martes, 25 de febrero de 2014

MEDIUMNIDAD - Segura directriz

DIRETRICES DE SEGURIDAD

DIVALDO PEREIRA FRANCO
J. RAUL TEIXEIRA

CAPÍTULO 1
- ¿Cual es la finalidad de la mediumnidad en la Tierra?
Divaldo: La mediumnidad es, antes de todo, una oportunidad de servir. Bendición de Dios, que faculta mantener el contacto con la vida espiritual. Gracias al intercambio, podemos tener aquí no tan solo la certeza de la sobre vivencia después de la muerte, sino también el equilibrio para que rescatemos con provecho los débitos adquiridos en las encarnaciones anteriores. Es gracias a la mediumnidad que el hombre tiene una visión anticipada de su futuro espiritual y, al mismo tiempo, el relato de aquellos que lo precedieran en el viaje de regreso a la Erraticidad, trayéndole informes de seguridad, directrices de equilibrio y la oportunidad de rehacer el camino, guiado por las lecciones que él absorbe del contacto mantenido con los desencarnados. De este modo, la mediumnidad tiene una finalidad de alta importancia, porque es gracias a ella que el hombre se concientiza de sus responsabilidades de espíritu inmortal. Conforme a la afirmación del Apóstol Pablo, si no hubiese acontecido la resurrección de Cristo para traernos la certeza de la vida espiritual, de nada valdría el mensaje que Él nos dio.

CAPÍTULO 2  
- ¿Hay mediumnidades más importantes que otras? ¿Y médiums más fuertes que otros?
Raúl: Verdaderamente, no se puede decir que existan mediumnidades más importantes que otras, ni médiums más fuertes de lo que son otros. Existen médiums y mediumnidades. Según Pablo de Tarso existen los “dones”, y él se refiere a la visión, a la audición, a la cura, a la palabra, a la enseñanza, pero recuerda que “uno solo es el Señor”.
Ellos provienen de la misma fuente. Los individuos que psicografían, o psicofonizan, que materializan, podrán todos realizar un trabajo epistolar, en la realidad en que se encuentran.
No es el número de posibilidades lo que da importancia al médium. Lo que engrandece espiritualmente al médium es aquello que él hace con los dones que posee. Verificamos que la importancia del médium se localiza en la honra que tiene de poder servir.

No existen médiums más fuertes que otros, en la Doctrina Espirita, mas si, los que son más dedicados que otros, más fervorosos que otros, que están renunciando a la materia y efectuando el esfuerzo del auto mejoramiento más que otros. Esto sí ocurre. Y es ese esfuerzo por alcanzar lo más alto lo que le confiere al médium, o a otro servidor cualquiera, mejores condiciones para estar al frente en la lid. Pero eso no significa que los que vengan en la retaguardia no puedan alcanzarlo, realizando los mismos esfuerzos.
Conversando, oportunamente, con un grupo de amigos, nuestro venerable Chico Xavier decía para los compañeros que lo interrogaban que el día en el que Él no lloraba, es como si no lo hubiese vivido. Desprendemos de eso que, cuanto más se enaltece la mediumnidad, colocando a aquel que de ella es portador en una posición de claridad, naturalmente, los que no desean la luz, más lanzarán pedradas a la “lámpara”, intentando quebrarla, cuando no intentan “derrumbar” el poste que la sustenta
Deducimos entonces que el médium más importante viene a ser aquel que está más dispuesto para enfrentar esas luchas en nombre del Cristo, Médium de Dios por excelencia, y el más importante Señor de la mediumnidad que conocemos.

No nos cabe ningún desánimo a nosotros que aún nos localizamos en una faja primitiva de la mediumnidad, intentando los primeros pasos. Decimos esto porque hemos escuchado decir a compañeros que gustarían de recibir mensajes como Chico recibe; desearían recibir obras de aquel talante; desearán ser médiums de la envergadura de ese o de aquel compañero que se proyecta en la sociedad, pero desconocen la cota de sacrificios diarios, de luchas, de lágrimas, de renuncias a que ellos se tienen que predisponer y se disponen. Por eso, en Espiritismo, no existen médiums superiores a otros, ni mediumnidades más importantes que otras; existen oportunidades para que todos nosotros tomemos las herramientas de la evolución, sin volver la vista para atrás, creciendo siempre.

CAPITULO 3 
- ¿Existe la mediumnidad inconsciente?
Divaldo:Sin duda. Kardec clasificaba a los médiums, genéricamente, en dos tipos: seguros e inseguros. Dentro de esa clasificación, los seguros son aquellos que filtran con seguridad los mensajes, aquellos que son automáticos, sonambúlicos, inconscientes por lo tanto, por medio de los cuales el fenómeno ocurre dentro de un clima de profundidad, sin que la conciencia actual tome conocimiento.
Pueden ser los médiums conscientes, semiconscientes e inconscientes.
En cuanto a sus aptitudes y cualidades morales, ellos tienen una vasta calificación.

CAPITULO 4 
– ¿Tiene, el médium inconsciente, responsabilidad por lo que ocurre durante las comunicaciones?
Divaldo: El fenómeno es sonambúlico, pero la comunicación está relacionada con la conducta moral del médium. Éste es siempre responsable por lo que ocurre, así como en muchas obsesiones, cuando el individuo entra en una faja de subyugación y pierde la conciencia, él parece no ser responsable por lo que pasa; sin embargo, lo es por haberse sintonizado con aquel Espíritu que lo dominó temporariamente. El asunto está en el Evangelio de Jesús colocado de una manera brillante por el Maestro cuando dice: “Ve y no vuelvas a pecar, para que no te acontezca algo peor”. (Jesús, Juan, capítulo 5º, versículo 14)
Porque el individuo que no se modifica permanece en una faja vibratoria negativa y se sintoniza con las entidades más desdichadas y por lo tanto, semejantes. Colocándonos en el plano de la mediumnidad, nuestra vivencia moral interviene en el intercambio con las entidades frívolas.
Las entidades malévolas difícilmente se adentran en la Casa Espírita que tiene un padrón vibratorio noble, porque las defensas impiden que tales espíritus rompan las barreras magnéticas. Pero la persona que se adentra sin el perseguidor deberá reformarse aprovechando los momentos que se encuentra en el ambiente espiritual. ¿Entonces que ocurre? Tal individuo, en vez de acompañar al adoctrinador, de observar y meditar con respecto de las lecciones que le son administradas, por un enviciamiento mental, continúa con los mismos clichés que trajo desde afuera, quedando entonces y sin embargo dentro del Centro, ligado a los Espíritus con los cuales se hace afín, manteniendo una vinculación hipnótica telepática.

Hay personas que no consiguen orar, y cuando van a orar, les ocurren pensamientos de tenor vibratorio muy bajo. En la hora de la oración esas personas son invadidas por recuerdos de cosas desagradablemente vulgares y sensuales, y no saben comprender como les sucede eso. Eso es también el resultado del hábito mental.
Si nosotros, la vida entera, lanzamos para el inconsciente, ideas depresivas, vulgaridades, etc., creamos ideo-plastias perniciosas. Nuestra memoria anterior o subconsciente queda encharcada en esas fijaciones. En la hora en que vamos a ejercitar el pensamiento, a lo cual no estamos acostumbrados, es lógico que lo primero que afloren sean aquellos pensamientos que nos son frecuentes.
Ilustraremos mejor: Imaginemos aquí un vaso comunicante en forma de letra “U”. De repente vamos a orar o sintonizarnos con Espíritus Nobles. Por el subconsciente viene una idea y pasa hacia el consciente y desciende al inconsciente. Al pasar por allí recibe el injerto de las ideas archivadas y llega nuevamente a la razón, influenciada por la mezcla de lo que está en el depósito. Si tomamos un vaso que está con hollín, con polvo, y colocamos en él agua limpia, ella entra cristalina, no obstante ella sale sucia, hasta que, si perseveramos y continuamos colocando agua limpia, ella irá aseando a aquel recipiente y
finalmente saldrá como entró. Es necesario entonces, porfiar en la idea, insistir en los planes positivos y permanecer en los pensamientos superiores.
Somos siempre responsables por cualquier comunicación dado a que somos el factor que atrae a la entidad que se va a presentar, gracias a nuestras vibraciones y conducta intelecto-moral.

CAPITULO 5 
- ¿De que medios dispone el médium psicofónico consciente para diferenciar su pensamiento del pensamiento de la entidad comunicante?
Divaldo: El médium consciente dispone del buen sentido. Y esto es así porque antes de ejercitar la mediumnidad debe estudiarla; antes de entregarse al ministerio de la vivencia mediúmnica le es necesario entender el propio mecanismo del fenómeno mediúmnico. Allan Kardec, además de ser un sabio por excelencia, tuvo la dichosa inspiración de ofrecer a la Humanidad primero, “El Libro de los Espíritus”, que es un tratado de filosofía moral. Poco después, “El Libro de los Médiums” que es un compendio de metodología del ejercicio de la facultad mediúmnica. Ha de verse en el Capítulo 3º, que está dedicado al método, sobre la necesidad que tiene el individuo de conocer la función que va a disciplinar.
Entonces, el médium tiene conocimiento de sus propias aptitudes y de su capacidad para ejercitarlas. En la mediumnidad consciente o lúcida, el fenómeno es al principio “inspirativo”.
Naturalmente, los Espíritus se valen del nivel cultural del médium, lo mismo ocurre en las demás expresiones mediúmnicas: en la semiconsciente y en la inconsciente o sonambúlica. El médium en el comienzo tendrá que vencer el constreñimiento de la duda, en cuyo período él no tiene una mayor certeza respecto a si lo que ocurre es parte de su inconsciente, de los archivos de la memoria anterior, o si provienen de una inducción de naturaleza extrínseca. A través del ejercicio, él adquirirá un conocimiento de tal manera equilibrado que podrá identificar cuando se trata de sí propio – animismo – o de una interferencia espiritual – mediumnismo.

A través de la Ley de los Fluidos, por las sensaciones que el médium registra, durante la influencia que lo envuelve, pasa a identificar cual es la entidad que se le acerca. A partir de ahí, se ofrece en una entrega tranquila, y el Espíritu que lo conduce lo inspira por sobre su propia capacidad dándole ligereza a sus ideas habituales, ofreciéndole la posibilidad de síntesis que no le es común, canalizando ideas a las cuales no está acostumbrado y que ocurren solamente en aquel instante de la concentración mediúmnica. Sin embargo, solo el tiempo, a través del ejercicio continuado, ofrecerá la lucidez, la seguridad para discernir cuando se trata de información de sus propios archivos o de la interferencia de los Buenos Espíritus.

Continuará...
AMOR FRATERNAL

sábado, 15 de febrero de 2014

Educación para la Muerte

J. Herculano Pires

Voy a acostarme para dormir. Mas puedo morir durante el sueño. Estoy bien, no tengo ningún motivo especial para pensar en la muerte en este momento. Ni para desearla. Mas la muerte no es una opción, ni una posibilidad. Es una certeza. Cuando el Jurado de Atenas condenó a Sócrates a la muerte al contrario de premiarlo, su mujer corrió afligida hacia la prisión, gritándole: “Sócrates, los jueces te condenaron a la muerte”. El filósofo respondió calmadamente: “Ellos también ya están condenados”. La mujer insistió en su desespero: “Mas es una sentencia injusta!” Y él le preguntó: “Preferirías que fuese justa?” La serenidad de Sócrates era el producto de un proceso educacional: la Educación para la Muerte. Es curioso señalar que en nuestro tiempo solo nos preocupamos de la Educación para la Vida. Nos olvidamos de que vivimos para morir. La muerte es nuestro fin inevitable. Mientras tanto, llegamos generalmente a ella sin la menor preparación. Las religiones nos preparan, bien o mal, para la otra vida. Y después que morimos encomiendan nuestro cadáver a los dioses, como si él no fuese precisamente aquello que dejamos en la Tierra al morir, el fardo inútil que no sirve para más nada.

Quien primero se preocupo por la Psicología de la Muerte y de la Educación para la Muerte, en nuestro tiempo, fue Allan Kardec. El realizó una pesquisa psicológica ejemplar sobre el fenómeno de la muerte. Por años consecutivos habló al respecto con los espíritus de los muertos. Y, considerando al sueño como hermano o primo de la muerte, investigó también a los espíritus de personas vivas durante el sueño. Esto porque, según verificara, los que duermen salen del cuerpo durante el sueño. Algunos salen y no vuelven: mueren. Llegó, con anticipación de más de un siglo, a esta conclusión a que las ciencias actuales también llegaran, con la misma tranquilidad de Sócrates, a la conclusión de Víctor Hugo: “Morir no es morir, sino solo mudarse”.

Las religiones podrían haber prestado un gran servicio a la Humanidad si hubiesen colocado el problema de la muerte en términos naturales. Mas, nacidas de la magia amamantadas por la mitología, solo hicieran complicar las cosas. La mudanza simple de que habló Víctor Hugo se transformó, en las manos de los clérigos y teólogos, en un pasaje dantesco por la selva selvaggia de la Divina Comedia. En las civilizaciones agrarias y pastorales, gracias a su contacto permanente con los procesos naturales, la muerte era encarada sin complicaciones. Los rituales suntuosos, los ceremoniales y sacramentos surgieran con el desenvolvimiento de la civilización, en el zarpe de la imaginación creadora. La mudanza se revistió de exigencias antinaturales, complicándose con la burocracia de los pasaportes, las recomendaciones, el tránsito sombrío en la barca de Caronte, los procesos de juicios seguidos de condenaciones tenebrosas y así por delante. Más tarde, para satisfacer el deseo de sobre vivencia, surgió la monstruosa arquitectura de la muerte, con mausoleos, pirámides, momificaciones, que permitían la ilusión del cuerpo conservado y de la permanencia ficticia del muerto sobre la tierra y de los gusanos. Morir, ya no era morir, sino metamorfosearse, volverse momia en los sarcófagos o terror maléfico en los misterios de la noche. Las momias, por lo menos, tuvieran utilidad posterior, como vemos en la Historia de la Medicina, sirviendo para los efectos curadores del polvo de momia. Y cuando las momias se acabaron, no encontrándose ninguna para remedio, surgieron los fabricantes de momias falsas, que suplían la falta del polvo milagroso. Los muertos socorrían a los vivos en la forma encantada del polvo de pirimpimpim.

Mucho antes de Augusto Comte, los médicos habían descubierto que los vivos dependían siempre y cada vez más de la asistencia y del gobierno de los muertos. De todo este embrollo resultó el pavor a la muerte entre los mortales. Actualmente los antropólogos pueden constatar, entre los pueblos primitivos, la aceptación natural de la muerte. 

El mayor pavor de la muerte proviene de la idea de soledad y oscuridad. Mas los teólogos creyeron que esto era poco y oficializaron las leyendas remotas del Infierno, del Purgatorio y del Limbo, a las que no escapan ni siquiera los niños muertos sin bautizar. De tal manera se aumentaron los motivos del pavor a la muerte, que llegó a significar deshonra y vergüenza. Para los judíos, la muerte se tornó la propia impureza. Los túmulos y los cementerios fueran considerados impuros. Los cenotafios, túmulos vacíos construidos en honor a los profetas, muestran bien esta aversión a la muerte. Cómo podrían ellos aceptar un Mesías que venía de Galilea de los Gentiles, donde el Palacio de Herodes fuera construido sobre tierra de cementerios? Cómo aceptar a este Mesías que murió en la cruz, vencido por los romanos impuros, que arrancara a Lázaro de la sepultura (ya hediondo) y lo hiciera su compañero en las lides sagradas del mesianismo?

Aún en nuestros días el respeto a los muertos está envuelto en una forma velada de repulsión y deprecio. La muerte transforma al hombre en cadáver, lo tacha del número de los vivos, le quita todas las posibilidades de acción y, por lo tanto, de significación en el medio humano. “El muerto está muerto”, dicen los materialistas y el populacho ignaro. El Papa Pablo VI declaró, y la prensa mundial lo divulgó en todas partes, que “existe una vida después de la muerte, mas no sabemos como ella es”. Esto quiere decir que la misma Iglesia nada sabe de la muerte, a no ser que muramos. La idea cristiana de la muerte, sustentada y defendida por las diversas iglesias, es simplemente aterradora. Los pecado-res al morir se ven enfrentados ante un Tribunal Divino que los condena a suplicios eternos. Los santos y los beatos no escapan a las condenas, no obstante la misericordia de Dios, que no sabemos cómo puede ser misericordioso con tanta impiedad. Los niños inocentes, que no han tenido tiempo de pecar, van hacia el Limbo misterioso y sombrío por la simple falta del bautismo.

Los criminales rudos, ignorantes y todo el grueso de la especie humana son atrapados en las garras de Satanás, un ángel caído que solo no encarna al mal porque no debe tener carne. Mas con dinero y la adoración interesada a Dios estas almas pueden ser perdonadas, de manera que solo para los pobres no habrá salvación, mas para los ricos el Cielo se abre al impacto de los tedéuns suntuosos, de las misas cantadas y de las gordas contribuciones para la Iglesia. Nunca se ha visto soberano más venal ni tribunal más injusto. La depreciación de la muerte generó el desabrido comercio de los traficantes del perdón y de la indulgencia divina. El vil dinero de los robos e injusticias terrenas consigue abrirse camino entre la Justicia Divina, de manera que el desprestigio de los muertos llega al máximo de la vergüenza. La felicidad eterna dependerá del relleno de los cofres dejados en la Tierra.

Frente a todo esto, el concepto de la muerte se tiznaba en las manos de los cambistas de la simonía, vaciándose en la incredulidad total, transformándose en el concepto de la nada, que Kant definió como concepto vacío. El muerto se pudre enterrado, perdió la riqueza de la vida, se volvió pasto de gusanos y su misteriosa salvación dependerá de las condiciones financieras de la familia terrena. El muerto es débil, un fracasado y un condenado, enteramente dependiente de los vivos en la Tierra.

El pueblo no comprende bien todo este cuadro de miserias en que los teólogos envolvieran a la muerte, mas siente el asco y el miedo de la muerte, introyectados en su consciencia por la farsa de los poderes divinos que lo amenazan desde la cuna al túmulo y más allá del túmulo. No será de admirarse que los padres y las madres, los parientes de los muertos se asusten y se desesperen frente al hecho irremisible de la muerte.
Jesús enseñó y probó que la muerte se resuelve en la Pascua de la resurrección, que ninguno muere, que todos tenemos el cuerpo espiritual y viviremos más allá del túmulo como vivos más vivos que los encarnados. Pablo de Tarso proclamó que el cuerpo espiritual es el cuerpo de la resurrección (Cáp. 12 de la primera Epístola a los Corintios), mas la permanente imagen del Cristo crucificado, de las procesiones absurdas del Señor Muerto, – herejía clamorosa –, las ceremonias de la Vía-Sacra y las imágenes aterradoras del Infierno Cristiano – más impío y brutal que los Infiernos del Paganismo – marcados a fuego en la mente humana a través de dos milenios, aplastan y envilecen al alma supersticiosa de los hombres.

No es de admirar que los teólogos actuales, divididos en varias corrientes de sofistas cristianos modernísimos, estén hoy proclamando, con una alegría liviana de debiluchos, la Muerte de Dios y el establecimiento del Cristianismo Ateo. Para estos nuevos teólogos, el Cadáver de Dios fue enterrado por el Loco de Nietsche, creación fantástica e infeliz del pobre filósofo que murió loco.
El clero cristiano, tanto católico como protestante, tanto del Occidente como del Oriente, perdió la capacidad de socorrer y consolar a los que se desesperan con la muerte de las personas amadas... En vano el Cristo enseñó que las monedas de César solo valen en la Tierra. Hace dos mil años estas monedas impuras vienen siendo aceptadas por Dios para el rescate de las almas condenadas. Quién podría, en sana consciencia, creer hoy en día en una Justicia Divina que funciona con el mismo combustible de la Justicia Terrena?... Los hombres prefieren jugar en la basura de sus almas, que Dios y el Diablo disputan no se sabe por qué.

AMOR FRATERNAL

miércoles, 5 de febrero de 2014

LIBRE ALBEDRIOY PROVIDENCIA

DESPUES DE LA MUERTE

León Denis

Capitulo XL

La cuestión del libre albedrío es una de las que más han preocupado a los filósofos y a los teólogos. Conciliar la voluntad, la libertad del hombre con el juego de las leyes naturales y con la voluntad divina ha aparecido tanto más difícil cuanto que la fatalidad ciega parecía pesar, a los ojos de la mayoría, sobre el destino humano. La enseñanza de los espíritus ha dilucidado el problema. La fatalidad aparente que siembra de males el camino de la vida no es más que la consecuencia de nuestro pasado, el efecto volviendo hacia la causa; es el cumplimiento del programa aceptado por nosotros antes de renacer, siguiendo los consejos de nuestros guías espirituales, para nuestro mayor bien y nuestra elevación.

En las capas inferiores de la creación, el ser se ignora aún. Sólo el instinto y la necesidad le conducen, y sólo en los tipos más evolucionados aparecen, como un pálido amanecer, los primeros rudimentos de las facultades. En la humanidad, el alma ha llegado a la libertad moral. Su juicio y su conciencia se desarrollan cada vez más, a medida que recorre su inmensa carrera. Colocada entre el bien y el mal, compara y escoge libremente. Esclarecida por sus decepciones y sus males en el seno de los sufrimientos es donde se forma su experiencia y donde se forja su fuerza moral.
El alma humana, dotada de conciencia y de libertad, no puede caer en la vida inferior. Sus encarnaciones se suceden hasta que ha adquirido estos tres bienes imperecederos, finalidad de sus prolongados trabajos: la bondad, la ciencia y el amor. Su posesión le emancipa para siempre de los renacimientos y de la muerte y le abre el acceso a la vida celestial.

Por el uso de su libre albedrío, el alma fija sus destinos y prepara sus goces y sus dolores. Pero nunca, en el transcurso de su carrera, en el sufrimiento amargo como en el seno de la ardiente lucha pasional, nunca le son rehusados los socorros de lo alto. Por poco que se abandone a sí misma, por indigna que parezca, en cuanto despierta su voluntad de emprender el camino recto, el camino sagrado, la Providencia le proporciona ayuda y sostén.
La Providencia es el espíritu superior, el ángel que vela sobre el infortunio, el consuelo invisible cuyos fluidos vivificadores sustentan a los corazones anonadados; es el faro encendido en la noche para salvación de los que vagan por la mar procelosa de la vida. La Providencia es, además y sobre todo, el amor divino vertiéndose a oleadas sobre la criatura. ¡Y cuánta solicitud, cuánta previsión hay en este amor! ¿No ha sido sólo para el alma, para que sirva de espectáculo a su vida y de teatro a sus progresos, para lo que ha suspendido los mundos en el espacio, para lo que ha encendido los soles, para lo que ha formado los continentes y los mares? Sólo para el alma se ha realizado esa gran obra, se combinan las fuerzas naturales y brotan los universos del seno de las nebulosas.

El alma ha sido creada para la felicidad; pero para apreciar esta felicidad en su valor, para conocer su importancia, debe conquistarla ella misma, y, para ello, desarrollar libremente las potencias que lleva en sí. Su libertad de acción y su responsabilidad crecen con su elevación, pues cuanto más se ilumina, más puede y debe conformar el juego de sus fuerzas personales con las leyes que rigen el universo.

La libertad del ser se ejerce en un círculo limitado, de un lado, por las exigencias de la ley natural, que no puede sufrir ninguna modificación, ningún desvío en el orden del mundo; de otro lado, por su propio pasado, cuyas consecuencias resaltan a través de las épocas hasta la reparación completa. En ningún caso el ejercicio de la libertad humana puede entorpecer la ejecución de los planes divinos; de lo contrario, el orden de las cosas sería turbado a cada instante. Por encima de nuestras opiniones limitadas y cambiantes, se mantiene y continúa el orden del universo. Somos casi siempre malos jueces en lo que significa para nosotros el verdadero bien; y si el orden natural de las cosas debiera doblegarse a nuestros deseos, ¿qué perturbaciones espantosas no resultaría de ello?

El primer uso que el hombre haría de una libertad absoluta sería apartar de sí todas las causas de sufrimiento y asegurarse desde aquí abajo una vida de felicidades. Ahora bien; si hay males a los que la inteligencia humana tiene el deber y posee los medios de conjurar y de destruir -por ejemplo, los que provienen del ambiente terrestre-, hay otros, inherentes a nuestra naturaleza moral, que sólo el dolor y la represión pueden domar y vencer: tales son nuestros vicios. En este caso, el dolor se convierte en una escuela, o, más bien, en un remedio indispensable, y los padecimientos soportables no son más que un reparto equitativo de la justicia infalible. Es, pues, nuestra ignorancia acerca de los fines perseguidos por Dios lo que nos hace renegar del orden del mundo y de sus leyes. Si los censuramos, es porque desconocemos sus resortes ocultos.
El destino es la resultante, a través de nuestras vidas sucesivas, de nuestros actos y de nuestras libres resoluciones. Más esclarecidos en el estado de espíritus con relación a nuestras imperfecciones, y preocupados por los medios de atenuarlos, aceptamos la vida material bajo la forma y en las condiciones que nos parecen propias para realizar este fin.


AMOR FRATERNAL