El Evangelio según el Espiritismo
Allan Kardec
Capitulo V: BIENAVENTURADOS LOS AFLIGIDOS
Motivos de resignación
12. Con estas palabras: "Bienaventurados los
afligidos, porque ellos serán consolados", Jesús indica al mismo tiempo
la compensación que espera a los que sufren, y la resignación que hace
bendecir el sufrimiento como preludio de la curación.
Estas palabras también pueden traducirse de este modo: Vosotros debéis consideraros felices sufriendo, porque vuestros dolores son deudas de vuestras faltas pasadas, y esos dolores sufridos con paciencia en la tierra os ahorran siglos de sufrimientos en la vida futura. Debéis, pues, teneros por felices, viendo que Dios reduce vuestra deuda, permitiéndoos que la paguéis ahora, lo que os asegurará la tranquilidad para el porvenir.
El hombre que sufre se parece a un deudor que debe una fuerte cantidad y a quien su acreedor dice: "Si hoy mismo me pagáis la centésima parte, os perdono el resto; quedaréis libre; si no la hacéis, os perseguiré hasta que hayáis pagado el último céntimo". ¿No sería feliz el deudor, aun cuando sufriese toda clase de privaciones para librarse, pagando solamente la centésima parte de lo que debe? En vez de quejarse de su acreedor, ¿no le daría las gracias?
Tal es el sentido de estas palabras: "Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados"; son felices porque pagan la deuda, y después de pagar, quedaron libres. Pero si pagando por un lado, se contraen nuevas deudas por el otro, nunca se llegará al saldo. Cada nueva falta aumenta la deuda, porque no hay una sola, cualquiera que sea, que no lleve consigo su castigo forzoso, inevitable; si no es hoy, será mañana, y si no en esta vida, será en otra. Entre estas faltas debería ponerse en primer lugar el defecto de sumisión a la voluntad de Dios; pues si en las aflicciones se murmura si no se aceptan con resignación y como cosa que ha debido merecerse, si se acusa a Dios de injusto, se contrae una deuda nueva que hace perder el beneficio que podría esperarse del sufrimiento; por esto será preciso empezar de nuevo, absolutamente como si a un acreedor que os atormenta, le dais cantidades a cuenta, y cada vez le pedís prestado de nuevo.
A su entrada en el mundo de los espíritus, el hombre es semejante también al obrero que se presenta el día de la paga. A los unos les dice el amo: "Aquí tenéis el precio de vuestros jornales"; a los otros, a los felices de la tierra, a los que hayan vivido en la ociosidad, a los que hayan cifrado su felicidad en la satisfacción del amor propio y los goces mundanos, dirá:
"Nada hay para vosotros, porque habéis recibido vuestro salario en la tierra. Idos y empezad de nuevo vuestra tarea".
Estas palabras también pueden traducirse de este modo: Vosotros debéis consideraros felices sufriendo, porque vuestros dolores son deudas de vuestras faltas pasadas, y esos dolores sufridos con paciencia en la tierra os ahorran siglos de sufrimientos en la vida futura. Debéis, pues, teneros por felices, viendo que Dios reduce vuestra deuda, permitiéndoos que la paguéis ahora, lo que os asegurará la tranquilidad para el porvenir.
El hombre que sufre se parece a un deudor que debe una fuerte cantidad y a quien su acreedor dice: "Si hoy mismo me pagáis la centésima parte, os perdono el resto; quedaréis libre; si no la hacéis, os perseguiré hasta que hayáis pagado el último céntimo". ¿No sería feliz el deudor, aun cuando sufriese toda clase de privaciones para librarse, pagando solamente la centésima parte de lo que debe? En vez de quejarse de su acreedor, ¿no le daría las gracias?
Tal es el sentido de estas palabras: "Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados"; son felices porque pagan la deuda, y después de pagar, quedaron libres. Pero si pagando por un lado, se contraen nuevas deudas por el otro, nunca se llegará al saldo. Cada nueva falta aumenta la deuda, porque no hay una sola, cualquiera que sea, que no lleve consigo su castigo forzoso, inevitable; si no es hoy, será mañana, y si no en esta vida, será en otra. Entre estas faltas debería ponerse en primer lugar el defecto de sumisión a la voluntad de Dios; pues si en las aflicciones se murmura si no se aceptan con resignación y como cosa que ha debido merecerse, si se acusa a Dios de injusto, se contrae una deuda nueva que hace perder el beneficio que podría esperarse del sufrimiento; por esto será preciso empezar de nuevo, absolutamente como si a un acreedor que os atormenta, le dais cantidades a cuenta, y cada vez le pedís prestado de nuevo.
A su entrada en el mundo de los espíritus, el hombre es semejante también al obrero que se presenta el día de la paga. A los unos les dice el amo: "Aquí tenéis el precio de vuestros jornales"; a los otros, a los felices de la tierra, a los que hayan vivido en la ociosidad, a los que hayan cifrado su felicidad en la satisfacción del amor propio y los goces mundanos, dirá:
"Nada hay para vosotros, porque habéis recibido vuestro salario en la tierra. Idos y empezad de nuevo vuestra tarea".
13. El hombre puede aliviar o aumentar las amarguras de sus pruebas según el modo como considere la vida terrestre. Sufre tanto más cuanto más larga ve la duración del sufrimiento; así, pues, el que se coloca en el punto de vista de la vida espiritual, abraza de una sola ojeada la vida corporal; la ve como un punto en el infinito, comprende su corta duración, y dice que ese momento penoso pasa muy pronto; la certeza de un porvenir próximo más feliz le sostiene y le anima, y en lugar de quejarse, da gracias al cielo por los dolores que le hacen adelantar. Para el que sólo ve la vida corporal, por el contrario, ésta le parece interminable, y el dolor pesa sobre él con toda su fuerza. Es resultado de ese modo de considerar la vida el disminuir la importancia de las cosas de este mundo, conducir al hombre a moderar sus deseos y a contentarse con su posición sin envidiar la de los otros; atenuando la impresión moral de los reveses y de los desengaños que experimenta, adquiere una calma y una resignación tan útiles a la salud del cuerpo como a la del alma; mientras que con la envidia, los celos y la ambición, él mismo se pone voluntariamente en el tormento y aumenta de este modo las miserias y las angustias de su corta existencia.
La felicidad no es de este mundo
20. ¡Yo no soy feliz! ¡La felicidad no se ha hecho para mí! exclama generalmente el hombre en todas las posiciones sociales. Esto, hijos míos, prueba mejor que todos los razonamientos posibles, la verdad de esta máxima del Eclesiastés: "La felicidad no es de este mundo".
En efecto; ni la fortuna, ni el poder, ni tan siquiera la florida juventud, son condiciones esenciales de la dicha; diré más, tampoco lo es la reunión de esas tres condiciones tan envidiadas porque se oye sin cesar en medio de las clases más privilegiadas y a las personas de todas edades quejarse amargamente de su condición de ser. Ante tal resultado, es inconcebible que las clases laboriosas y militantes envidien con tanta codicia, la posición de aquellos que la fortuna parece haber favorecido. Allí, por más que se haga, cada uno tiene su parte de trabajo y de miseria, su parte de sufrimientos y de desengaños, por lo que nos será fácil sacar en consecuencia, que la tierra es un lugar de pruebas y de expiaciones. Así, pues, aquellos que predican que la tierra es la única morada del hombre, y que sólo en ella y en una sola existencia les será permitido alcanzar el más alto grado de felicidades que su naturaleza admite, aquellos se engañan y engañan a los que les escuchan, atendido que está demostrado por una experiencia archisecular, que ese globo no encierra más que excepcionalmente las condiciones necesarias para la felicidad completa del individuo. En tesis general se puede afirmar que la felicidad es una utopía; en busca de la cual las generaciones se lanzan sucesivamente sin poder alcanzarla jamás, porque si el hombre sabio es una rareza en la tierra, tampoco se encuentra con mucha facilidad al hombre completamente feliz. Lo que constituye la dicha en la tierra es una cosa de tal modo efímera para aquél a quien la prudencia no guía, que por un año, un mes, una semana de completa satisfacción, todo el resto de su vida lo pasa entre amarguras y desengaños, y notad, queridos hijos, que hablo aquí de los felices de la tierra, de aquellos que son envidiados por la multitud.
Consecuentemente, sí la morada terrestre está afecta a las pruebas y a la expiación, es preciso admitir que hay en otra parte moradas más favorecidas, en las que el espíritu del hombre, aprisionado aun en la materia, posee en su plenitud los goces anexos a la vida humana. Por esto Dios ha sembrado en vuestros torbellinos esos hermosos planetas superiores, hacia los cuales vuestros esfuerzos y vuestras tendencias os harán subir un día, cuando estéis bastante purificados y perfeccionados. Con todo, no deduzcáis de mis palabras que la tierra esté destinada para siempre a ser un lugar penitenciario; no, ciertamente, porque por los progresos realizados, podéis deducir los progresos futuros, y por las mejoras sociales adquiridas, las nuevas y más fecundas mejoras. Tal es la inmensa tarea que debe realizar la nueva doctrina que los espíritus han revelado.
Así, pues, queridos míos, que os anime una santa emulación, y que cada uno de vosotros se despoje enérgicamente del hombre viejo. Os debéis todos a la divulgarización de este Espiritismo, que ha empezado ya vuestra propia regeneración. Es un debe el hacer participar a vuestros hermanos de los rayos de la luz sagrada. ¡A la obra, pues, mis queridos hijos! Que en esta reunión solemne todos vuestros corazones aspiren al objeto grandioso de preparar a las generaciones futuras un mundo en el que la felicidad no será una palabra vana. (Francisco-Nicolás-Madaleine, cardenal Marlot. París, 1863).
En efecto; ni la fortuna, ni el poder, ni tan siquiera la florida juventud, son condiciones esenciales de la dicha; diré más, tampoco lo es la reunión de esas tres condiciones tan envidiadas porque se oye sin cesar en medio de las clases más privilegiadas y a las personas de todas edades quejarse amargamente de su condición de ser. Ante tal resultado, es inconcebible que las clases laboriosas y militantes envidien con tanta codicia, la posición de aquellos que la fortuna parece haber favorecido. Allí, por más que se haga, cada uno tiene su parte de trabajo y de miseria, su parte de sufrimientos y de desengaños, por lo que nos será fácil sacar en consecuencia, que la tierra es un lugar de pruebas y de expiaciones. Así, pues, aquellos que predican que la tierra es la única morada del hombre, y que sólo en ella y en una sola existencia les será permitido alcanzar el más alto grado de felicidades que su naturaleza admite, aquellos se engañan y engañan a los que les escuchan, atendido que está demostrado por una experiencia archisecular, que ese globo no encierra más que excepcionalmente las condiciones necesarias para la felicidad completa del individuo. En tesis general se puede afirmar que la felicidad es una utopía; en busca de la cual las generaciones se lanzan sucesivamente sin poder alcanzarla jamás, porque si el hombre sabio es una rareza en la tierra, tampoco se encuentra con mucha facilidad al hombre completamente feliz. Lo que constituye la dicha en la tierra es una cosa de tal modo efímera para aquél a quien la prudencia no guía, que por un año, un mes, una semana de completa satisfacción, todo el resto de su vida lo pasa entre amarguras y desengaños, y notad, queridos hijos, que hablo aquí de los felices de la tierra, de aquellos que son envidiados por la multitud.
Consecuentemente, sí la morada terrestre está afecta a las pruebas y a la expiación, es preciso admitir que hay en otra parte moradas más favorecidas, en las que el espíritu del hombre, aprisionado aun en la materia, posee en su plenitud los goces anexos a la vida humana. Por esto Dios ha sembrado en vuestros torbellinos esos hermosos planetas superiores, hacia los cuales vuestros esfuerzos y vuestras tendencias os harán subir un día, cuando estéis bastante purificados y perfeccionados. Con todo, no deduzcáis de mis palabras que la tierra esté destinada para siempre a ser un lugar penitenciario; no, ciertamente, porque por los progresos realizados, podéis deducir los progresos futuros, y por las mejoras sociales adquiridas, las nuevas y más fecundas mejoras. Tal es la inmensa tarea que debe realizar la nueva doctrina que los espíritus han revelado.
Así, pues, queridos míos, que os anime una santa emulación, y que cada uno de vosotros se despoje enérgicamente del hombre viejo. Os debéis todos a la divulgarización de este Espiritismo, que ha empezado ya vuestra propia regeneración. Es un debe el hacer participar a vuestros hermanos de los rayos de la luz sagrada. ¡A la obra, pues, mis queridos hijos! Que en esta reunión solemne todos vuestros corazones aspiren al objeto grandioso de preparar a las generaciones futuras un mundo en el que la felicidad no será una palabra vana. (Francisco-Nicolás-Madaleine, cardenal Marlot. París, 1863).
AMOR FRATERNAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario