domingo, 24 de marzo de 2013

Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso perdido

EL GÉNESIS

Capitulo XI: GÉNESIS ESPIRITUAL

Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso perdido
43. Los mundos progresan físicamente por la elaboración de la materia y moralmente por la depuración de los espíritus que en ellos viven. La felicidad está en relación directa con el predominio del bien sobre el mal, y a su vez, el predominio del bien es producto del adelanto moral de los espíritus. El progreso intelectual no basta, ya que con la inteligencia pueden hacer el mal.
Cuando un mundo llega a uno de esos períodos de transformación que lo hará ascender de jerarquía, se operan mutaciones en su población encarnada y desencarnada; es entonces cuando ocurren las grandes emigraciones e inmigraciones (n.º 34 y 35). Quienes, a pesar de su inteligencia y su saber, perseveran en el mal, en su rebeldía contra Dios y sus leyes, son una traba para el progreso moral ulterior, una causa permanente de inquietud para el reposo y la felicidad de los buenos; razón por la que son excluidos y enviados a mundos menos adelantados, donde aplicarán su inteligencia y la intuición de los conocimientos adquiridos para ayudar a progresar a quienes los rodean, al mismo tiempo que expiarán, a través de una serie de penosas existencias, caracterizadas por el trabajo duro, sus faltas pasadas y su endurecimiento voluntario.
44. Al mismo tiempo que los malos abandonan el mundo que habitaban, otros espíritus mejores los reemplazan. Para éstos, que llegan de un mundo menos avanzado, al que dejaron gracias a sus propios méritos, el nuevo hogar será una recompensa. Así es como la población espiritual se renueva y purga de sus peores elementos, con lo cual el estado moral del mundo mejora.
Estas mutaciones a veces son parciales, es decir, limitadas a un pueblo, a una raza; otras veces son generales, mas esto acontece cuando el período de renovación llega para el mundo.
45. La raza adámica presenta todos los caracteres de una raza proscrita. Los espíritus que la componen fueron exiliados en la Tierra, ya poblada, pero por hombres primitivos, inmersos en la ignorancia, a quienes debía hacer progresar llevándoles las luces de una inteligencia desarrollada. ¿Y acaso no es tal el papel desempeñado por esa raza hasta el presente? Su superioridad intelectual prueba que el mundo de donde provenía era más avanzado que la Tierra. Pero ese mundo estaba a punto de entrar en una nueva fase de progreso y esos espíritus, debido a su obstinación, no supieron adaptarse a las nuevas condiciones. Su desubicación hubiera significado un obstáculo para la marcha providencial de los acontecimientos. Por este motivo fueron excluidos, al tiempo que otros merecieron ocupar sus lugares.
Al relegar a esta raza a un mundo de trabajo y sufrimientos, Dios tuvo razón en decir: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. En su mansedumbre, le prometió que le enviaría un Salvador, quien le señalaría la ruta a seguir para poder escapar de este lugar de miserias, de este infierno, y alcanzar la bienaventuranza de los elegidos. Este Salvador, que Él envió en persona de Cristo, enseñó la ley de amor y caridad, desconocida por ellos, la que debía ser la verdadera áncora de su salvación.
Para lograr que la Humanidad avance en determinado sentido, espíritus superiores, aunque sin alcanzar las cualidades de Cristo, encarnan de tiempo en tiempo sobre la Tierra para llevar a cabo misiones especiales, las que ayudarán al mismo tiempo a su progreso personal si las cumplen de acuerdo con los designios del Creador.
46. Sin la reencarnación, la misión de Cristo no tendría sentido, así como la promesa hecha por Dios. Supongamos que el alma de cada hombre se crease en el instante del nacimiento de su cuerpo y que apareciese y desapareciese sólo una vez sobre la Tierra; no habría, en tal caso, relación entre aquellas de la edad adámica y las de la época de Cristo, ni tampoco entre las que llegaron posteriormente; todas serían extrañas entre sí. La promesa hecha por Dios de enviar un Salvador no podría aplicarse a los descendientes de Adán si sus almas no habían sido creadas todavía. Para que la misión de Cristo pudiese relacionarse con las palabras de Dios, era preciso que se llevase a cabo con las mismas almas. Si estas almas fuesen nuevas no podrían estar manchadas por la falta del primer padre, quien es sólo el padre carnal y no el padre espiritual, puesto que si no Dios hubiese creado almas mancilladas por una falta que no podría influir sobre ella, ya que no existían en el momento de producirse el pecado. La doctrina popular del pecado original implica la necesidad de establecer una relación entre las almas de la época de Cristo y las del tiempo de Adán. En consecuencia, es preciso aceptar la reencarnación.
Decid que todas esas almas formaban parte de la colonia de espíritus exiliados en la Tierra en tiempos de Adán y que se hallaban mancilladas por los vicios que motivaron su exclusión de un mundo mejor, y tendréis la única interpretación racional del pecado original, pecado propio de cada individuo y no el producto de la responsabilidad de la falta de un tercero a quien jamás se ha conocido. Decid que esas almas, o espíritus, renacen en la Tierra incorporadas en la vida material en múltiples oportunidades para progresar y depurarse y que Cristo llegó para iluminar a esas mismas almas, no sólo en razón de sus vidas pasadas, sino en vista de sus existencias ulteriores, y únicamente entonces daréis a su misión la dimensión real y formal que puede ser aceptada por la razón.

48. En un primer momento, la idea de decadencia parece encontrar en contradicción con el principio que establece que los espíritus no pueden retroceder. Mas es necesario pensar que no se trata de un regreso al estado primitivo. El espíritu, aunque en una posición inferior, no pierde nada de lo que ya ha adquirido, su desarrollo moral e intelectual es el mismo, sea cual fuere el medio en el que se halle. 


AMOR FRATERNAL

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