martes, 2 de abril de 2013

El libre albedrío

El problema del Ser y del destino

León Denis

Tercera parte: LAS POTENCIAS DEL ALMA


XXII. - El libre-albedrío

La libertad es la condición necesaria al alma humana que, sin ella, no podría construir su destino. 
Es en vano que los filósofos y los teólogos han argumentado largamente al respecto de esta cuestión. A primera vista, la libertad del hombre parece muy limitada en el círculo de fatalidades que lo encierra: necesidades físicas, condiciones sociales, intereses o instintos. Pero considerando la cuestión más de cerca, se ve que esta libertad es siempre suficiente para permitir que el alma quiebre este círculo y escape de las fuerzas opresoras.
La libertad y la responsabilidad son correlativas en el ser y aumentan con su elevación; es la responsabilidad del hombre que hace su dignidad y moralidad. Sin ella, no sería él más que un autómata, un juguete de las fuerzas ambientales: la noción de moralidad es inseparable de la de libertad.
La responsabilidad es establecida por el testimonio de la consciencia, que nos aprueba o censura según la naturaleza de nuestros actos. La sensación de remordimiento es una prueba más demostrativa que todos los argumentos filosóficos. Para todo Espíritu, por pequeño que sea su grado de evolución, la ley del deber brilla como un farol, a través de la neblina de las pasiones e intereses. Por eso, vemos todos los días hombres en las posiciones más humildes y difíciles, al preferir aceptar duras pruebas a rebajarse a cometer actos indignos.
Si la libertad humana es restricta, está por lo menos en vías de un perfecto desarrollo, porque el progreso no es otra cosa más que la extensión del libre-albedrío en el individuo y en la colectividad. La lucha entre la materia y el espíritu tiene precisamente como objetivo liberar a este último cada vez más del yugo de las fuerzas ciegas. La inteligencia y la voluntad llegan, poco a poco, a predominar sobre lo que a nuestros ojos representa la fatalidad. El libre-albedrío es pues, la expansión de la personalidad y de la conciencia. Para ser libres es necesario querer serlo y hacer el esfuerzo para ello, liberándonos de la esclavitud de la ignorancia y de las pasiones bajas, substituyendo el imperio de las sensaciones y de los instintos por el de la razón.
Esto sólo se puede obtener por una educación y una preparación prolongada de las facultades humanas: liberación física por la limitación de los apetitos; liberación intelectual por la conquista de la verdad; liberación moral por la búsqueda de la virtud. Es esta la obra de los siglos. En todos los grados de su ascensión, en la repartición de los bienes y de los males de la vida, al lado de la concatenación de las cosas, sin perjuicio de los destinos que nuestro pasado nos inflige, hay siempre lugar para la libre voluntad del hombre.
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Dios, cuya ciencia infinita abarca todas las cosas, conoce la naturaleza de cada hombre y los impulsos, las tendencias, de acuerdo con las cuales podrá determinarse. Nosotros mismos, conociendo el carácter de una persona, podríamos fácilmente prever el sentido en que, en una circunstancia dada, ella decidirá si es por el interés o por el deber. Una resolución no puede nacer de la nada. Está forzosamente unida a una serie de causas y efectos anteriores de las que deriva y que la explican. Dios, conociendo a cada alma en sus menores particularidades, puede, pues, rigurosamente deducir, con la certeza, del conocimiento que tiene de esa alma y de las condiciones en que ella es llamada a actuar, las determinaciones que, libremente, ella tomará.
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La cuestión del libre-albedrío tiene una importancia capital y graves consecuencias para toda la sociedad, por su acción y repercusión en la educación, en la moralidad, en la justicia, en la legislación, etc. Determinó dos corrientes opuestas de opinión - los que niegan el libre -albedrío y los que lo admiten con restricción.
  1. Los argumentos de los fatalistas y deterministas se resumen así: "El hombre está sometido a los impulsos de su naturaleza, que lo dominan y obligan a querer, a determinarse en un sentido, de preferencia a otro; luego, no es libre." 
  2. La escuela adversa, que admite la libre voluntad del hombre, ante ese sistema negativo, exalta la teoría de las causas indeterminadas. Su más ilustre representante, en nuestra época, fue Ch. Renouvier.
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Suplida, al principio, por el instinto, que poco a poco desaparecerá para dar lugar a la razón, nuestra libertad es muy escasa en los grados inferiores y en todo el período de nuestra educación primaria. Toma extensión considerable, desde que el Espíritu adquiere la comprensión de la ley. Y siempre, en todos los grados de su ascensión, en la hora de las resoluciones importantes, será asistido, guiado, aconsejado por Inteligencias superiores, por Espíritus mayores y más iluminados que él.
El libre-albedrío; la libre voluntad del Espíritu se ejerce principalmente en la hora de las reencarnaciones. Escogiendo tal familia, cierto medio social, él sabe de antemano cuales son las pruebas que lo aguardan y comprende igualmente la necesidad de estas pruebas para desarrollar sus cualidades, curar sus defectos, desnudar sus preconceptos y vicios. Estas pruebas pueden ser también consecuencia de un pasado nefasto, que es preciso reparar y él las acepta con resignación y confianza, porque sabe que sus grandes hermanos del Espacio no lo abandonarán en las horas difíciles.
El futuro se le aparece entonces, no en sus pormenores, sino en sus trazos más salientes, o sea, en la medida en que ese futuro es la resultante de actos anteriores. Estos actos representan la parte de fatalidad o "la predestinación" que ciertos hombres son llevados a ver en todas las vidas. Son simplemente, como vimos, efectos o reacciones de causas remotas. En realidad, nada hay de fatal y cualquiera que sea el peso de las responsabilidades en que haya incurrido, se puede siempre atenuar, modificar la suerte con obras de dedicación, de bondad, de caridad, por un largo sacrificio al deber.
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Todo lo que se eleva hacia la luz se eleva hacia la libertad. Esta se expande plena y entera en la vida superior. El alma sufre tanto más el peso de las fatalidades materiales, cuanto más atrasada e inconsciente es, en cambio será más libre cuanto más se eleva y aproxima de lo divino. En estado de ignorancia, es una felicidad para ella estar sometida a una dirección. Pero cuando es sabia y perfecta, goza de su libertad en la luz divina.
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En resumen, en vez de negar o afirmar el libre-albedrío, según la escuela filosófica a que se pertenezca, seria más exacto decir: "El hombre es el obrero de su liberación." El estado completo de libertad lo alcanza con el cultivo íntimo y en la valorización de sus potencias ocultas. Los obstáculos acumulados en su camino son meramente medios de obligarlo a salir de la indiferencia y a utilizar sus fuerzas latentes. Todas las dificultades materiales pueden ser vencidas.
Somos todos solidarios y la libertad de cada uno se liga a la libertad de los otros. Liberándose de las pasiones y de la ignorancia, cada hombre libera sus semejantes. Todo lo que contribuye para disipar las tinieblas de la inteligencia y hacer recular el mal, hace a la Humanidad más libre, más consciente de sí misma, de sus deberes y potencias.
Elevemos pues, la consciencia de nuestro papel y fin, y seremos libres. Aseguraremos con nuestros esfuerzos, enseñanzas y ejemplos la victoria de la voluntad así como del bien y en vez de formar seres pasivos, curvados al yugo de la materia, expuestos a la incertidumbre e inercia, habremos hecho almas verdaderamente libres, sueltas de las cadenas de la fatalidad y volando encima del mundo por la superioridad de las cualidades conquistadas.

AMOR FRATERNAL

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