jueves, 30 de mayo de 2013

Las expiaciones colectivas

Obras Póstumas

Allan Kardec

Primera parte: RAZONADA PROFESIÓN DE FE ESPIRITISTA

Cuestión: El Espiritismo nos explica perfectamente la causa de los sufrimientos individuales, como consecuencias inmediatas de las faltas cometidas en la existencia presente o expiación del pasado. Pero dado que nadie ha de ser responsable más que de sus propias faltas, son menos explicables las desgracias colectivas que abrazan a las aglomeraciones de individuos, como a veces a toda una familia, ciudad, nación o raza, desgracias que comprenden así a los buenos como a los malos, a los inocentes como a los culpables.
Respuesta: Todas las leyes que rigen al universo, ya sean físicas, ya morales, así materiales como intelectuales, han sido descubiertas, estudiadas y comprendidas, procediéndose del estudio del individuo y de la familia al de todo el conjunto, generalizando gradualmente y comprobando la universalidad de los resultados.
Lo mismo sucede hoy con las leyes que el estudio del Espiritismo ha dado a conocer, y podéis aplicar, sin temor de equivocaros, las leyes que rigen al individuo, a la familia, a la nación, a las razas y al conjunto de los habitantes de los mundos, que son individualidades colectivas. El individuo, la familia y la nación cometen faltas y cada una de ellas, cualquiera que sea su carácter, se expía en virtud de una misma ley. El asesino expía respecto de su victima, ora hallándose en su presencia en el espacio, ora viviendo en contacto con ella en una o muchas existencias sucesivas, hasta la reparación de todo el mal causado. Otro tanto acontece, tratándose de crímenes cometidos solidariamente por un cierto número de personas. Las expiaciones son solidarias, lo que no reduce la expiación simultánea de las faltas individuales.
Cada hombre reúne tres caracteres: el de individuo o ser en si mismo, el de miembro de la familia, y, en fin, el de ciudadano. Bajo cada una de estas fases, puede ser criminal o virtuoso, es decir, que pueden ser virtuosos, como padre de familia y criminal al mismo tiempo que como ciudadano, y viceversa, y de aquí las situaciones especiales en que se encuentra en sus existencias sucesivas.
Salvo las excepciones, puede, pues, admitirse como regla general, que todos aquellos a quienes une, en una existencia, una empresa común, han vivido ya juntos trabajando en el logro del mismo resultado, y que volverán a encontrarse juntos en el porvenir hasta que hayan alcanzado su fin, es decir, hasta que hayan expiado su pasado o cumplido la misión aceptada.
Gracias al Espiritismo, ya comprendéis la justicia de las pruebas que no derivan de los actos de la vida presente, pues os decís que son el pago de deudas pasadas. ¿Y por qué no ha de ser lo mismo en las pruebas colectivas? Decís que las desgracias generales alcanzan así al inocente como al culpable: pero; ¿no sabéis que el inocente de hoy puede ser el culpable de ayer? Ya sea castigado individual, ya colectivamente, es porque lo merece. Y además, según hemos dicho, hay faltas del individuo y, del ciudadano, y las expiaciones del uno no absuelven al otro, pues toda deuda ha de ser pagada hasta el último óbolo. Las virtudes de la vida privada no son las mismas que las de la pública, y tal, que es un excelente ciudadano, puede ser muy mal padre de familia, y aquí, que es buen padre de familia, probo y honrado en sus negocios, puede ser un mal ciudadano, haber atizado el fuego de la discordia, oprimido al débil y manchado su mano con crímenes de lesa sociedad. Estas faltas colectivas son las que expían colectivamente los individuos que a ellas han concurrido, los cuales vuelven a encontrarse para sufrir juntos la pena del Talión, o tener ocasión de reparar el mal que han hecho, probando su amor a la cosa pública, socorriendo y asistiendo a los que maltrataron en otro tiempo. Lo que sin la preexistencia del alma es incomprensible e irreconciliable con la justicia de Dios, pasa a ser claro y lógico una vez conocida aquella ley.
 
Cuestión: La solidaridad, que es el verdadero lazo social, no solo comprende al presente, sino que se extiende al pasado y porvenir, puesto que las mismas individualidades se han encontrado, se encuentran y se encontrarán para subir juntos la escala del progreso, prestándose mutuo auxilio. Esto lo hace comprender el Espiritismo por la equitativa ley de la reencarnación y la continuación de relaciones entre los mismos seres. CLELIE DUPLANTIER.
 
Observación: Si bien esta comunicación entra en los principios conocidos de la responsabilidad del pasado y la continuación de relaciones entre los Espíritus, contiene una idea, hasta cierto punto nueva y de gran importancia. La distinción que establece entre la responsabilidad de las faltas individuales y las colectivas, de las de la vida privada y pública, de la razón de ciertos hechos poco comprendidos aun; y demuestra de un modo mas fijo la solidaridad que une entre sí a los seres y generaciones.
A menudo se renace, pues, en la misma familia, o cuando- menos, los miembros de una misma familia renacen juntos para constituir otra nueva en diferente posición social, con el fin de estrechar los lazos de efecto o reparar culpas reciprocas. Por consideraciones de orden más general, se renace a menudo en el mismo centro, en la misma nación, en la misma raza, ya por simpatía, ya para continuar, con los elementos que se han elaborado, los estudios hechos, para perfeccionarse y proseguir trabajos empezados y que la brevedad de la vida o las circunstancias no permitieron concluir. Esta reencarnación en el mismo centro es la causa del carácter distintivo de los pueblos y de las razas; pues, mejorándose progresivamente, los individuos conservan, sin embargo, el matiz primitivo, hasta que el progreso los transforma completamente.
Los franceses de hoy, son, pues, los del siglo último, los de la Edad Media, los de los tiempos druídicos; son los exactores y las victimas del feudalismo, los que esclavizaron a los pueblos y han luchado por emanciparse, los cuales se hallan en la Francia transformada, donde los unos expían en la humillación el orgullo de raza y los otros disfrutan del producto de su trabajo. Cuando se piensa en todos los crímenes de aquellos tiempos en que ningún respeto se tenía a la vida de los hombres y al honor de las familias, en que el fanatismo levantaba hogueras en honor de la divinidad; cuando se piensa en todos los abusos del poder, en todas las injusticias que se cometían con mengua de los mas sagrados derechos naturales, ¿quién puede estar cierto de no haber sido mas o menos participe y quién debe admirarse de ver grandes y terribles expiaciones colectivas?

Pero de semejantes convulsiones sociales resulta siempre un mejoramiento; los Espíritus se adoctrinan con la experiencia; la desgracia es el estímulo que los conduce a buscar remedio al mal; reflexionan en la erraticidad, toman nuevas resoluciones y cuando se reencarnan, proceden con más acierto de generación en generación.
No puede dudarse que hay familias, ciudades, naciones y razas culpables; porque, dominadas por el orgullo, el egoísmo, la ambición y la codicia, van por el mal camino y hacen colectivamente lo que aisladamente un individuo. Así se ve que una familia se enriquece a expensas de otra, que un pueblo subyuga a otro pueblo, llevando la desolación y la ruina, y que una raza quiere anonadar a otra. He aquí por que hay familias, pueblos y razas sobre las que pesa la pena del Talión. "Quien mate con espada morirá por espada", dijo el Cristo; y estas palabras pueden traducirse: El que ha derramado sangre verá derramada la suya; el que ha llevado la tea incendiaria a la casa ajena, la verá aplicada a la suya; el que ha despojado lo será también; el que ha esclavizado y maltratado al débil, será débil, esclavizado y maltratado, ya sea un individuo, una nación o una raza, porque los miembros de una individualidad colectiva son solidarios así del mal como del bien que se haga en común.
Mientras que el Espiritismo dilata el campo de la solidaridad, el materialismo la reduce a las mezquinas dimensiones de la existencia efímera de un hombre. La trueca en un deber social sin raíces, sin más sanción que la buena voluntad y el interés personal del momento, la convierte en una máxima filosófica, cuya práctica por nadie es impuesta. Para el Espiritismo, la solidaridad es un hecho que descansa en una ley universal de la naturaleza, que enlaza a todos los seres del pasado, del presente y del porvenir, a cuyas consecuencias nadie puede esquivarse. Esto puede comprenderlo cualquiera, por ignorante que sea.
Cuando todos los hombres conozcan el Espiritismo, comprenderán la verdadera solidaridad, y en consecuencia la fraternidad verdadera. La solidaridad y la fraternidad no serán entonces deberes de circunstancias, predicados con suma frecuencia más en interés propio que en el ajeno. El reino de la solidaridad y de la fraternidad será forzosamente el de la justicia para todos y el reino de la justicia será el de la paz y de la armonía entre los individuos, familias, pueblos y razas.
¿Llegaremos a poseerlo? Dudarlo equivaldría a negar el progreso. Si se compara la sociedad actual en las naciones civilizadas, con lo que era en la Edad Media, ciertamente es grande la diferencia; y si, pues, los hombres han progresado hastan ahora, ¿por qué habían de detenerse? Visto el camino que han recorrido de un siglo únicamente a esta parte, puede juzgarse del que recorrerán dentro de otro.
Las convulsiones sociales son la brega de los Espíritus encarnados con el mal que los comprime, el indicio de sus aspiraciones hacia ese reino de la justicia de que están sedientos, sin que se den, empero, exacta cuenta de lo que quieren y de los medios de lograrlo. He aquí por qué bregan, se agitan, destruyen a diestro y siniestro, crean sistemas, proponen remedios más o menos utópicos, hasta cometen mil injusticias por espíritu de justicia, según dicen, esperando que de tal movimiento salga quizás algo. Mas tarde, definirán mejor sus aspiraciones y el camino será iluminado.
Cualquiera que penetre hasta el fondo los principios del Espiritismo filosófico, que considere los horizontes que nos descubre, las ideas que hace nacer y los sentimientos que desarrolla, no puede dudar de la parte preponderante que ha de tomar en la regeneración, pues lo conduce precisamente y por la fuerza de las cosas, al objeto a que aspira la humanidad: al reino de la justicia por medio de la extinción de los abusos que han entorpecido sus progresos y por la moralización de las masas. 
...

Cualquiera que sea la influencia que algún día haya de ejercer el Espiritismo en el porvenir de las sociedades, no quiere decirse que sustituirá su autocracia a otra, ni que impondrá leyes. Y esto porque, proclamando el derecho absoluto de la libertad de conciencia y del libre examen en materia de fe, quiere ser como creencia libremente aceptado, por convicción y no por violencia. Por su naturaleza, no puede ni debe ejercer ninguna presión: proscribiendo la fe ciega, quiere ser comprendido; para él no existen misterios, sino una fe razonada, apoyada en hechos y amante de la luz; y no rechaza ninguno de los descubrimientos de la ciencia, ya que ésta es la recopilación de las leyes de la naturaleza, y que siendo de Dios semejantes leyes, rechazar la ciencia sería lo mismo que rechazar la obra de Dios.
Consistiendo, en segundo lugar, la acción del Espiritismo en su poder moralizador, no puede tomar ninguna forma autocrática, pues haría entonces lo mismo que condena. Su influencia será preponderante por las modificaciones que introducirá en las ideas, opiniones, carácter, hábitos de los hombres y relaciones sociales, influencia tanto mayor cuanto que no será impuesta. El Espiritismo, poderoso como filosofía, no podría menos que perder, en este siglo de raciocinio, transformándose en poder temporal. No será él, pues, quien hará las instituciones sociales del mundo regenerado, sino los hombres bajo el imperio de las ideas de justicia, caridad, fraternidad y solidaridad, mejor comprendidas a causa del Espiritismo.
El Espiritismo, esencialmente positivo en sus creencias, rechaza toda clase de misticismo, a menos que bajo este nombre se comprenda, como hacen los que en nada creen, toda idea espiritualista de la creencia en Dios, en el alma y en la vida futura. Cierto que induce a los hombres a que se ocupen seriamente de la vida espiritual, porque esta es la vida normal, y en ella deben realizarse sus destinos, pues la vida terrestre solo es transitoria y pasajera. Por las pruebas que da de la vida espiritual, les enseña a no dar a las cosas de este mundo más que una importancia relativa, dándoles así fuerza y valor para soportar con paciencia las vicisitudes de la vida terrestre. Pero enseñándoles que, al morir, no dejan definitivamente este mundo, que pueden volver a él a perfeccionar su educación intelectual y moral, a menos que estén bastante adelantados para merecer un mundo mejor, que los trabajos y progresos que aquí realizan o hacen realizar, les serán provechosos a ellos mismos, mejorando su posición futura; les enseña que todos tienen interés en no descuidarlo. Si les repugna volver, como tienen su libre albedrío, depende de ellos hacer lo preciso para ir a otro mundo: pero el Espiritismo advierte a los hombres que no se engañen acerca de las condiciones que puede proporcionarles un cambio de residencia. No lo obtendrán a beneficio de algunas formulas en palabras y en acciones, sino por una reforma seria y radical de sus imperfecciones, modificándose, despojándose de sus malas pasiones, adquiriendo cada día nuevas prendas, enseñando a todos con el ejemplo la línea de conducta que ha de conducir solidariamente a todos los hombres a la dicha, por medio de la fraternidad, la tolerancia y el amor.
La humanidad se compone de personalidades que constituyen las existencias individuales y de generaciones que constituyen las existencias colectivas. Las unas y las otras caminan hacia el progreso por fases variadas de pruebas, que son así individuales para las personas y colectivas para las generaciones. Del mismo modo que para el encarnado cada existencia es un 'paso' hacia adelante, cada generación señala una etapa de progreso para el conjunto, y este es el progreso irresistible que arrastra las masas al mismo tiempo que modifica y transforma en instrumento de regeneración los errores y preocupaciones de un pasado llamado a desaparecer. Pero como las generaciones están compuestas de individuos que han vivido ya en las generaciones precedentes, el progreso de las generaciones es, pues, la resultante del progreso de los individuo.
Pero, ¿quién me demostrará, se dirá acaso, la solidaridad que existe entre la generación actual y las que la han precedido o la seguirán? ¿Cómo podrá probárseme que he vivido en la Edad Media, por ejemplo, y que vendré a tomar parte en los acontecimientos que se verificarán en la serie de los tiempos?
El principio de la pluralidad de existencias ha sido demostrado con frecuencia en las obras fundamentales de la doctrina, para que prescindamos de ocupamos ahora de él. La experiencia y la observación de los hechos de la vida ordinaria prodigan las pruebas físicas y ofrecen la demostración casi matemática de la pluralidad de existencias. Nos limitamos, pues, a suplicar a los pensadores que se fijen en las pruebas morales que resultan del raciocinio y de la inducción.
¿Es absolutamente necesario ver una cosa para creerla? Viendo los efectos, ¿No puede tenerse certeza material de la causa? Fuera de la experimentación, el único camino legitimo que se abre a esta investigación, es el de remontarse del efecto a la causa. La justicia nos ofrece un ejemplo muy notable de este principio, cuando se dedica a descubrir los indicios de los medios que han servido para la perpetración de un delito y las intenciones que agravan la culpabilidad del malhechor. Este no ha sido cogido in fraganti, y sin embargo, es condenado por los indicios.
La ciencia, que se vanagloria de proceder siempre por experiencia, afirma diariamente principios que no son más que inducciones de causas de las que solo conoce los efectos.
En Geología se determina la edad de las montañas. ¿Y han asistido los geólogos al levantamiento de aquellas, han visto formarse las capas de sedimento que determinan semejante edad?
Los conocimientos astronómicos, físicos y químicos permiten apreciar el peso de los planetas, su densidad, volumen y velocidad que los anima, así como la aturaleza de los elementos que los componen. Los sabios, sin embargo, no han podido experimentar directamente, y a la analogía e inducción debemos tan bellos
y preciosos descubrimientos.
Los primeros hombres, aceptando el testimonio de los sentidos, afirmaban que era el sol el que giraba al rededor de la tierra. Semejante testimonio les engañaba empero y el raciocinio ha prevalecido.
Otro tanto suceder con los principios preconizados por el Espiritismo, desde el momento que se quiera estudiarlos sin prevención, y entonces será cuando la humanidad entrará verdadera y rápidamente en la era de progreso y regeneración, porque no sintiéndose los individuos aislados entre dos abismos, lo desconocidodel pasado y la incertidumbre del porvenir, trabajaran con ardor en perfeccionar y multiplicar los elementos de felicidad que son obra suya; porque reconocerán que no deben a la casualidad la posición que ocupan en el mundo, y disfrutarán en el porvenir y con mejores condiciones del resultado de sus trabajos y desvelos; porque el Espiritismo, en fin, les enseñará que, si las faltas cometidas colectivamente se expían solidariamente, los progresos realizados en común son asimismo solidarios; y en virtud de este principio desaparecerán las disensiones de razas, de familias y de individuos; y ya fuera la humanidad de los pañales de la infancia, caminar rápida y virilmente a la conquista de sus verdaderos destinos.

Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL

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