jueves, 8 de enero de 2015

Mediumnidad

ADAPTACIÓN PSÍQUICA

Edgard Armond


CAPÍTULO 21
Cualquiera que sea, no obstante, la naturaleza de la mediumnidad, el trabajo de desarrollo debe siempre comenzar por un período preparatorio que denomino –a falta de un término mejor– de adaptación psíquica.
Todo médium de prueba es, por regla general, un individuo perturbado, en los primeros tiempos, porque él, por si mismo, es un Espíritu deudor, y la prueba a la que se somete es de resistencia y de combate a elementos espirituales inferiores, correspondientes a las propias faltas.
La encarnación, por otra parte, no se le brinda para que el individuo repose, tenga bienestar o comodidades, sino únicamente para que luche, se renueve y evolucione moralmente.
La mediumnidad, en estos casos, comienza a manifestarse desde el principio, bajo la forma de perturbaciones da variada naturaleza, tanto físicas como psíquicas. Molestias de todo orden, que resisten a los más variados tratamientos; alternaciones físicas incomprensibles por causas desconocidas que desafían la competencia y la argucia de la medicina; complicaciones de las más variadas, con reflejos en la vida subjetiva, que la medicina descarta, impotente, para el lado del vago-simpático y de los malestares alérgicos, los que deben entonces cargar con la paternidad de toda una sintomatología compleja e indefinible de nerviosidades, angustias y depresiones; o bien de alteraciones, ya del mundo mental, como temores, misantropía, alejamiento de la vida, manías, amnesias, etcétera, o también perturbaciones más graves que requieren aislamiento en sanatorios.
Lo cierto es que, en el fondo de todas esas perturbaciones y en una gran proporción, existe siempre ese factor – mediumnidad– como causa determinante y, por lo tanto, pasible de su regularización.
Y declarase desde ahora que todas estas anormalidades, en ese estado inicial, son propias de las circunstancias, ocurriendo justamente para ponerse en evidencia y llamar la atención del individuo para su condición de médium y que, en el caso de que las advertencias no sean tenidas en cuenta, por escepticismo, ignorancia, pre-conceptos sociales o religiosos, van creciendo de volumen e intensidad, pudiendo llevar al individuo a extremos realmente lamentables.
Por otra parte, en la mayoría de los casos, provienen de otras sectas o del materialismo, y necesitan un período preparatorio durante el cual toman contacto con la nueva situación, con la Doctrina, con sus protectores espirituales, etcétera, antes de pasar al desarrollo propiamente dicho. De ahí la necesidad imperiosa de esa fase de adaptación psíquica.
Ese período preparatorio busca, pues, justamente, promover el equilibrio general, orgánico y psíquico, disciplinar la causa perturbadora y dar al médium un cierto e inicial
autodominio, armonía y serenidad internas.
La mediumnidad de prueba, como vimos, tiene hondos reflejos en el organismo físico, pero aun así, cuando por la
violencia de las manifestaciones o por su antigüedad, haya sido el organismo lesionado, el tratamiento beneficia al médium, restableciendo la función de los órganos o, por lo menos, restringiendo los efectos de las perturbaciones.
Mas ¿cuáles son los agentes de esas perturbaciones?
Todos lo sabemos: defectos morales propios e influencias directas o indirectas de fuerzas y entidades espirituales inferiores ligadas al caso personal y que así cumplen también su papel como elementos cooperadores que son, incluso inconscientes, de los protectores individuales y de las entidades responsables, que dirigen a los hombres y a los mundos en su elevada tarea de ejecutores de las leyes divinas.
Es necesario, pues, que se inicie enseguida el debido tratamiento, cuyos principales factores son: el ambiente, la corriente y el tratamiento directo, que puede ser resumido en los pases, en las radiaciones, en las sesiones de curas espirituales, en las radiaciones a distancia y en las de esclarecimiento y de evangelización personal.
Examinemos cada uno de ellos separadamente.

EL AMBIENTE
Nos referimos tanto al ambiente individual, a la atmósfera, digamos así, en el que vive el médium, como al de las reuniones que frecuenta.
El ambiente individual debe ser creado y mantenido por el propio interesado, tanto cuanto le sea posible. Cada uno de nosotros vive dentro de su propio mundo, lo lleva consigo y lo alimenta constantemente con sus propios pensamientos y actos; y el conjunto de esos mundos individuales forma el mundo exterior colectivo, que es el escenario donde todos se mueven y representan los más variados papeles. Cada uno ve, siente y comprende ese mundo exterior de una cierta manera, según su propia capacidad de ver, sentir y comprender, y según el modo como reacciona a sus influencias.
El médium tiene que formar para sí un mundo individual bien equilibrado y armónico, bien claro y bien metódico, donde las cosas materiales y espirituales estén inteligentemente reguladas, cada una en su debido lugar, ejerciendo su acción en el tiempo debido, sin atropello y sin predominancias arbitrarias.
Por efecto de su propia mediumnidad, hay en él una fuerte tendencia a dejarse absorber por las cosas del campo espiritual, con menoscabo del mundo físico; no obstante, en ese período preparatorio, cuando busca antes que nada el equilibrio, es necesario evitar esos desbordes para que pueda continuar cumpliendo normalmente sus deberes y compromisos materiales.

Se percibe, pues, por lo dicho, que debe huir de las cosas que ofenden la sensibilidad y deprimen e irritan al Espíritu; de las frivolidades que relajan las energías morales; de los espectáculos don
de las pasiones inferiores se desencadenan frenéticamente.
Necesita, por otra parte, crear un ambiente hogareño favorable, pacífico, evitando las discusiones estériles y los desentendimientos, y sufriendo las contrariedades inevitables con paciencia y tolerancia evangélicas.
Como padre, como hermano o como hijo, mas, sobre todo, como esposo, debe vivir en su hogar como un ejemplo vivo de pacificación, de moralidad, de sensatez y de buena voluntad.
No debe olvidar que, en su calidad de médium de prueba, aún no desarrollado o mejor dicho, no educado, representa siempre una puerta abierta a las influencias perniciosas de grado inferior que, por su intermedio, afectan comúnmente a los individuos con quienes convive, y en especial a los niños.
Y, en cuanto a su vida social, debe ejercer sus deberes con rigor y honestidad, cuidándose, principalmente, de no dejarse contaminar por las influencias malévolas naturales de los medios con los que se ponen en contacto individuos de toda especie, sin homogeneidad de pensamientos, creencias, educación y sentimientos.
Es muy difícil, en los tiempos que corren, conservar el equilibrio y mantener la armonía en la vida de relación con los semejantes, porque el mundo pasa por una transición profunda en la que todos los valores morales están siendo invertidos, cayéndose en la degradación, y porque el médium, además de las perturbaciones exteriores que debe enfrentar, también posee las de su propio Espíritu, carente siempre, de virtudes sustentadoras.
Por eso, tiene que emplear un mayor esfuerzo que el común de los hombres para vivir con rectitud y mantener la comunión con lo Invisible, porque sin esa comunión, debidamente seleccionada y purificada, no soportará el peso de las cosas del mundo ni superará sus obstáculos.
Sin embargo, y por eso mismo, los médiums reciben una mayor ayuda: tienen mayor facilidad y frecuencia en los contactos con lo invisible y, en una gran medida, desciende sobre ellos la asistencia de lo Alto siempre que, bien entendido, se esfuercen, orando y vigilando, para cumplir devotamente sus deberes.
En cuanto a las reuniones doctrinarias que frecuenta, debe huir de aquellas cuyas prácticas y objetivos demuestran ignorancia o superstición, porque en ellas hallará forzosamente fuerzas negativas que es conveniente evitar.
Seleccione, pues, las reuniones que frecuenta y en aquella donde se sienta mejor, más reconfortado, más amparado por lo invisible, más sereno y confiado y más fortificado en sus buenos sentimientos; donde sienta bienestar espiritual, durante y después de los trabajos; en aquella, principalmente, que tenga carácter evangélico y esté exenta de artificios, explotación por dinero, exteriorizaciones grotescas e inútiles, allí permanezca
y considérela merecedora de su concurso.
La asistencia a las buenas reuniones es necesaria, mas cuando ello no pueda conseguirse, sea por el estado de agitación, descontrol o rebeldía del médium, o sea por inexistencia, en el lugar, de tales reuniones –como ocurre a veces en el interior o en pleno campo– organice entonces, en su propio hogar doméstico, reuniones simples e íntimas, destinadas a ese fin y dirigidas por quien se sienta más capacitado para hacerlo.
Aunque no se dé a esas reuniones el carácter de sesión espirita, conforme a como a ésta se la entiende, bastará que haya una concentración y oraciones, para que el médium, apoyado en estos elementos de protección y reconforto, reciba enseguida la necesaria asistencia espiritual que nunca le será negada de lo Alto.
En todos los casos, un buen ambiente de trabajo espiritual es de capital importancia.

Continuará...

Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL