martes, 2 de abril de 2013

LA CONCIENCIA - El sentido íntimo

El problema del Ser y del destino

León Denis.

Capitulo XXI : LA CONCIENCIA - El sentido íntimo.

El alma es, como nos demostraran las enseñanzas precedentes, una emanación, una partícula de lo Absoluto.
Sus vidas tienen por objetivo la manifestación cada vez más grandiosa de lo que en ella hay de divino, el aumento del dominio que está destinado a ejercer dentro y fuera de sí, por medio de sus sentidos y energías latentes. Puede alcanzarse ese resultado por procesos diferentes, por la Ciencia o por la meditación, por el trabajo o por el ejercicio moral. El mejor proceso consiste en utilizar todos esos modos de aplicación, en completarlos unos a otros; el más eficaz, sin embargo, de todos, es el examen íntimo, la introspección. Acrecentemos el desapego de las cosas materiales, la firme voluntad de mejorar nuestra unión con Dios en espíritu y verdad, y veremos que toda religión verdadera, toda filosofía profunda ahí va a buscar su origen y en esas fórmulas se resume. El resto, doctrinas culturales, ritos y prácticas no son más que el vestuario externo que encubre, a los ojos de las turbas, el alma de las religiones.
Víctor Hugo escribia en el "Post scriptum de ma vie ": "Es dentro de nósotros que devemos mirar el exterior... Inclinandonos sobre este pozo, nuestro espíritu, avistamos, a una distancia de abismo, en estrecho círculo, un mundo inmenso."

La consciencia es, pues, como diría W. James, el centro de la personalidad, centro permanente, indestructible, que persiste y se mantiene a través de todas las transformaciones del individuo. La consciencia no es solo la facultad de percibir, sino también el sentimiento que tenemos de vivir, actuar, pensar, querer. Es una e indivisible. La pluralidad de sus estados nada prueba, como vimos, contra esa unidad. Aquellos estados son sucesivos, como las percepciones correlativas y no son simultáneos. Para demostrar que existen en nosotros varios centros autónomos de conciencia, seria necesario probar también que hay acciones y percepciones simultáneas y diferentes; pero eso no es exacto y no puede ser.
Sin embargo, la consciencia presenta, en su unidad, como sabemos, varios planos, varios aspectos. Físico, se confunde con lo que la Ciencia llama el "sensorium", o sea, la facultad de concentrar las sensaciones externas, coordinarlas, definirlas, percibir las causas y determinar sus efectos. Poco a poco, por el propio hecho de la evolución, esas sensaciones se van multiplicando y purificando, y la conciencia intelectual despierta. De ahí en más no tendrá límite su desarrollo, puesto que podrá abrazar todas las manifestaciones de la vida infinita. Entonces brotando el sentimiento y el juicio el alma se comprenderá a sí misma; se tornará, al mismo tiempo, sujeto y objeto.
En la multiplicidad y variedad de sus operaciones mentales tendrá siempre conciencia de lo que piensa y quiere. El "yo" se afirma, se desarrolla, y la personalidad se completa por la manifestación de la conciencia moral o espiritual. La facultad de percibir los efectos del mundo sensible se ejercerá de manera más elevada; se convertirá en la posibilidad de sentir las vibraciones del mundo moral, de discriminar sus causas y leyes.
Es con los sentidos internos que el ser humano percibe los hechos y las verdades de orden transcendental. Los sentidos físicos engañan, apenas distinguen la apariencia de las cosas y nada serian sin el "sensorium", que agrupa, centraliza sus percepciones y las transmite al alma; esta registra todo y saca el efecto útil. Bajo, todavía, de este "sensorium" superficial, hay otro más hondo, que distingue las reglas y las cosas del mundo metafísico. Es a ese sentido profundo, desconocido, inutilizado para la mayor parte de los hombres, que ciertos experimentadores designaran por el nombre de conciencia subliminal.

Así como existe un organismo y un "sensorium" físicos, que nos ponen en relación con los seres y las cosas del plano material, así también hay un sentido espiritual por medio del cual ciertos hombres penetran desde ya en el dominio de la vida invisible. Así que, después de la muerte, cae el velo de la carne, ese sentido se tornará el único centro de nuestras percepciones.
Es en la extensión y desarrollo creciente de ese sentido espiritual que está la ley de nuestra evolución psíquica, la renovación del ser, el secreto de su iluminación interior y progresiva. Por él nos despegamos de lo relativo y de lo ilusorio, de todas las contingencias materiales, para vincularnos cada vez más a lo inmutable y absoluto.

Cuanto más puros y desinteresados son los pensamientos y los actos, en una palabra, cuanto más intensa es la vida espiritual y cuanto más ella predomina sobre la vida física, mucho más se desarrollan los sentidos interiores. El velo que nos esconde el mundo fluídico se atenúa, se torna transparente y tras él, el alma distingue un conjunto maravilloso de armonías y bellezas, al mismo tiempo que se torna más apta para recoger y transmitir las revelaciones, las inspiraciones de los seres superiores, porque el desarrollo de los sentidos internos coincide, generalmente, con una extensión de las facultades del espíritu, con una atracción más enérgica de las radiaciones etéreas.
Cada plano del Universo, cada círculo de la vida, corresponde a un número de vibraciones, que se acentúan y se vuelven más rápidas, más sutiles, a medida que se aproximan a la vida perfecta. Los seres dotados de débil poder de radiación no pueden percibir las formas de vida que les son superiores, pero todo Espíritu es capaz de obtener por la preparación de la voluntad y por la educación de los sentidos íntimos un poder de vibración que le permite actuar en planos muy extensos. Encontramos una prueba de la intensidad de esta forma de emisión mental en el hecho de haberse visto moribundos o personas en peligro de muerte impresionar telepáticamente, a grandes distancias, a varios individuos, al mismo tiempo.
En realidad, cada uno de nosotros podría, si quisiese, comunicarse en todo momento con el mundo invisible. Somos Espíritus. Por la voluntad podemos gobernar la materia y desprendernos de sus lazos para vivir en una esfera más libre, la esfera de la vida superconciente. Para eso es menester una cosa, espiritualizarnos, volver a la vida del espíritu por una concentración perfecta de nuestras fuerzas interiores. Entonces, nos encontramos cara a cara con un orden de cosas que ni el instinto, ni la experiencia, ni aun la razón puede percibir.
El alma, en su expansión, puede quebrar la pared de carne que la encierra y comunicarse por sus propios sentidos con los mundos superiores y divinos. Es lo que han podido hacer los videntes y los verdaderos santos, los grandes místicos de todos los tiempos y de todas las religiones.
 
Continuará...
 
AMOR FRATERNAL

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