En los dominios de la Mediumnidad
Francisco Cándido Xavier
El
silencio se hizo profundo y respetuoso. El grupo esperaba el mensaje final.
Noté
que el ambiente se hizo menos grave, pero agradable...
Sobre
la cabeza de doña Celina apareció un brillante haz de luz. Desde ese instante
la vimos extática y completamente desligada del cuerpo físico y cercada de
irradiaciones azulinas.
Admirado
por el bello fenómeno, dirigí un gesto de interrogación a nuestro orientador,
quien nos explicó sin demora:
–Nuestra
hermana Celina transmitirá la palabra de un benefactor que, pese a estar
ausente desde el punto de vista espacial, entrará en comunión con nosotros a
través de los fluidos teledinámicos que lo ligan a la mente de la médium.
–Pero,
¿es posible esto? –indagó Hilario con discreción.
Áulus
ponderó de inmediato:
–Acuérdese
usted de la radio y de la televisión, conquistas que son hoy ampliamente
conocidas en el mundo. Un hombre, de ciudad a ciudad, puede oír el mensaje de
un compañero y verlo– al mismo tiempo, ya que ambos están en perfecta sintonía
por medio de la misma longitud de onda. Celina conoce lo sublime de las fuerzas
que la envuelven y se entrega, confiada, asimilando la corriente mental que la
solicita. Irradiará el mensaje-lección automáticamente, como sucede en la
psicofonía sonambúlica, porque el amigo espiritual encuentra sus células
cerebrales y sus energías nerviosas como las teclas bien afinadas de un piano
armonioso y dócil.
El
asistente enmudeció de repente, fijando su mirada en el potente foco de luz
zafirina que se formó, extendiéndose a todos los rincones del recinto.
Contemplé
a los circunstantes.
El
rostro de la médium reflejaba una bienaventuranza misteriosa e ignorada en la
Tierra.
El
júbilo que la poseía parecía contagiar a todos los presentes. Me disponía a
seguir observando, pero la diestra del asistente me tocó levemente,
reclamándome atención y respeto.
Fue
entonces cuando la voz enrarecida de doña Celina resonó, clara y conmovedora,
más o menos en estos términos:
–Amigos
míos –comenzó expresando el instructor que acompañaba nuestro trabajo desde
gran distancia–, guardemos la paz que Jesús nos legó, a fin de poderle servir
en paz.
En
materia de mediumnidad, no nos olvidemos del pensamiento. Nuestra alma vive
donde está el corazón. Caminamos al influjo de nuestras propias creaciones, sea
donde fuere.
La
gravitación en el campo mental es tan efectiva como en la esfera de la
experiencia física.
Sirviendo
al progreso general, el alma se mueve en la gloria del bien. Encerrándose en el
egoísmo se arrastra, en desequilibrio, por las tinieblas del mal.
La
Ley Divina busca el bien para todos.
Colaborar
en la ejecución de sus propósitos sabios es iluminar la mente y clarificar la
vida. Ponerle trabas con el pretexto de favorecer los caprichos perniciosos, es
oscurecer la razón y coagular las sombras alrededor de nosotros mismos.
Es
indispensable enjuiciar todo lo que respecta a la orientación de nuestros
propios pasos, a fin de evitar la niebla de la perturbación y el dolor
angustioso del remordimiento.
En
los dominios del espíritu no existe la neutralidad. Evolucionamos con la luz
eterna, según los designios de Dios, o nos estancamos en las tinieblas conforme
a la equívoca determinación de nuestro yo.
No
vale encarnar o desencarnar solamente. Todos los días las formas se crean y se
destruyen.
Lo
que importa es la renovación interior aumentando la visión, a fin de seguir
hacia adelante con la verdadera noción de la eternidad en la que nos
desplazamos en el tiempo.
La
conciencia cargada de propósitos malignos, revestida de remordimientos, llena
de ambiciones desvariadas o ennegrecida de aflicciones, no puede sino atraer
fuerzas semejantes que la encadenan a torbellinos infernales.
La
obsesión es el resultado de la siniestra unión de la mente con el desequilibrio
propio de las tinieblas.
Pensamos
y damos vida al objeto idealizado.
La
expresión visible de nuestros pensamientos más íntimos denuncia nuestra misma
condición espiritual, y los que tienen afinidad con la naturaleza de nuestras inclinaciones
y deseos se acercan a nosotros por lo que dicen nuestros pensamientos.
Si
persistimos en las esferas más bajas de la experiencia humana, los que aún
cumplen sus jornadas en los grados de la animalidad se nos acercarán atraídos
por el tipo de nuestros impulsos inferiores, absorbiendo a su vez las
sustancias mentales que emitimos y proyectando sobre nosotros los elementos
dañinos que llevan con ellos.
Imaginar
es crear. Y toda creación tiene vida y movimiento que, aunque breves, otorgan
responsabilidad a la conciencia que la manifiesta. Y como la vida y el
movimiento se vinculan a los principios que rigen las relaciones, es
indispensable analizar lo que damos, a fin de saber qué es lo que vamos a
recibir.
Quien
solamente mentaliza angustia y crimen, miseria y perturbación, ¿podrá reflejar
en el espejo de su propia alma otras imágenes que no sean las de la desarmonía
y el sufrimiento?
Un
depravado conviviendo entre santos no valoraría la pureza de éstos, ya que,
alimentándose con sus propias vibraciones no lograría discernir más allá de sus
mismas tinieblas.
Quien
vive buscando piedras en la calle, seguro que no ha de encontrar sólo pequeños
e insignificantes guijarros, sino grandes losas.
Quien
se demora indefinidamente en un pantano de arenas movedizas es propenso a
ahogarse en el lodo.
El
viajero fascinado por los zarzales que bordean el camino corre el riesgo de
quedar atrapado entre los espinos del matorral salvaje.
Vigilemos
nuestro pensamiento purificándole con la práctica incesante del bien, para que
así arrojemos de nosotros los grilletes que amenazan encadenarnos a los oscuros
procesos de la vida inferior.
Es
en la fragua misma de la idea que se forjan las alas de los ángeles y las
cadenas de los condenados.
Por
el pensamiento nos esclavizamos a los cepos del suplicio infernal,
sentenciándonos, a veces, a siglos de peregrinación por los caminos del dolor y
de la muerte.
La
mediumnidad torturada es la unión de almas comprometidas en aflictivas pruebas
para saldar antiguas deudas.
Y
para abreviar el tormento que flagela de mil modos a la conciencia reencarnada
o desencarnada, en los distintos grados expiatorios, es imprescindible
proponerse la renovación mental, pues éste es el único medio de recuperación de
la armonía.
Que
alguien quede satisfecho sólo con la apariencia, en materia religiosa, sin
preocuparse de su perfeccionamiento interior, es tan inútil para el alma como
aceptar un cargo entre los hombres sin asumir la responsabilidad que conlleva.
Las
simples expresiones de fe no son meras palabras con las que podamos cubrir
nuestras deficiencias y debilidades. Implican deberes de purificación que no
debemos rechazar, aceptando las obligaciones que nos corresponden.
En
nuestros círculos de trabajo, no debe bastarnos con el hecho de creer y estar
convencido.
Nadie
es realmente espírita ni está a la altura de este nombre sólo por haber
conseguido la cura de una dolencia rebelde con la ayuda de entidades amigas, y
se convenza con ello, admitiendo la intervención del mundo espiritual en su
existencia; como tampoco nadie es médium, en el elevado concepto del término,
solamente porque sea el instrumento de comunicación entre las humanidades
visible e invisible.
Para
realizar el trabajo que nos fue asignado, conforme a los principios superiores
que iluminan nuestra marcha, es necesario concretar la esencia de éstos en
nuestras realizaciones como testimonio de nuestra conversión al amor
santificante.
No
bastará, por tanto, el solo meditar acerca de nuestro idealismo superior. Es
preciso hacerlo realidad en nuestras manifestaciones de cada día.
Los
grandes artistas saben colocar la chispa del genio en una simple pincelada, en
un reducido bloque de mármol o en la más ingenua composición musical.
Las
almas realmente convertidas a Cristo reflejan su belleza en los mínimos gestos
de cada hora, sea en la emisión de una frase breve, en la ignorada cooperación
en favor de sus semejantes o en la renuncia silenciosa que la consideración
terrena no alcanza a comprender.
Nuestros
pensamientos generan nuestros actos, y nuestros actos engendran pensamientos en
los demás.
Inspiremos
simpatía y elevación, nobleza y bondad alrededor nuestro, para que así no nos
falte el día de mañana el precioso pan de la alegría.
El
convencimiento de nuestra inmortalidad sin la altura de espíritu paralela es
una proyección de luz en el desierto.
Mediar
entre dos planos diferentes sin elevar el nivel moral es estancarse en la
esterilidad.
El
pensamiento es tan significativo en la mediumnidad, como es el lecho para el
río. Haced correr aguas puras sobre un lecho de fango y tendréis una corriente
oscura, adulterada.
Es
cierto que divinos mensajes descienden del Cielo a la Tierra. Sin embargo, para
ello es necesario que existan los canales adecuados.
Jesús
espera por la formación de mensajeros humanos capaces de proyectar en el mundo
las maravillas de su Reino.
Para
alcanzar ese perfeccionamiento ideal es imprescindible que el poseedor de
facultades psíquicas no se detenga en la simple recepción de comunicaciones.
Le
será indispensable la consagración de sus fuerzas a las más elevadas formas de
vida, buscando en la educación de sí mismo y en el servicio desinteresado al
prójimo, el material firme con el que construya su propio camino.
La
comunión con los orientadores del progreso espiritual del mundo, a través del
libro, enriquece nuestro conocimiento y acentúa nuestra valía mental; y la
siembra constante de bondad trae consigo la cosecha de simpatía, sin la cual el
granero de la existencia se reduce a una caverna de desesperación y desaliento.
No
basta ver, oír o incorporar a los espíritus desencarnados para que alguien
adquiera el carácter de respetabilidad.
Hermanos
ignorantes e irresponsables forman enjambres, en todos los sectores de la
Tierra, en razón del grado evolutivo deficitario en el que se encuentran las
colectividades del planeta, y muchas veces, sin ningún ánimo de perversidad
propiamente dicho, millares de almas que se hallan libres de la envoltura densa
practican el vampirismo con los encarnados desprevenidos, simplemente con la
intención de seguir usufructuando las sensaciones del campo físico que no han
sabido o querido dominar.
Toda
obra, para adelantar, exige trabajadores que se dediquen a su crecimiento y al
cuidado de ellos mismos.
Esto
se ve claro en la naturaleza. No tiene frutos el árbol con pocos meses de vida.
La
madera, sin un tratamiento previo, es imposible aprovecharla como mueble en el
santuario hogareño.
La
arena movediza no garantiza firmeza a los cimientos. La luz no puede
proyectarla el candil que carece de aceite.
El
automóvil no transita con normalidad donde no existe carretera.
¿Cómo
esperar el pensamiento divino donde el pensamiento humano se pierde en las más
bajas reflexiones de la vida? ¿Qué mensajero del Cielo hará resplandecer el
mensaje celestial en nuestro entendimiento, cuando el espejo de nuestra alma
yace ennegrecido por los más inferiores intereses?
En
vano buscaría la estrella reflejarse en el lodo de un charco.
Amigos,
pensemos en el bien y hagámoslo.
Todo
lo que existe dentro de la naturaleza es la idea exteriorizada.
El
Universo es la proyección de la Mente Divina, y la Tierra, tal como la conocéis
en su contenido político y social, es el producto de la mente humana.
Las
civilizaciones y los pueblos, las culturas y las experiencias constituyen
formas de pensamiento por medio de las cuales evolucionamos incesantemente
hacia las esferas más altas.
Preocupémonos,
pues, de la obligación del auto-perfeccionamiento.
Sin
comprensión y sin bondad nos hermanaremos con los hijos desventurados de la
rebeldía.
Sin
estudio y sin observación nos contaremos indefinidamente entre los infortunados
exponentes de la ignorancia.
Amor
y sabiduría son las alas con las que realizaremos el vuelo definitivo rumbo a
la perfecta comunión con el Padre Celestial.
Escalemos
el plano superior, instalando pensamientos sublimes en aquellos que nos rodean.
La
palabra aclara. El ejemplo arrastra. Ajustémonos al Evangelio redentor. Cristo
es la meta de nuestra renovación.
Regenerando
nuestra existencia según las enseñanzas de Él, reestructuraremos la vida íntima
de aquellos que nos rodean. ¡Amigos míos, creedlo!... El pensamiento puro y
operante es la fuerza que nos impulsará del odio al amor, del dolor a la
alegría, de la Tierra al Cielo...
¡Busquemos
la conciencia de Jesús para que nuestra conciencia refleje su perfección y su
belleza!...
Sepamos
reflejar su gloria y su amor, para que la luz celeste se manifieste en nuestras
almas, al igual que el esplendor solar se extiende sobre el mundo. ¡Comencemos
nuestro esfuerzo de elevación espiritual desde hoy, y mañana habremos avanzado
considerablemente en el gran camino!...
Mis
amigos, mis hermanos, rogando a Jesús que nos ampare a todos, os dejo con un
hasta pronto.
La
voz de la médium enmudeció.
Conmovidos,
observamos que en lo alto se apagaba una gran luz brillante.
Raúl
Silva, con una breve plegaria, cerró la reunión.
Nos
unimos a Clementino en el momento de despedirnos.
–Vuelvan
cuando gusten –nos invitó gentilmente.
–Sí,
sí, deseamos seguir aprendiendo.
Y
unidos a nuestro orientador nos retiramos felices, como quien hubiera sorbido
el agua viva de la paz en la copa de la alegría.
Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL