sábado, 20 de abril de 2013

Doctrina Espiritista

El Libro de los Espíritus


INTRODUCCIÓN

 al estudio 

DE LA DOCTRINA ESPIRITISTA


I. – Espiritismo y Espiritualismo

Para las cosas nuevas se necesitan nuevas palabras. Así lo quiere la claridad del lenguaje, para evitar la confusión inseparable del sentido múltiple de los mismos términos. Las voces espiritual, espiritualista y espiritualismo poseen un significado bien definido. Darles uno nuevo para aplicarlas a la Doctrina de los Espíritus sería multiplicar las causas, ya tan numerosas, de anfibología. En efecto, el espiritualismo es el opuesto del materialismo. Cualquiera que crea tener en sí algo más que la materia es un espiritualista. Pero no se sigue de ello que crea en la existencia de los Espíritus o en sus comunicaciones con el mundo visible. En lugar de los vocablos ESPIRITUAL y ESPIRITUALISMO empleamos nosotros, para designar a esta última creencia, los de espírita y Espiritismo, cuya forma recuerda su origen y su sentido radical, y que por eso mismo presentan la ventaja de ser perfectamente inteligibles, y reservamos para la palabra espiritualismo la significación que le es propia. Por tanto, diremos que la Doctrina Espírita o el Espiritismo tiene por principios las relaciones del mundo material con los Espíritus o Seres del Mundo Invisible. Los adeptos del Espiritismo serán los espíritas o, si así se prefiere, los espiritistas.
Como especialidad, EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS contiene la Doctrina Espírita. Como generalidad, se vincula a las doctrinas espiritualistas, una de cuyas fases presenta. Tal la razón por la que trae, a la cabeza de su título, las palabras Filosofía Espiritualista.

II. – Alma, principio vital y fluido vital

Hay otro vocablo acerca del cual interesa asimismo entenderse porque es una de las bases de toda doctrina moral y ha motivado numerosas controversias, por falta de una significación bien precisa: es la palabra alma. La divergencia de opiniones acerca de la naturaleza del alma proviene de la aplicación particular que cada cual hace de esta palabra. Una lengua perfecta, en la que cada idea estuviera representada por un término específico, evitaría muchas discusiones. Con una palabra para cada cosa todos nos entenderíamos.
Según unos, el alma es el principio de la vida material orgánica. No tiene en modo alguno existencia propia y cesa al terminar la vida. Este concepto es materialismo puro. En tal sentido, y por comparación, dicen de un instrumento desafinado –que ya no da sonido- que “no tiene alma”. De acuerdo con esta opinión, el alma sería un efecto y no una causa.
Otros piensan que el alma es el principio de la inteligencia, agente universal del que cada ser absorbe una porción. Según ellos, no habría en el Universo entero más que una sola alma, que distribuye chispas entre los diversos seres inteligentes durante la vida de éstos. Después de su muerte, cada chispa retorna a la fuente común, donde se confunde con el todo, de la manera que los arroyos y ríos vuelven al mar de donde habían partido. Esta opinión difiere de la anterior en que, según tal hipótesis, hay en nosotros algo más que la materia y después de la muerte queda algo. Pero es más o menos como si no quedara nada puesto que, no existiendo más la individualidad, no tendríamos ya conciencia de nosotros mismos. Conforme a esa opinión, el alma universal sería Dios y cada ser constituiría una parcela de la Divinidad. Es ésta una variedad del panteísmo.
Por último, según otros, el alma es un ser moral distinto, independiente de la materia y que conserva su individualidad después de la muerte. Este concepto es, a no dudarlo, el más general, porque bajo un nombre u otro la idea de ese ser que sobrevive a su cuerpo se encuentra en estado de creencia, instintiva e independiente de toda enseñanza, en la totalidad de los pueblos, sea cual fuere su grado de civilización. Esa doctrina, según la cual el alma es la causa y no el efecto, es la de los espiritualistas.
Sin discutir el valor de tales opiniones, y considerando tan sólo el lado lingüístico de la cuestión, diremos que esas tres aplicaciones de la palabra alma constituyen otras tantas ideas distintas, cada una de las cuales requeriría un término diferente. El vocablo alma posee, pues, tres acepciones, y a cada cual le asiste razón, desde su punto de vista, en la definición que le da. La falla está en el idioma, al no tener más que una palabra para expresar tres ideas diversas. Para evitar todo equívoco habría que restringir el significado del término alma a una sola de esas tres ideas: no interesa cuál de ellas se elija; la cuestión es entenderse, ya que se trata de una convención. Por nuestra parte, nos parece más lógico aplicarle la significación más común, de ahí que llamemos ALMA al Ser inmaterial e individual que existe en nosotros y que sobrevive a nuestro cuerpo. Aun cuando este Ser no existiera, siendo sólo un producto de la imaginación, se necesitaría un término para designarlo.
A falta de una palabra especial para cada una de las otras dos ideas, llamaremos:
Principio vital, el principio de la vida material y orgánica, sea cual fuere la fuente de que provenga, y que es común a todos los seres vivientes, desde las plantas hasta el hombre. Visto que la vida puede existir prescindiendo de la facultad de pensar, el principio vital es una cosa distinta e independiente. El vocablo vitalidad no daría la misma idea. Para unos, el principio vital es una propiedad de la materia, un efecto que se da cuando la materia se halla en determinadas circunstancias. Según la opinión de otros –y esta es la idea más común -, aquél reside en un fluido especial, universalmente esparcido y del que cada ser absorbe y se asimila una parte durante su vida, así como vemos que los cuerpos inanimados absorben la luz. Esto sería entonces el fluido vital que, con arreglo a ciertas opiniones, no sería otro que el fluido eléctrico “animalizado”, designado asimismo con los nombres de fluido magnético, fluido nervioso, etcétera.
Sea lo que fuere, hay un hecho irrebatible, porque constituye un resultado de la observación, y es que los seres orgánicos poseen en sí una fuerza íntima que produce el fenómeno de la vida en tanto dicha fuerza existe; que la vida material es común a todos los seres orgánicos y es independiente de la inteligencia y el pensamiento; que inteligencia y pensamiento son las facultades propias de ciertas especies orgánicas; y, por último, que entre las especies orgánicas dotadas de inteligencia y pensamiento hay una que está provista de un sentido moral especial, que le confiere una incontestable superioridad sobre las demás, y es la especie humana.
Así pues, se comprende que, poseyendo varias acepciones, el alma no excluya ni al materialismo ni al panteísmo. El espiritualismo mismo puede muy bien entender el alma según una u otra de las dos primeras definiciones, sin perjuicio del ser inmaterial distinto, al que dará, entonces, cualquier otro nombre. De modo que esta palabra no representa en modo alguno una opinión. Es un Proteo que cada cual adapta a su gusto. De ahí que surjan tantas interminables discusiones.
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Hemos creído necesario insistir sobre estas explicaciones, tanto más cuanto que la Doctrina Espírita se basa naturalmente sobre la existencia en nosotros de un Ser independiente de la materia y que sobrevive al cuerpo. Puesto que la palabra alma ha de aparecer con frecuencia en el transcurso de esta obra, importaba determinar con precisión el sentido que le damos, a fin de evitar todo posible equívoco.

AMOR FRATERNAL

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