontrarlos a todos y con ellos, todavía un mayor número de Espíritus amigos, que habíamos olvidado durante nuestra estada en la Tierra, la multitud de aquellos que compartieran nuestras vidas pasadas y componen nuestra familia espiritual.
Todos nuestros compañeros del gran viaje eterno se agruparan para acogernos, no como pálidas sombras, vagos fantasmás, animados de una vida indecisa y sí en la plenitud de sus facultades aumentadas, como seres activos, continuando a interesarse por las cosas de la Tierra, tomando parte en la obra universal, cooperando en nuestros esfuerzos, en nuestros trabajos, en nuestros proyectos.
Los lazos del pasado se reataran con mayor fuerza. El amor, la amistad, la paternidad, en otro tiempo esbozado en múltiples existencias, se cimentaran con los compromisos nuevos tomados, en vista del futuro, a fin de aumentar incesantemente y de elevar a la suprema potencia los sentimientos que nos unen a todos. Y las tristezas de las separaciones pasajeras, el alejamiento aparente de las almas, causado por la muerte, se fundirán en efusiones de felicidad en el éxtasis de los regresos y de las reuniones inefables.
No deis, ningún crédito a las sombrías doctrinas que os hablan de leyes inflexibles o sino de condenación, de infierno y paraíso, alejando unos de otros y para siempre de aquellos que se amaran. No hay abismo que el amor no pueda llenar. Dios, que es todo amor, no podía condenar a la extinción el sentimiento más bello, el más noble de todos los que vibran en el corazón del hombre. El amor es inmortal como la propia alma.
En las horas de sufrimiento, de angustia, de desaliento, concentras y por invocación ardiente, atraed a vosotros los seres que fueron, como nosotros, hombres y que son ahora Espíritus celestes y fuerzas desconocidas penetraran en vosotros y os ayudarán a soportar vuestras miserias y males.
Hombres, pobres viajeros que recorréis penosamente la subida dolorosa de la existencia, sabed que por todas partes en nuestro camino seres invisibles, poderosos buenos, caminan a nuestro lado. En los pasajes difíciles sus fluidos amparadores sustentan nuestra marcha vacilante. Abridles vuestras almas, poned vuestros pensamientos de acuerdo con los suyos y luego sentiréis la alegría de su presencia; una atmósfera de paz y bendición os envolverá; suaves consuelos bajaran para vosotros.
...
En medio de las pruebas, las verdades que acabamos de recordar no nos dispensan de las emociones y de las lágrimas; seria contra la Naturaleza. Os enseñaran por lo menos a no murmurar, a no quedar abatidos bajos el peso del dolor, alejan de nosotros los funestos pensamientos de rebeldía, de desesperación o de suicidio que muchas veces pululan en el cerebro de los nihilistas. Si continuamos llorando, es sin amargura y sin blasfemia.
Aun cuando se trata del suicidio de jóvenes arrebatados por el ardor de sus pasiones, ante el dolor inmenso de una madre, el nuevo Espiritualismo no queda impotente, derrama también la esperanza en los corazones angustiados, proporcionándoles, por la oración y por el pensamiento ardiente, la posibilidad de aliviar esas almas, que flotan o quedan agarradas por sus fluidos groseros en las tinieblas espirituales, entre la Tierra y el Espacio, a los medios donde vivieran; les atenúa la aflicción, diciéndoles que nada hay de irreparable, nada definitivo en el mal. Toda evolución contrariada retoma su curso cuando el culpable pagó su deuda a la justicia.
Por todas partes y en toda esa doctrina nos ofrece una base, un punto de apoyo, donde el alma puede levantar vuelo hacia el futuro y consolarse de las cosas presentes con la perspectiva de las futuras. La confianza y la fe en nuestros destinos proyectan a nuestro frente una luz que ilumina el sendero de la vida, nos fija el deber, ensancha nuestra esfera de acción y nos enseña como debemos proceder con los otros. Sentimos que hay en el Universo una fuerza, un poder, una sabiduría incomparables y sentimos también que nosotros mismos formamos parte de esa fuerza de ese poder del que descendemos.
Comprendemos que el proyecto de Dios para nosotros, su plan, su obra, su objetivo, todo tiene principio y origen en su amor. En todas las cosas Dios quiere nuestro bien y para alcanzarlo sigue caminos, ora claros, ora misteriosos, constantemente apropiados a nuestras necesidades. Si nos separa de aquellos que amamos, es para hacernos encontrar más vivas las alegrías del regreso. Si deja que pasemos por decepciones, abandonos, enfermedades, reveses, es para obligarnos a despegar la vista de la Tierra y elevarla hacia Él, a buscar alegrías superiores a aquellas que podemos probar en este mundo.
El Universo es Justicia, es Amor. En la espiral infinita de las ascensiones, la suma de los sufrimientos, divina alquimia, se convierte, allá en cumbre, en ondas de luz y torrentes de felicidad. ¿No habéis notado en el fondo de ciertos dolores un amargor particular tan característico que no es posible dejar de reconocer una intervención benéfica? Algunas veces el alma herida ve brillar una claridad desconocida, es más viva cuanto mayor es el desastre. Con un sólo golpe del dolor se levanta a tales alturas donde serian necesarios veinte años de estudios y esfuerzos para llegar.
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Hombre, hermano mío, aprende a sufrir, porque el dolor es santo. El es el más noble agente de la perfección. Penetrante y fecundo, es indispensable a la vida de todo aquel que no quiere quedar petrificado en el egoísmo y en la indiferencia. Es una verdad filosófica que Dios envía el sufrimiento a aquellos a quienes ama: "Yo soy esclavo, mutilado, decía Epicteto, otro Irus en pobreza y miseria y todavía amado de los dioses."
Aprende a sufrir. No te diré: busca el dolor. Pero cuando él se yergue inevitable en tu camino, acógelo como a un amigo. Aprende a conocerlo, a apreciar su belleza austera, a entender sus secretas enseñanzas. Estudia su obra oculta. En vez de revelarte contra él, o en vez, de quedar postrado, inerte y débil ante su acción, asocia tu voluntad, tu pensamiento al blanco que él visa, trata de sacar de ella, en su paso por tu vida, todo el provecho que él puede ofrecer al espíritu y el corazón.
Esfuérzate por ser a tu turno un ejemplo para los otros; por tu actitud ante el dolor, por el modo voluntario y corajudo con que lo aceptes, por tu confianza en el futuro, hazlo más aceptable a los ojos de los otros.
En una palabra, haz al dolor más bello. La armonía y la Belleza son leyes universales y en ese conjunto, el Dolor tiene su papel estético. Seria pueril rabiarnos contra este elemento necesario a la belleza del mundo. Exaltémoslo antes, con visión y esperanzas más elevadas. Veamos en él el remedio para todos los vicios, para todas las decadencias, para todas las caídas.
Vosotros que os dobláis bajo el peso del fardo de vuestras pruebas o que lloráis en silencio, acontezca lo que acontezca, nunca os desesperéis. Recordaos de que nada sucede de balde, ni sin causa; casi todas nuestros dolores vienen de nosotros mismos, de nuestro pasado y nos abren los caminos del Cielo. El sufrimiento es un iniciador; nos revela el sentido grave, el lado serio e imponente de la vida. Esta no es una comedia frívola, es una tragedia conmovedora; es la lucha para la conquista de la vida espiritual y en esa lucha, lo mayor que hay es la resignación, la paciencia, la firmeza, el heroísmo. En el fondo, las leyendas alegóricas de Prometeo, de los Argonautas, dos Nibelungos, los misterios sagrados del Oriente no tienen otro sentido.
...

Vivimos en tiempos de crisis. Para que las inteligencias se abran a las nuevas verdades, para que los corazones hablen, serán necesarios avisos ruidosos; serán precisas las duras lecciones de la adversidad.
Conoceremos días sombríos y períodos difíciles. La desgracia aproximará a los hombres sólo el dolor les hará verdaderamente sentir que son hermanos.

Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL