jueves, 22 de agosto de 2013

Las virtudes y los vicios

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Capitulo XII: PERFECCION MORAL

893. ¿Cuál es la más meritoria de todas las virtudes?
  • Todas las virtudes poseen su mérito, porque todas son indicios de progreso en la senda del bien. Hay virtud cada vez que existe una resistencia voluntaria a las solicitaciones de las malas tendencias. Pero lo sublime de la virtud consiste en el sacrificio del interés personal por el bien del prójimo, sin abrigar segundas intenciones. La más meritoria de ellas es la que se basa en la más desinteresada caridad.
894. Hay personas que hacen el bien por un impulso espontáneo, sin que deban vencer en sí ningún sentimiento opuesto. ¿Poseen tanto mérito como aquellas otras que tienen que luchar contra su propia naturaleza y la derrotan?
  • Los que no deben luchar es porque en ellos se ha operado ya el progreso. Lucharon antaño y triunfaron. Por eso, los buenos sentimientos no les cuestan esfuerzo y sus acciones se les ocurren muy sencillas: para ellos el bien ha llegado a constituir un hábito. Debemos, pues, honrarlos como a viejos guerreros que conquistaron sus laureles.
  • Como vosotros estáis todavía lejos de la perfección, esos ejemplos os asombran por el contraste que presentan, y los admiráis tanto más cuanto más raros son. Pero sabed bien que en los mundos más evolucionados que el vuestro es regla aquello mismo que entre vosotros constituye una excepción. El sentimiento del bien es en todas partes espontáneo, porque tales mundos sólo están habitados por buenos Espíritus y una única intención mala sería allí una excepción monstruosa. He ahí por qué son dichosos los hombres en esos mundos. Lo mismo acontecerá en la Tierra cuando el género humano se haya transformado y cuando comprenda y practique la caridad en su verdadera significación.
895. Dejando a un lado los defectos y los vicios sobre los cuales nadie podría engañarse, ¿cuál es el signo más característico de la imperfección?
  • El interés personal. Las cualidades morales son con frecuencia como el dorado que se coloca sobre la superficie de un objeto de cobre y que no resiste a la piedra de toque. Un hombre puede poseer cualidades reales que lo convierten, a los ojos de la sociedad, en una persona de bien. Pero esas cualidades, aunque sean por sí mismas un progreso, no siempre soportan ciertas pruebas, y basta en ocasiones pulsar la nota del interés personal para que el fondo quede al descubierto. El verdadero desinterés es tan raro en la Tierra que, cuando se hace presente, se le admira como a algo extraño.
El apego a las cosas materiales es un notorio signo de inferioridad, porque cuanto más aferrado se halla el hombre a los bienes de este mundo tanto menos comprende su destino. En cambio, por su desinterés prueba que contempla el porvenir desde un punto de vista más elevado.
 
896. Hay personas desinteresadas pero sin discernimiento, que prodigan sus bienes sin provecho real, en vez de emplearlos racionalmente. ¿Tienen algún mérito?
  • Poseen el mérito del desinterés, pero no el del bien que pudieran realizar. Si el desinterés representa una virtud, la prodigalidad irreflexiva es siempre, por lo menos, una falta de juicio. No se concede la fortuna a algunos para que la desparramen a los cuatro vientos, como tampoco le es dada a otros para que la sepulten en una caja fuerte. Se trata de un depósito del que tendrán que rendir cuentas, porque deberían responder de todo el bien que les fue posible hacer y que no hayan hecho, así como de todas las lágrimas que hubieran podido enjugar con el dinero que han dado, en cambio, a quienes no lo necesitaban.
897. El que practica el bien, no con miras a obtener una recompensa en la Tierra, sino con la esperanza de que se le tendrá en cuenta en la otra vida, y que su posición entonces será tanto mejor, ¿es reprensible? Y esa idea ¿lo perjudica en su adelanto?
  • Hay que realizar el bien por caridad, esto es, desinteresadamente.
897 a. No obstante, todos tenemos un muy natural deseo de adelantar y salir del penoso estado de esta existencia. Los Espíritus mismos nos enseñan a practicar el bien con esa finalidad. ¿Es malo, entonces, pensar que haciendo el bien podemos esperar para nosotros una situación mejor que la que tenemos en la Tierra?
  • Por cierto que no. Pero el que practica el bien sin segunda intención, y por el solo placer de ser grato a Dios y a su prójimo que sufre, se encuentra ya en cierto grado de evolución que le permitirá alcanzar la felicidad mucho más pronto que su hermano, el cual, más positivo, realiza el bien calculadamente y no es impulsado a ello por el calor natural de su corazón. (Ver parágrafo 894).
897 b. ¿No hay que establecer aquí un distingo entre el bien que podemos hacer al prójimo y el cuidado que ponemos en enmendar nuestros defectos? Concebimos que practicar el bien con la idea de que nos será tenido en cuenta en la otra vida sea poco meritorio. Pero corregirnos, derrotar nuestras pasiones, modificar nuestro carácter con vistas a acercarnos a los buenos Espíritus y elevarnos, ¿es también un signo de inferioridad?
  • No, no. Por hacer el bien entendemos ser caritativos. El que calcule lo que cada buena acción suya puede reportarle en la vida futura, así como en la existencia terrenal, obra como egoísta. Pero no hay egoísmo alguno en mejorarse con miras a aproximarse a Dios, puesto que tal es la meta a que cada uno debe tender.
898. Ya que la vida corporal no es sino una estadía temporaria en la Tierra, y que el porvenir que nos aguarda debe constituir nuestra principal preocupación, ¿es útil esforzarse por adquirir conocimientos científicos que sólo se relacionen con las cosas y necesidades materiales?
  • Sin duda alguna. En primer lugar, ello os pone en situación de aliviar a vuestros hermanos. Segundo, vuestro Espíritu evolucionará más rápido si ha progresado ya en inteligencia. En los intervalos entre una y otra encarnación, aprenderéis en una hora lo que os llevaría años en la Tierra. Ningún conocimiento es inútil. Todos coadyuvan en mayor o menor grado al adelanto, porque el Espíritu perfecto debe saberlo todo, y como el progreso ha de realizarse en todos sentidos, cuantas ideas adquiera cooperarán al desarrollo del Espíritu.
899. De dos hombres ricos, el uno ha nacido en la opulencia y no conoció jamás la necesidad. El otro debe la fortuna adquirida a su propio trabajo. Ambos la emplean exclusivamente en su satisfacción personal. ¿Cuál es el más culpable?
  • El que conoció el sufrimiento. Sabe lo que significa padecer, conoce el dolor, ese dolor que él no alivia, y del cual generalmente ya no se acuerda.
900. El que sin darse tregua acumula bienes de fortuna y no hace bien a nadie, ¿tiene una excusa valedera en el argumento de que procede así para dejar más a sus herederos?
  • Es ese un compromiso con la mala conciencia.
901. De dos avaros, el primero se priva de lo indispensable y muere de miseria sobre los tesoros que ha amontonado. El segundo sólo es tacaño para los demás y pródigo consigo mismo. Mientras retrocede ante el más leve sacrificio cuando se trata de prestar un servicio o realizar algo útil, está en todo momento muy dispuesto a satisfacer sus gustos y pasiones. Siempre que le piden un favor alega que anda escaso de fondos. Pero si quiere satisfacer un capricho personal, tiene recursos suficientes para hacerlo. ¿Cuál de los dos es el más culpable, y a cuál de ellos tocará el lugar peor en el Mundo de los Espíritus?
  • El que disfruta. Es más egoísta que avaro. El otro ya está recibiendo parte de su castigo.
902. ¿Es reprensible envidiar la riqueza ajena, cuando quisiéramos poseerla para realizar el bien?
  • Ese sentimiento es loable, sin duda alguna, cuando es puro. Pero tal deseo ¿es en todos los casos tan desinteresado? ¿No ocultará quizá alguna segunda intención de tipo personal? La primera persona a quien se desea hacer el bien, ¿no será tal vez uno mismo?
903. ¿Somos culpables de analizar los defectos de los demás?
  • Si se hace con el intento de criticarlos y difundirlos, se es muy culpable. Porque significa que estamos faltos de caridad. En cambio, si es en nuestro propio beneficio, a fin de evitar en nosotros esos defectos, puede en ocasiones resultar útil. Pero no hay que olvidar que la indulgencia hacia los defectos ajenos es una de las virtudes incluidas en la caridad. Antes de formular un reproche a los demás con motivo de sus imperfecciones, ved si no se puede decir lo mismo de vosotros. Tratad, pues, de poseer las cualidades opuestas a los defectos que criticáis en los demás: es el modo de elevaros. Si les reprocháis su avaricia, sed generosos. Si les enrostráis su orgullo, sed humildes y modestos. Si veis que son duros, sed vosotros tiernos. Si ellos obran con mezquindad, sed magnánimos en todas vuestras acciones. En suma, haced de modo que no se pueda aplicaros esta frase de Jesús: “Y ¿por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”
904. ¿Es culpable el que indaga los males de la sociedad y los hace públicos?
  • Depende del propósito que lo inspire. Si el escritor sólo busca suscitar el escándalo, es un goce personal el que se procura presentando cuadros que son a menudo más bien un mal ejemplo y no uno bueno. El Espíritu juzga, pero podrá ser castigado por esa especie de deleite que experimenta en revelar el mal.
904 a. En tal caso, ¿cómo podemos juzgar la pureza de intenciones y la sinceridad del escritor?
  • Eso no siempre es útil. Si escribe cosas buenas, aprovechadlas. Pero si obra mal, es una cuestión de conciencia que a él mismo le atañe. Además, si trata de demostrar su sinceridad, le cabe apoyar lo que escriba con su propio ejemplo.
905. Algunos autores han publicado obras muy bellas y de gran moralidad que colaboran con el progreso de la humanidad, pero de las que ellos mismos no se han aprovechado mucho. ¿Se les tiene en cuenta, como Espíritus, el bien que sus obras realizan?
  • Moral sin actos es semilla sin trabajo. ¿De qué os sirve la simiente si no la sembráis para que fructifique y os sirva de nutrimento? Esos hombres son tanto más culpables, puesto que tenían inteligencia para comprender. Al no poner en práctica las máximas que ofrecían a los demás, han renunciado a cosechar sus frutos.
906. El que realiza el bien ¿es reprochable por tener conciencia de ello y decírselo a sí mismo?
  • Visto que puede tener conciencia del mal que cometa, también deberá tenerla del bien que haga, a fin de saber si está obrando correctamente o no. Al pesar todas sus acciones en la balanza de la ley de Dios y, sobre todo, en la de la ley de justicia, amor y caridad, podrá decirse si aquéllas son buenas o malas, aprobándolas o censurándolas. Por tanto, no puede ser reprensible por reconocer que ha derrotado sus malas tendencias y por estar satisfecho de ello, con tal que esto no le produzca vanidad, porque entonces incurriría en otra falta. 

AMOR FRATERNAL

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