martes, 30 de julio de 2013

Materialismo y Positivismo - última parte

Después de la Muerte

León Denis

Capitulo VII

Con la convicción de que no hay nada más allá de la vida presente ni otra justicia que la de los hombres, cada uno puede decirse: ¿Para qué luchar y sufrir? ¿Para qué la piedad, el valor y la rectitud? ¿Para qué mortificarse y dominar los apetitos y los deseos? Si la humanidad está abandonada a sí misma, si no existe en ninguna parte un poder inteligente y equitativo que la juzgue, que la guíe y la sostenga, ¿qué socorro puede esperar? ¿Qué ayuda le hará menos pesada la carga de sus sufrimientos?
 
Si no hay en el universo razón, ni justicia ni amor; nada más que la fuerza ciega,  oprimiendo a los seres y a los mundos bajo el Jugo de una fatalidad sin pensamiento, sin alma y sin conciencia, entonces, el ideal, el bien, la belleza moral son otras tantas ilusiones y mentiras. No se trata ya de eso, sino de la realidad brutal; no es en el deber, sino en el placer donde el hombre debe ver la finalidad de la vida, y, para realizarla, debe pasar por encima de toda vana sentimentalidad.
Si venimos de la nada para volver a la nada; si la misma suerte, el mismo olvido espera al criminal y al sabio, al egoísta y al hombre abnegado; si, según las combinaciones de la casualidad, unos deben estar sujetos exclusivamente a la pena y otros al placer y al honor, entonces -es preciso atreverse a proclamarlo- la esperanza es una quimera; no hay ya consuelos para los afligidos ni justicia para las víctimas de la suerte. La humanidad camina, llevada por el movimiento del globo, sin finalidad, sin claridad, sin ley moral, renovándose por el nacimiento y por la muerte, dos fenómenos entre los cuales el ser se agita y pasa sin dejar más huella que una centella en la noche.


Bajo la influencia de tales doctrinas, la conciencia no tiene ya más que callarse y dejar su puesto al instinto brutal; el espíritu de cálculo debe suceder al entusiasmo, y el amor al placer reemplazar a las generosas aspiraciones del alma. Entonces, cada uno sólo pensará en sí. El disgusto de la vida y la idea del suicidio acudirán a frecuentar a los desgraciados. Los desheredados no sentirán más que odio hacia aquellos que poseen algo, y, en su furor, harán pedazos esta civilización grosera y material.
 
¡Pero no! El pensamiento, la razón se levantan y protestan contra esas doctrinas desoladoras. El hombre -nos dicen- no ha luchado, trabajado y sufrido para sumergirse en la nada; la materia no lo es todo; hay leyes superiores a ella, leyes de orden y de armonía, y el universo no es solamente un mecanismo inconsciente.

 
¿Cómo la materia ciega podría gobernarse por leyes inteligentes y sabias? ¿Cómo, desprovista de razón y de sentimiento, podría producir seres razonables y sensibles, capaces de discernir el bien del mal, lo justo de lo injusto? ¡Cómo! ¿El alma humana es susceptible de amar hasta el sacrificio, el sentido de lo bello y del bien está grabado en ella y ella desciende a un elemento que no posee estas cualidades en ningún grado? Sentimos, amamos, sufrimos ¿y hemos de proceder de una causa que es sorda, inexorable y amoral? ¿Seríamos entonces más perfectos y mejores que ella?
Tal razonamiento es un ultraje a la lógica. No se puede admitir que la parte sea superior al todo, que la inteligencia pueda derivar de una causa ininteligente, que de una naturaleza sin finalidad puedan salir seres susceptibles de perseguir una finalidad.
El sentido común nos dice, por él contrario, que si la inteligencia y el amor al bien y a lo bello están en nosotros, es preciso que provengan de una causa que los posea en un grado superior. Si el orden se manifiesta en todas las cosas, si un plan se revela en el mundo, es que un pensamiento los ha elaborado, que una razón los ha concebido.
No insistamos en problemas cuyo examen hemos de reanudar más adelante, y hagamos referencia a una doctrina que tiene muchos puntos de contacto con el materialismo. Queremos hablar del positivismo.(1)

Esta filosofía, más sutil o menos franca que el materialismo, no afirma nada ni niega nada. Prescindiendo de todo estudio metafísico, de toda indagación de las causas primarias, establece que el hombre no puede saber nada acerca del principio de las cosas; por consiguiente, el estudio de las causas del mundo y de la vida sería superfluo. Todo su método se relaciona con la observación de los hechos comprobados por los sentidos y de las leyes que los rigen. No admite más que la experiencia y el cálculo.
Sin embargo, el rigor de este método ha tenido que doblegarse ante las exigencias de la ciencia, y el positivismo, como el materialismo, a pesar de su horror a la hipótesis, se ha visto obligado a admitir teorías no verificables por medio de los sentidos. Así es que razona sobre la materia y la fuerza, cuya íntima naturaleza le es desconocida; que admite la ley de atracción, el sistema astronómico de Laplace, la correlación de las fuerzas, cosas todas imposibles de demostrar experimentalmente.
Más aún: se ha visto al fundador del positivismo, Augusto Comte, después de haber eliminado todos los problemas religiosos y metafísicos, volver a las cualidades ocultas y misteriosas de las cosas y terminar su obra fundando el culto a la Tierra. Este culto tenía sus ceremonias y sus sacerdotes asalariados. Verdad es que los positivistas han renegado de tales aberraciones. No insistiremos sobre este punto, ni tampoco sobre el hecho de que Littré, el sabio eminente, el jefe venerado del ateísmo moderno, se hiciese bautizar en su lecho de muerte, después de haber aceptado las frecuentes visitas de un sacerdote católico. Tal retracción infligida a los principios de toda una vida, debe, no obstante, ser señalada. 

Estos dos ejemplos, dados por los maestros del positivismo, demuestran la impotencia de unas doctrinas que se desinteresan de las aspiraciones del ser moral y religioso. Prueban que no se funda nada con las negaciones y con la indiferencia; que, a pesar de todos los sofismas, llega una hora en la que el pensamiento del más allá se levanta ante los escépticos más empedernidos.
Sin embargo, no se puede desconocer que el positivismo ha tenido su razón de ser y ha proporcionado incontestables servicios al espíritu humano, al obligar a éste a estrechar cada vez más sus argumentos, a precisar sus teorías y a dar una parte más amplia a la demostración. Cansados de abstracciones metafísicas y de vanas discusiones de escuela, sus fundadores han querido colocar a la ciencia sobre un terreno sólido; pero la base escogida por ellos era tan estrecha, que a su edificio le faltó a la vez amplitud y solidez. Al querer restringir el dominio del pensamiento, aniquilaron las más hermosas facultades del alma; al rechazar las ideas de espacio, de infinito, de absoluto, quitaron a algunas ciencias -a las matemáticas, a la geometría, a la astronomía- toda posibilidad de desarrollarse y de progresar. Se vio este hecho significativo: en el campo de la astronomía estelar, ciencia proscripta por Augusto Comte como perteneciente al dominio de lo "incognoscible", es donde se ha realizado los mejores descubrimientos.


El positivismo se halla en la imposibilidad de proporcionar una base moral a la conciencia. El hombre, aquí abajo, no tiene sólo que ejercer derechos; tiene también deberes que cumplir; ésta es la condición esencial de todo arden social. Ahora bien; para cumplir con los deberes es preciso conocerlos, ¿y cómo conocerlos si se hace caso omiso de la finalidad de la vida, de los orígenes y de los fines del ser? ¿Cómo ponernos de acuerdo con las cosas, según la propia expresión de Littré, si prescindimos de explorar el dominio del mundo moral y el estudio de los hechos de la conciencia?
Con un propósito plausible, algunos pensadores materialistas y positivistas han querido fundar lo que han llamado la moral independiente, es decir, la moral fuera de toda concepción teológica, de toda influencia religiosa. Han creído encontrar en ello un terreno neutral donde todos los buenos espíritus podrían reunirse. Pero los materialistas no han reflexionado que negando la libertad hacían toda moral impotente y vana. Desprovisto de libertad, el hombre no es más que una máquina y una máquina no tiene para qué ser moral. Hubiera sido preciso también que la noción del deber fuera aceptada por todos para que fuese eficaz; y ¿sobre qué puede apoyarse la noción del deber en una teoría mecánica del mundo y de la vida?
 
La moral no puede ser tomada por base, por punto de partida. Es una consecuencia de los principios, la coronación de una concepción filosófica. Por esto es por lo que la moral independiente ha seguido siendo una teoría estéril, una ilusión generosa, sin influencia sobre las costumbres.
En su estudio atento y minucioso de la materia, las escuelas positivistas han contribuido a enriquecer ciertas ramas de los conocimientos humanos; pero han perdido de vista el conjunto de las cosas y las leyes superiores del universo. Al encerrarse en su dominio exclusivo, han imitado al minero que se sume cada vez más en las entrañas del suelo, descubre los tesoros ocultos y no ve el gran espectáculo de la naturaleza que se manifiesta bajo los rayos del sol.
Estas escuelas no han sido siquiera fieles a su programa, pues después de haber proclamado el método experimental como el único medio de llegar a la verdad, se las ha visto darse un mentís a sí mismas negando “a priori” todo un orden de fenómenos, de manifestaciones psíquicas que hemos de examinar. Conviene hacer notar que la ciencia positiva ha manifestado tanta incredulidad desdeñosa ante estos hechos que venían a echar por tierra sus teorías, como los hombres de iglesia más intolerantes.
El positivismo no puede ser considerado como la última etapa de la Ciencia. Ésta es progresiva por esencia, y sabrá completarse. El positivismo no es más que una de las formas temporales de la evolución filosófica. Los siglos no han sucedido a los siglos; las obras de los sabios y de los filósofos no han sido acumuladas para terminar en la teoría de lo "desconocible". El pensamiento evoluciona, se desenvuelve, y cada día penetra más adelante. Lo que era desconocido ayer, será conocido mañana. La marcha del espíritu humano no tiene término. Fijarle uno, es negar la ley del progreso, es desconocer la verdad.


AMOR FRATERNAL

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