El problema del Ser y del destino
León Denis
CAPITULO XXIV
El pensamiento, decíamos, es creador. No actúa solo alrededor de nosotros, influenciando a nuestros semejantes hacia el bien o hacia el mal; actúa principalmente en nosotros; genera nuestras palabras, nuestras acciones y con él, construimos, día a día, el edificio grandioso o miserable de nuestra vida presente y futura.
Modelamos nuestra alma y su envoltorio con nuestros pensamientos; estos producen formas, imágenes que se imprimen en la materia sutil, de la que el cuerpo fluídico está compuesto. Así, poco a poco, nuestro ser se puebla de formas frívolas o austeras, graciosas o terribles, groseras o sublimes; el alma se ennoblece, embellece o crea una atmósfera de fealdad. Según el ideal que visa, a llama interior se aviva u oscurece.
No hay asunto más importante que el estudio del pensamiento, sus poderes y acción. Es la causa inicial de nuestra elevación o de nuestro rebajamiento; prepara todos los descubrimientos de la Ciencia, todas las maravillas del Arte, y también todas las miserias y todas las vergüenzas de la Humanidad. Según el impulso dado, funda o destruye las instituciones como los imperios, los caracteres como las conciencias. El hombre sólo es grande, sólo tiene valor por su pensamiento; por él sus obras irradian y se perpetúan a través de los siglos.
No hay asunto más importante que el estudio del pensamiento, sus poderes y acción. Es la causa inicial de nuestra elevación o de nuestro rebajamiento; prepara todos los descubrimientos de la Ciencia, todas las maravillas del Arte, y también todas las miserias y todas las vergüenzas de la Humanidad. Según el impulso dado, funda o destruye las instituciones como los imperios, los caracteres como las conciencias. El hombre sólo es grande, sólo tiene valor por su pensamiento; por él sus obras irradian y se perpetúan a través de los siglos.
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Las vibraciones de nuestros pensamientos, de nuestras palabras, renovándose en sentido uniforme, expulsan de nuestro envoltorio los elementos que no pueden vibrar en armonía con ellas; atraen elementos similares que acentúan las tendencias del ser. Una obra, muchas veces inconsciente, se elabora; mil obreros misteriosos trabajan en la sombra; en las profundidades del alma se esboza un destino entero; en su ganga el diamante se purifica o pierde el brillo.
Si meditáramos en asuntos elevados, en la sabiduría, en el deber, en el sacrificio, nuestro ser se impregna, poco a poco, de las cualidades de nuestro pensamiento. Es por eso que la oración improvisada, ardiente, el impulso del alma hacia las potencias infinitas, tiene tanta virtud. En ese diálogo solemne del ser con su causa, el influjo de lo Alto nos invade y despierta sentidos nuevos. La comprensión, la conciencia de la vida aumenta y sentimos, mejor de lo que se puede expresar, la gravedad y la grandeza de la más humilde de las existencias. La oración, la comunión por el pensamiento con el universo espiritual y divino es el esfuerzo del alma hacia la Belleza y hacia la Verdad eternas; es la entrada, por un instante, en las esferas de la vida real y superior, aquella que no tiene fin.
Si meditáramos en asuntos elevados, en la sabiduría, en el deber, en el sacrificio, nuestro ser se impregna, poco a poco, de las cualidades de nuestro pensamiento. Es por eso que la oración improvisada, ardiente, el impulso del alma hacia las potencias infinitas, tiene tanta virtud. En ese diálogo solemne del ser con su causa, el influjo de lo Alto nos invade y despierta sentidos nuevos. La comprensión, la conciencia de la vida aumenta y sentimos, mejor de lo que se puede expresar, la gravedad y la grandeza de la más humilde de las existencias. La oración, la comunión por el pensamiento con el universo espiritual y divino es el esfuerzo del alma hacia la Belleza y hacia la Verdad eternas; es la entrada, por un instante, en las esferas de la vida real y superior, aquella que no tiene fin.
Si, al contrario, nuestro pensamiento es inspirado por malos deseos, por la pasión, por los celos, por el odio, las imágenes que crea se realizan, se acumulan en nuestro cuerpo fluídico y lo oscurecen. Así, podemos a voluntad hacer en nosotros la luz o la sombra. Es lo que afirman tantas comunicaciones del Más Allá. Somos lo que pensamos, con la condición de pensarlo con fuerza, voluntad y persistencia. Pero casi siempre, nuestros pensamientos pasan constantemente de uno a otro asunto. Pensamos raras veces por nosotros mismos, reflexionamos los mil pensamientos incoherentes del medio en que vivimos. Pocos hombres saben vivir del propio pensamiento, beber en las fuentes profundas, en ese gran reserva de inspiración que cada uno trae consigo, pero que la mayor parte ignora. Por eso crean un envoltorio poblado de las más disparatadas formas. Su Espíritu es como una habitación libre a todos los que pasan. Los rayos del bien y las sombras del mal allá se confunden, en un caos perpetuo. Es el combate incesante de la pasión y del deber en que, casi siempre, la pasión sale victoriosa. Antes que nada, es preciso aprender a fiscalizar los pensamientos, a disciplinarlos, a imprimirles una dirección determinada, un fin noble y digno.
La fiscalización de los pensamientos implica la fiscalización de los actos, porque, si unos son buenos, los otros lo serán igualmente, y todo nuestro procedimiento estará regulado por una concatenación armónica. Mientras que, si nuestros actos son buenos y nuestros pensamientos malos, apenas habrá una falsa apariencia del bien y continuaremos atrayendo a nosotros un foco malo, cuyas influencias, tarde o temprano, se volcarán fatalmente sobre nuestra vida.
La fiscalización de los pensamientos implica la fiscalización de los actos, porque, si unos son buenos, los otros lo serán igualmente, y todo nuestro procedimiento estará regulado por una concatenación armónica. Mientras que, si nuestros actos son buenos y nuestros pensamientos malos, apenas habrá una falsa apariencia del bien y continuaremos atrayendo a nosotros un foco malo, cuyas influencias, tarde o temprano, se volcarán fatalmente sobre nuestra vida.
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El estudio silencioso y recogido es siempre fecundo para el desarrollo del pensamiento. Es en el silencio que se elaboran las obras fuertes. La palabra es brillante, pero degenera demásiadas veces en conversaciones estériles, a veces maléficas; con eso, el pensamiento se debilita y el alma vacía. Mientras que en la meditación el Espíritu se concentra, se vuelve hacia el lado grave y solemne de las cosas; la luz del mundo espiritual lo baña con sus ondas.
Hay alrededor del pensador grandes seres invisibles que sólo quieren inspirarlo; es a la media luz de las horas tranquilas o sino a la claridad discreta de la lampara de trabajo que mejor pueden entrar en comunión con él. En todas partes y siempre una vida oculta se mezcla con la nuestra.
Hay alrededor del pensador grandes seres invisibles que sólo quieren inspirarlo; es a la media luz de las horas tranquilas o sino a la claridad discreta de la lampara de trabajo que mejor pueden entrar en comunión con él. En todas partes y siempre una vida oculta se mezcla con la nuestra.
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Dijimos que el alma oculta profundidades donde el pensamiento rara vez baja, porque mil objetos externos lo ocupan incesantemente. Su superficie, como la del mar, es muchas veces agitada; pero por debajo, se extienden regiones inaccesibles a las tempestades. Ahí duermen las potencias ocultas, que esperan nuestro llamado para emerger y aparecer. El llamado raras veces se hace oír y el hombre se agita en su indigencia, ignorante de los tesoros inapreciables que en él reposan.
Es necesario el choque de las pruebas, las horas tristes y desoladas para hacerle comprender la fragilidad de las cosas externas y encaminarlo hacia el estudio de sí mismo, hacia el descubrimiento de sus verdaderas riquezas espirituales.
Es por eso que las grandes almas se ennoblecen y embellecen más cuanto más vivos son sus dolores. A cada nueva desgracia que las hiere tienen la sensación de haberse aproximado un poco más a la verdad y a la perfección y a este pensamiento, experimenta como una voluptuosidad amarga. Se levantó una nueva estrella en el cielo de su destino, estrella cuyos rayos trémulos penetran en el santuario de su conciencia y le iluminan lo más recóndito. En las inteligencias de cultura elevada hace vivero la desgracia: cada dolor es un surco donde se levanta un sembradío de virtud y de belleza.
Es necesario el choque de las pruebas, las horas tristes y desoladas para hacerle comprender la fragilidad de las cosas externas y encaminarlo hacia el estudio de sí mismo, hacia el descubrimiento de sus verdaderas riquezas espirituales.
Es por eso que las grandes almas se ennoblecen y embellecen más cuanto más vivos son sus dolores. A cada nueva desgracia que las hiere tienen la sensación de haberse aproximado un poco más a la verdad y a la perfección y a este pensamiento, experimenta como una voluptuosidad amarga. Se levantó una nueva estrella en el cielo de su destino, estrella cuyos rayos trémulos penetran en el santuario de su conciencia y le iluminan lo más recóndito. En las inteligencias de cultura elevada hace vivero la desgracia: cada dolor es un surco donde se levanta un sembradío de virtud y de belleza.
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No hay progreso posible sin observación atenta de nosotros mismos. Es necesario vigilar todos nuestros actos impulsivos para llegar a saber en que sentido debemos dirigir nuestros esfuerzos para perfeccionarnos. Primero, regular la vida física, reducir las exigencias materiales a lo necesario, a fin de garantir la salud del cuerpo, instrumento indispensable para el desempeño de nuestro papel terrestre. Después de disciplinar las impresiones, las emociones, ejercitándonos en dominarlas, en utilizarlas como agentes de nuestro perfeccionamiento moral; aprender principalmente a olvidar, a hacer el sacrificio del "yo", a desprendernos de todo sentimiento de egoísmo.
La verdadera felicidad en este mundo está en la proporción del olvido propio. No basta creer y saber, es necesario vivir nuestra creencia, o sea, hacer entrar en la práctica diaria de la vida los principios superiores que adoptamos; es necesario habituarnos a comulgar por el pensamiento y por el corazón con los Espíritus eminentes que fueron los reveladores, con todas las almas elite que sirvieron de guías a la Humanidad, vivir con ellas en una intimidad cotidiana, inspirarnos en sus vistas y sentir su influencia por la percepción íntima que nuestras relaciones con el mundo invisible desarrolla.
La verdadera felicidad en este mundo está en la proporción del olvido propio. No basta creer y saber, es necesario vivir nuestra creencia, o sea, hacer entrar en la práctica diaria de la vida los principios superiores que adoptamos; es necesario habituarnos a comulgar por el pensamiento y por el corazón con los Espíritus eminentes que fueron los reveladores, con todas las almas elite que sirvieron de guías a la Humanidad, vivir con ellas en una intimidad cotidiana, inspirarnos en sus vistas y sentir su influencia por la percepción íntima que nuestras relaciones con el mundo invisible desarrolla.
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Concentremos pues, muchas veces, nuestros pensamientos, para dirigirlos por la voluntad en dirección al ideal soñado. Meditemos en él todos los días, a la hora cierta, de preferencia por la mañana, cuando todo está sosegado y reposa aun a nuestro alrededor, en ese momento al que el poeta llama "la hora divina", cuando la Naturaleza, fresca y descansada, despierta para las claridades del día.
En las horas matinales, el alma, por la oración y por la meditación, se eleva con más fácil impulso hasta las alturas de donde se ve y comprende que todo - la vida, los actos, los pensamientos - está unido a alguna cosa grande y eterna y que habitamos un mundo en que potencias invisibles viven y trabajan con nosotros. En la vida más simple, en la tarea más modesta, en la existencia más apagada, se muestran, entonces, voces profundas, una reserva de ideal, fuentes posibles de belleza. Cada alma puede crear con sus pensamientos una atmósfera espiritual tan bella, tan resplandeciente, como en los paisajes más encantadores; y en la morada más mezquina, en el más miserable tugurio, hay grietas para Dios y para el Infinito.
En las horas matinales, el alma, por la oración y por la meditación, se eleva con más fácil impulso hasta las alturas de donde se ve y comprende que todo - la vida, los actos, los pensamientos - está unido a alguna cosa grande y eterna y que habitamos un mundo en que potencias invisibles viven y trabajan con nosotros. En la vida más simple, en la tarea más modesta, en la existencia más apagada, se muestran, entonces, voces profundas, una reserva de ideal, fuentes posibles de belleza. Cada alma puede crear con sus pensamientos una atmósfera espiritual tan bella, tan resplandeciente, como en los paisajes más encantadores; y en la morada más mezquina, en el más miserable tugurio, hay grietas para Dios y para el Infinito.
Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL
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