sábado, 20 de julio de 2013

Guerras - Asesinatos - Crueldad

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

LIBRO TERCERO
Capitulo V: LEY DE DESTRUCCIÓN

III.- Guerras

742. ¿Cuál es la causa que lleva al hombre a la guerra?
  • Predominio de la naturaleza animal sobre la espiritual y saciedad de las pasiones. En el estado de barbarie el único derecho que los pueblos conocen es el del más fuerte. De ahí que la guerra sea para ellos un estado normal. Conforme el hombre va progresando se torna aquélla menos frecuente, porque él evita las causas que la desencadenan. Y cuando el conflicto armado es necesario, sabe humanizarlo.
743. La guerra ¿desaparecerá algún día de este mundo?
  • Sí, cuando los hombres hayan comprendido la justicia y practiquen la ley de Dios. Entonces, todos los pueblos serán hermanos.
744. ¿Qué objetivo ha tenido la Providencia al hacer que la guerra sea necesaria?
  • La libertad y el progreso.
744 a. Si el efecto que ha de alcanzar la guerra consiste en dar la libertad, ¿cómo se explica que a menudo tenga por finalidad y por resultado la esclavitud?
  • Esclavitud momentánea para agrupar a los pueblos, a fin de hacerlos llegar más rápido.
745. ¿Qué pensar del que desencadena la guerra en su propio beneficio?
  • Ése es el verdadero culpable y necesitará muchas existencias para expiar todos los crímenes de que ha sido causante, porque responderá por cada hombre cuya muerte haya ocasionado a fin de satisfacer su ambición.

IV.- Asesinato

746. El asesinato ¿es un crimen a los ojos de Dios?
  • Sí, un gran crimen. Porque el que arrebata la vida a su semejante troncha una existencia de expiación y de misión, y en ello reside el mal.
747. ¿Siempre hay el mismo grado de culpabilidad en el asesinato?
  • Ya lo hemos dicho: Dios es justo. Juzga por la intención más que por el hecho mismo.
748. ¿Exime Dios el homicidio en caso de legítima defensa?
  • Sólo la necesidad puede excusarlo. Pero si se puede preservar la propia vida sin atentar contra la del agresor se debe hacerlo.
749. ¿Es culpable el hombre de los homicidios que comete durante la guerra?
  • No, cuando está obligado a ello por la fuerza. Pero sí es culpable de las crueldades en que incurra, y su humanidad, en cambio, le será tenida en cuenta.
750. A los ojos de Dios ¿cuál es más culpable: el parricida o el infanticida?
  • Los dos lo son igualmente, porque todo crimen es un crimen.
751. ¿A qué se debe que en ciertos pueblos, ya adelantados desde el punto de vista intelectual, el infanticidio figure entre las costumbres y esté consagrado por la legislación?
  • El desarrollo del intelecto no trae consigo la necesidad del bien. Un Espíritu superior en inteligencia puede ser al mismo tiempo malvado. Es uno que ha vivido mucho sin mejorarse. Él lo sabe.

V.- Crueldad

752. ¿Se puede relacionar la crueldad con el instinto de destrucción?
  • Es el mismo instinto de destrucción en lo que tiene de peor, porque si la destrucción constituye a veces una necesidad, la crueldad no lo es nunca. Siempre resulta de una mala índole.
753. ¿Cuál es la razón de que la crueldad sea el carácter dominante en los pueblos primitivos?
  • En los pueblos primitivos –como tú les llamas- la materia prevalece sobre el Espíritu. Se entregan a los instintos de la bestia y, como quiera que no tienen otras necesidades que las de la vida del cuerpo, sólo piensan en su conservación personal, y esto es lo que generalmente los torna crueles. Además, los pueblos de imperfecto desarrollo se hallan bajo el dominio de Espíritus igualmente imperfectos que les son simpáticos, hasta que otros pueblos más adelantados vienen a anular o debilitar su influencia.
754. La crueldad ¿no deriva de la ausencia de sentido moral?
  • Di que el sentido moral no está desarrollado, pero no digas que se halla ausente, porque existe en principio en todos los hombres. Ese sentido moral, precisamente, es el que más tarde hace de ellos seres buenos y humanitarios. Existe, pues, también en el salvaje, pero reside en él de la misma manera que el principio del perfume está en la flor antes que ésta se abra.
Todas las facultades existen en el hombre en estado rudimentario o latente, y se desarrollan según las circunstancias les sean más o menos propicias. El excesivo desarrollo de unas detiene o neutraliza el de otras. Las sobreexcitación de los instintos materiales sofoca –si así vale decirlo- el sentido moral, del mismo modo que el desarrollo del sentido moral va debilitando poco a poco las facultades puramente animales.
 
755. ¿Cómo se explica que en el seno de la más adelantada civilización se encuentren a veces seres tan crueles como los salvajes?
  • De igual manera que en un árbol cargado de buenos frutos hallamos algunos que no han alcanzado su pleno desarrollo. Estos últimos son –si así lo quieres- salvajes que sólo tienen la vestimenta de la civilización, o lobos en medio de un rebaño de ovejas. Ciertos Espíritus de orden inferior y muy atrasados pueden encarnar entre hombres evolucionados con la esperanza de adelantar ellos mismos. Pero, si la prueba les resulta demasiado pesada, su índole primitiva predomina.
756. La sociedad de los hombres de bien ¿será algún día expurgada de malhechores?
  • La humanidad progresa. Esos hombres dominados por el instinto del mal y que están desubicados entre personas de bien irán desapareciendo paulatinamente, del modo que el mal grano se separa del bueno cuando se le tamiza. Pero para renacer con otra envoltura. Y como entonces poseerán más experiencia, comprenderán mejor el bien y el mal. Tienes un ejemplo de ello en las especies vegetales y animales que el hombre ha encontrado el modo de mejorar, desarrollando en ellas nuevas cualidades. Pues bien, sólo pasadas muchas generaciones el perfeccionamiento se consuma. Es la imagen de las diversas existencias del hombre.

AMOR FRATERNAL

jueves, 18 de julio de 2013

Pena de muerte

El Libro de los Espiritus

Allan Kardec

LIBRO TERCERO

Capitulo VI: LEY DE DESTRUCCIÓN


760. ¿Desaparecerá algún día de la legislación humana la pena de muerte?
  • La pena capital ha de desaparecer, incuestionablemente, y su desaparición señalará un progreso para la humanidad. Cuando los hombres estén más esclarecidos la pena de muerte será abolida por completo en la Tierra. Los hombres no necesitarán ya ser juzgados por otros hombres. Hablo de una época que está todavía bastante lejana para vosotros.
Sin lugar a dudas, el progreso social todavía deja mucho que desear, pero seríamos injustos para con la sociedad moderna si no viéramos un progreso en las restricciones impuestas a la pena capital en los pueblos más adelantados, de acuerdo con la índole de los crímenes a que se limita su aplicación. Si comparamos las garantías que en esos mismos pueblos se esfuerza la justicia por otorgar al acusado y el trato humanitario que le dispensa –aun cuando haya sido reconocido culpable- con las prácticas vigentes en épocas que aún no están muy distantes, no podemos dejar de reconocer la senda progresiva por la que marcha la humanidad.
 
761. La ley de conservación concede al hombre el derecho de preservar su propia vida. ¿No está haciendo uso de ese derecho cuando elimina de la sociedad a un miembro peligroso?
  • Hay otros medios de defenderse del peligro fuera del de matar al agresor. Por otra parte, es preciso abrir al criminal la puerta del arrepentimiento y no cerrársela.
762. Si la pena capital puede ser desterrada de las sociedades civilizadas, ¿no ha constituido una necesidad en tiempos de mayor atraso?
  • “Necesidad” no es la palabra adecuada. El hombre cree siempre que una cosa es necesaria cuando no encuentra nada mejor. Conforme evoluciona, va comprendiendo más acertadamente lo que es justo y lo que es injusto, y repudia los excesos que en épocas de ignorancia se cometían en nombre de la justicia.
763. La restricción de los casos en que se aplica la pena de muerte, ¿es un indicio del progreso en la civilización?
  • ¿Puedes ponerlo en duda? ¿No se subleva tu Espíritu al leer el relato de las matanzas humanas que se hacían otrora en nombre de la justicia, y a menudo en honor a la Divinidad; de las torturas que se infligían al condenado, e incluso al simple acusado a fin de arrancarle, mediante el exceso de sufrimientos, la confesión de un crimen que en muchos casos no había cometido? Pues bien, si hubieras vivido en aquellos tiempos habrías considerado todo eso muy natural, y quizá siendo juez hubieras hecho otro tanto. Porque lo que es considerado justo en una época parece bárbaro en otra. Sólo las leyes divinas son eternas. Las humanas se modifican con el progreso. Y seguirán cambiando todavía, hasta que hayan sido puestas en armonía con las leyes divinas.
764. Dijo Jesús: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán” Esas palabras, ¿no significan la consagración de la ley del talión? Y la muerte que se inflige al matador ¿no constituye la aplicación de esa ley?
  • Andaos con tiento. Os habéis equivocado acerca de estas palabras, como respecto a otras muchas. La ley del talión es la justicia de Dios y Él la aplica. Todos vosotros sufrís a cada instante esa ley, porque sois castigados por donde habéis pecado, en esta vida o en otra. Quien haya hecho padecer a sus semejantes se hallará en una situación en que sufrirá él mismo lo que haya infligido a los demás. Tal el sentido de esas palabras de Jesús. Pero ¿no os ha dicho también “perdonad a vuestros enemigos”, y no os ha enseñado que pidáis a Dios os perdone vuestras faltas como perdonáis vosotros las de los demás? Es decir, en la misma proporción en que hayáis vosotros perdonado: comprended bien esto.
765. ¿Qué hemos de pensar de la pena capital que se aplica en nombre de Dios?
  • Es tomar el lugar de Dios en la administración de la justicia. Los que obran así ponen de relieve cuán lejos se hallan de comprender a Dios, y demuestran que deben expiar todavía muchas cosas. La pena de muerte es un crimen e igualmente lo es cuando se aplica en nombre de Dios, y a los que la infligen les cabe la responsabilidad, por tratarse de otros tantos asesinatos.

Un abrazo fraterno
AMOR FRATERNAL

miércoles, 17 de julio de 2013

Duración de las penas futuras

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

LIBRO CUARTO
Capitulo II: PENAS Y GOCES FUTUROS

1003. La duración de los sufrimientos del culpable en la vida futura ¿es arbitraria o está subordinada a alguna ley?
  • Jamás obra Dios por capricho, y todo en el Universo está regido por leyes en las que se ponen de relieve su sabiduría y su bondad.
1004. ¿En qué se funda la duración de los padecimientos del culpable?
  • En el tiempo preciso para su mejoramiento. Visto que el estado de dolor, así como el de felicidad, son proporcionales al grado de depuración del Espíritu, la duración y la índole de sus sufrimientos depende del tiempo que le ha llevado mejorarse. A medida que progresa y conforme se van purificando sus sentimientos, sus padecimientos disminuyen y cambian de naturaleza.
                                                                                                                    SAN LUIS.
 
1005. Para el Espíritu sufriente ¿el tiempo transcurre en la misma medida que en su estado de encarnación?
  • Más bien le parece más prolongado. El sueño no existe para él. Sólo para los Espíritus llegados a cierto grado de depuración el tiempo se esfuma, si así vale decirlo, ante lo infinito.
1006. ¿Podrá ser eterna la duración de los sufrimientos del Espíritu?
  • A no dudarlo, si fuera eternamente malo, esto es, si no hubiera de arrepentirse jamás ni de mejorar, entonces sí sufriría por toda la eternidad. Pero Dios no creó Seres que estuviesen perpetuamente destinados al mal. Sólo los ha creado simples e ignorantes, y todos deben progresar en un lapso más o menos prolongado, con arreglo a su voluntad. La voluntad puede ser más o menos tardía, así como hay niños que son más precoces que otros, mas tarde o temprano llega por la necesidad irresistible que experimenta el Espíritu de salir de su estado de inferioridad y ser feliz. La ley que rige la duración de las penas es, pues, eminentemente sabia y benévola, puesto que subordina dicha duración a los esfuerzos que realice el Espíritu. No le quita jamás su libre albedrío. Si lo emplea mal, sufre las consecuencias de ello.
                                                                                                                    SAN LUIS.
1007. ¿Hay Espíritus que no se arrepientan jamás?
  • Los hay cuyo arrepentimiento es muy tardío. Pero pretender que nunca mejorarán equivaldría a negar la ley del progreso y decir que el niño no puede llegar a ser adulto.
                                                                                                                   SAN LUIS.
 
1008. La duración de las penas ¿depende siempre de la voluntad del Espíritu? ¿No hay entre ellas algunas que le sean impuestas por un tiempo determinado?
  • Sí, pueden serle impuestas ciertas penas por un lapso establecido, pero Dios, que sólo quiere el bien de sus criaturas, acoge siempre el arrepentimiento, y el deseo de mejorarse nunca es estéril.
                                                                                                                    SAN LUIS.
1009. Según esto, ¿las penas impuestas jamás serían eternas?
  • Interrogad a vuestro buen sentido, a vuestra razón, y preguntaos si una condena a perpetuidad, por algunos momentos de error, no sería la negación de la bondad de Dios. ¿Qué es, en efecto, la duración de la vida – aun cuando llegase a los cien años- respecto de la eternidad? ¡Eternidad! ¿Comprendéis cabalmente esta palabra? ¡Sufrimientos, torturas sin término ni esperanza, tan sólo porque se han cometido algunas faltas! ¿No rechaza vuestro juicio semejante idea? Que los antiguos hayan visto en el Señor del Universo a un dios terrible, celoso y vengativo, se concibe. En su ignorancia, atribuían a la divinidad las pasiones humanas. Pero no es ese el Dios de los cristianos, que coloca el amor y la caridad, la misericordia y el olvido de las ofensas en la categoría de las virtudes principales. ¿Podría Él mismo carecer de las cualidades que establece como obligatorias para el hombre? ¿No hay contradicción en atribuirle bondad infinita e infinita venganza? Afirmáis que ante todo Él es justo y que el hombre no comprende su justicia, pero ésta no excluye a la bondad, y no sería bueno Dios si condenara a penas horribles y perpetuas a la mayor parte de sus criaturas. ¿Podría imponer a sus hijos el que sean justos, si no les concede los medios de comprender la justicia? Por lo demás, lo sublime de la justicia, unida a la bondad, ¿no reside acaso en el hecho de hacer que la duración de las penas dependa de los esfuerzos del culpable por mejorarse? En ello está la verdad de estas palabras: “A cada uno según sus obras”.
                                                                                                              SAN AGUSTÍN.
 

  • Dedicaos con todos los medios de que dispongáis a combatir y a aniquilar la idea de la eternidad de las penas, pensamiento blasfemo para con la justicia y la bondad de Dios, y la más fecunda fuente de incredulidad, del materialismo y la indiferencia que han invadido a las masas desde que comenzó a desarrollarse su intelecto. El Espíritu que se halle próximo a esclarecerse, aunque no lo esté aún, comprende pronto la monstruosa injusticia que esa idea implica. Su razón la rechaza, y rara vez deja entonces de confundir en una misma condena a las penas que lo sublevan y al dios que se atribuye. De ahí emanan los males innúmeros que se han desplomado sobre vosotros y a los cuales acabamos de traer el remedio. La tarea que os señalamos os resultará tanto más fácil cuanto que las autoridades sobre las cuales se apoyan los defensores de esa creencia han evitado –todas- pronunciarse de manera formal. Ni los Concilios, ni los Padres de la Iglesia han decidido sobre tan grave cuestión. Si, según los autores de los Evangelios, e interpretando al pie de la letra las palabras simbólicas de Cristo, Él amenazó a los culpables con un fuego inextinguible y eterno, no hay absolutamente nada en sus expresiones que pruebe que los haya condenado eternamente.
  • Pobres ovejas descarriadas, sabed que el Buen Pastor se os acerca, y que muy al contrario de querer desterraros por siempre de su presencia, acude Él mismo a vuestro encuentro para reconduciros al redil. Hijos pródigos, desistid de vuestro exilio voluntario. Encaminad vuestros pasos hacia la morada paterna. El Padre os tiende los brazos y está siempre dispuesto a regocijarse de vuestro retorno a la familia.
                                                                                                                  LAMENNAIS
 
  • ¡Guerras de palabras! ¡Guerras de palabras! ¿No habéis hecho verter ya bastante sangre? ¿Es necesario todavía reavivar las hogueras? Se discute sobre palabras: “eternidad de las penas, eternidad de los castigos”. ¿No sabéis, pues, que aquello que entendéis hoy por eternidad no lo entendían como vosotros los antiguos? Consulte el teólogo las fuentes, y como todos vosotros descubrirá que el texto hebreo no daba el mismo significado al vocablo que los griegos, latinos y modernos han traducido por “penas sin fin, irremisibles”. La eternidad de los castigos corresponde a la eternidad del mal. Sí, en tanto exista el mal entre los hombres subsistirán asimismo los castigos. En este sentido relativo hay que interpretar los textos sagrados. Así pues, la eternidad de las penas sólo es relativa y no absoluta. El día en que todos los hombres, por arrepentimiento, se revistan con la capa de la inocencia, no habrá más lloro ni crujir de dientes. Bien es cierto que vuestra razón humana es limitada, pero, tal como es constituye un presente de Dios, y con ayuda de la razón no hay un solo hombre de buena fe que comprenda de otro modo la eternidad de los castigos. ¡Eternidad de los castigos! ¡Cómo! ¡Habría que admitir, entonces, que el mal sea eterno! Sólo Dios es eterno, y no ha podido crear eterno al mal, porque en tal caso habría que despojarlo del más eximio de sus atributos: su Poder Soberano, pues no será soberanamente poderoso quien pueda crear un elemento destructor de sus obras. ¡Humanidad, humanidad!, no sumerjas más tu sombría mirada en los hondones de la tierra para buscar allí los castigos. Llora, aguarda, expía, y refúgiate en la idea de un Dios infinitamente Bueno, absolutamente Poderoso y esencialmente Justo.
                                                                                                                       PLATÓN
 
  • Tender hacia la unidad divina, tal es la meta de la humanidad. Para alcanzarla son necesarias tres cosas, a saber: justicia, amor y conocimientos. Y tres cosas también son las que a ella se oponen: ignorancia, odio e injusticia. Y bien, en verdad os digo que desvirtuáis esos principios fundamentales al comprometer la idea de Dios exagerando su severidad. Y la comprometéis por partida doble al permitir que penetre en el Espíritu de la criatura el pensamiento de que ella posee más clemencia, mansedumbre, amor y auténtica justicia que los que atribuís al Ser Infinito. Incluso destruís la idea de infierno tornándola ridícula e inadmisible para vuestras creencias, como lo es para vuestros corazones el aborrecible espectáculo de los verdugos, las hogueras y los tormentos del medioevo. ¿Cómo? ¿Cuándo la era de las ciegas represalias ha sido desterrada por siempre de las legislaciones humanas esperáis seguir manteniéndola idealmente? ¡Oh! Creedme, hermanos en Dios y en Jesucristo, creedme, o resignaos a dejar perecer entre vuestras manos todos vuestros dogmas antes que permitir que sean modificados; o bien, en caso contrario, revivificadlos tornándolos accesibles a los bienhechores efluvios que los buenos esparcen sobre ellos en estos momentos. La idea del infierno con sus hornos ardientes, con sus calderas hirviendo puede ser tolerada, vale decir, podrá ser perdonable en un siglo de hierro, pero en el siglo diecinueve no es ya sino un fantasma vano, apropiado, cuanto más, a llenar de pavor a los pequeñitos, y en el que esos mismos niños dejan de creer cuando se hacen mayores. Al persistir en esa mitología aterradora engendráis la incredulidad, madre de toda desorganización social. Porque tiemblo al ver todo un orden social quebrantado y que se desploma sobre sus bases, carentes de sanción penal. Hombres de fe ardorosa y viva, vanguardia del día de la luz, ¡manos a la obra, pues! No para seguir manteniendo fábulas envejecidas y de aquí en adelante desacreditadas, sino para reavivar, revivificar con vuestras costumbres y sentimientos y con las luces de vuestra época.
  • ¿Quién es, en efecto, el culpable? Aquel que por una desviación, por un falso impulso del alma se aleja del objetivo de la Creación, que consiste en el armonioso culto de lo Bello y del Bien, idealizados por el arquetipo humano, por el Enviado de Dios, por Jesucristo.
  • Y ¿cuál es el castigo? La natural consecuencia derivada de ese falso impulso: una suma de dolores necesarios para que se hastíe de su deformidad mediante la experimentación del sufrimiento. El castigo es el aguijón que excita al alma, por medio de la amargura, para que se repliegue en sí misma y retorne a la senda de la salvación. El objeto que se propone el castigo no es otro que el rehabilitamiento, la liberación del esclavo. Pretender que ese castigo sea eterno, por una falta que no ha sido eterna, equivale a negarle toda razón de ser.
  • ¡Oh! En verdad os digo, cesad, cesad de establecer un paralelo –en su eternidad- entre el Bien, esencia del Creador, y el Mal, esencia de la criatura. Sería crear con ello una penalidad injustificable. Antes por el contrario, afirmad la extinción gradual de los castigos y de las penas mediante las transmigraciones, y entonces consagraréis, con la razón unida al sentimiento, la unidad divina.
                                                                                                         PABLO, APÓSTOL
 
Se quiere incitar al hombre al bien y desviarlo del mal con el cebo de las recompensas y el temor de los castigos. Pero, si tales castigos son presentados de modo que la razón se rehúse a creer en ellos, no tendrán sobre el ser humano ninguna influencia. Muy al revés de esto, él lo rechazará todo: la forma y el fondo. Preséntesele, por el contrario, el porvenir de una manera lógica, y entonces lo aceptará. El Espiritismo le provee esa explicación.
La doctrina de la eternidad de las penas, en su sentido absoluto, hace del Ser Supremo un dios implacable. ¿Sería lógico decir de una monarca que es muy bueno, muy benévolo o indulgente, que sólo quiere la ventura de aquellos que le rodean, pero que al mismo tiempo es celoso, vengativo, inflexible en su rigor, y que castiga con el peor de los suplicios a las tres cuartas partes de sus súbditos por una ofensa o una infracción a sus leyes, incluso a aquellos que las han transgredido porque no las conocían? ¿No entrañaría esto una contradicción? Ahora bien, ¿puede Dios ser menos bueno que lo que es capaz de serle un hombre?
Y aquí se presenta otra contradicción: Visto que Dios todo lo sabe, conocía entonces, al crear a un alma, que ella fracasaría. En tal caso esa alma ha sido, desde su formación, destinada a la infelicidad eterna. ¿Es esto posible y racional? En cambio, con la doctrina de la relatividad de las penas todo se justifica. Dios sabía sin duda, que aquella alma fallaría, pero le dio los medios de esclarecerse por su propia experiencia, por sus mismas faltas. Es menester que expíe sus errores para estar mejor afirmada en el bien, pero la puerta de la esperanza no se el cierra jamás, y Dios hace que el instante de su liberación dependa de los esfuerzos que ella realice para alcanzarla. He aquí, pues, algo que todo el mundo puede comprender, algo que la lógica más minuciosa está en condiciones de admitir. Si las penas futuras hubieran sido presentadas desde este ángulo habría muchos menos escépticos.
La palabra eterno se emplea muchas veces, en el lenguaje vulgar, en sentido figurado, para designar una cosa que es de larga duración y cuyo fin no se prevé, aunque se sepa muy bien que ese fin existe. Decimos, por ejemplo, los “hielos eternos” de las altas montañas, o de los polos, aunque sepamos, por una parte, que el estado de esas regiones pudiera modificarse a causa de una desviación normal del eje de la Tierra o debido a un cataclismo. El adjetivo eterno, en este caso, no quiere, pues, significar, “perpetuo hasta lo infinito”. Cuando padecemos una prolongada dolencia decimos que nuestro mal es eterno. ¿Qué tiene de extraño, entonces, que Espíritus que vienen sufriendo desde hace años, centurias, milenios incluso, manifiesten otro tanto? Sobre todo, no olvidemos que, puesto que su inferioridad no les permite ver el otro extremo de la ruta que están recorriendo, creen sufrir siempre, y esto representa para ellos una punición.
Por lo demás, la doctrina del fuego material, de los hornos y de los tormentos tomados del mito pagano del Tártaro, ha sido en la actualidad completamente abandonada por la alta teología y sólo en las escuelas esos aterradores cuadros alegóricos son ofrecidos todavía como verdades positivas por unos pocos hombres más celosos que iluminados, y esto sin razón alguna, porque esas imaginaciones jóvenes, una vez que hayan vuelto en sí de su espanto, podrán pasar a engrosar el número de los incrédulos. La teología reconoce hoy que el vocablo fuego se utiliza en un sentido figurado y debe entenderse como un fuego moral. Aquellos que, como nosotros, han seguido las peripecias de la vida y sufrimientos de ultratumba por medio de las comunicaciones espíritas han podido convencerse de que, por no tener esos padecimientos nada de material, no son ellos menos dolorosos. En los que toca a su duración, ciertos teólogos empiezan a admitirla en el sentido restrictivo que le hemos dado en párrafos anteriores y piensan que, en efecto, la voz eterno puede entenderse como refiriéndose a las penas en sí, en cuanto son consecuencias de una ley inmutable, y no respecto de su aplicación a cada individuo. El día en que la religión acepte esta interpretación, así como algunas otras que son igualmente el resultado del progreso de las luces, recobrará ella muchas ovejas descarriadas.

Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL

martes, 16 de julio de 2013

Expiación y arrepentimiento

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

LIBRO CUARTO

Capitulo II: PENAS Y GOCES FUTUROS


990. El arrepentimiento ¿tiene lugar en el estado corporal o en el espiritual?
  • En este último. Pero puede también sobrevenir en el estado corpóreo, cuando comprendéis bien la diferencia existente entre el bien y el mal.
991. ¿Qué consecuencia tiene el arrepentimiento en el estado espiritual?
  • El deseo de una nueva encarnación con el objeto de purificarse. El Espíritu comprende las imperfecciones que lo privan de la dicha, de ahí que aspire a una nueva vida, en la que podrá reparar sus faltas.
992. Y ¿qué resultado reporta el arrepentimiento en el estado corporal?
  • Adelantar, ya en la vida presente, si se tiene tiempo de rescatar culpas. Cuando la conciencia formula un reproche y muestra una imperfección, puede siempre mejorarse.
993. ¿No hay seres humanos que sólo poseen el instinto del mal y son inaccesibles al arrepentimiento?
  • Te dije que se debe progresar sin tregua. El que en la presente existencia no tiene más que el instinto del mal, poseerá el del bien en una vida futura, y por esto precisamente renace muchas veces. Porque es menester que todos adelanten y alcancen la meta; sólo que unos lo harán en más corto lapso, otros, en cambio, en un período más prolongado, conforme a sus deseos. El que sólo posee el instinto del bien ya está depurado, pues ha podido tener el del mal en una existencia anterior.
994. El hombre perverso, que no ha reconocido de ninguna manera sus faltas en el transcurso de su vida ¿las admite siempre después de su muerte?
  • Sí, siempre las reconoce, y entonces sufre más porque siente todo el mal que ha hecho o del que ha sido causante voluntario. Sin embargo, no en todos los casos el arrepentimiento es inmediato. Hay Espíritus que se empecinan en seguir el falso camino a despecho de sus sufrimientos. Pero, tarde o temprano admitirán haber tomado por una ruta equivocada, y sobrevendrá en ellos el arrepentimiento. Para iluminarlos trabajan los buenos Espíritus, y también podéis hacerlo vosotros mismos.
995. ¿Existen Espíritus que, sin ser malos, sean indiferentes en lo que toca a su suerte?
  • Espíritus hay que no se ocupan en nada útil. Permanecen a la expectativa. Pero padecen, en tal caso, en forma proporcional. Y como quiera que en todo debe operarse un progreso, éste es impulsado en ellos por medio del dolor.
995 a. ¿No experimentan el deseo de acortar sus sufrimientos?
  • Sí, sin lugar a dudas, pero no poseen energía bastante para querer aquello que podría aliviarlos. ¿Cuántas personas tenéis, entre vosotros, que prefieren morir en la miseria antes que trabajar?
996. Puesto que los Espíritus ven el mal que resulta para ellos de sus imperfecciones ¿cómo se explica que haya entre ellos quienes agraven su situación y prolonguen su estado de inferioridad cometiendo el mal mientras son Espíritus desencarnados, y apartando a los hombres del camino recto?
  • Los que así se comportan son aquellos cuyo arrepentimiento es tardío. El Espíritu arrepentido puede más tarde dejarse arrastrar de nuevo a la senda del mal por otros Espíritus todavía más atrasados que él.
997. Vemos que ciertos Espíritus, cuya inferioridad es notoria, son accesibles a los buenos sentimientos y se conmueven por las plegarias que se hacen en su beneficio. ¿Cómo explicar, entonces, que otros Espíritus, que debiéramos suponer más esclarecidos, manifiesten un empedernimiento y un cinismo a toda prueba?
  • La oración sólo produce efecto cuando se pronuncia en favor del Espíritu que se ha arrepentido. Aquellos otros que, impulsados por el orgullo, se sublevan contra Dios y persisten en sus extravíos, exagerándolos incluso, como algunos Espíritus desventurados lo hacen, ningún beneficio obtienen con la plegaria, y no lo tendrán hasta el día en que un atisbo de arrepentimiento se haya manifestado en ellos.
No debemos echar al olvido que el Espíritu, después de la muerte del cuerpo, no se transforma de súbito. Si su vida ha sido censurable, ello se debe a que era imperfecto, y la muerte no lo torna perfecto en forma inmediata. Puede persistir en sus yerros, en sus falsas opiniones, en sus prejuicios, hasta que se haya esclarecido mediante el estudio, la reflexión y el dolor.

998. La expiación ¿se cumple en el estado corporal, o en el de Espíritu?
  • Se cumple durante la existencia corpórea por medio de las pruebas a que se ha sometido el Espíritu, y en la vida espiritual, por los padecimientos morales propios de su estado de inferioridad.
999. El arrepentimiento sincero en el curso de la vida ¿es suficiente para borrar las culpas y obtener la gracia de Dios?
  • El arrepentimiento ayuda al Espíritu a mejorarse, pero el pasado debe ser expiado.
999 a. Según esto, si un criminal argumenta que, visto que de cualquier modo debe expiar su pasado no necesita arrepentirse, ¿qué resultaría de ello para él?
  • Si se endurece en la idea del mal, su expiación será prolongada y penosa.
1000. ¿Podemos, ya en la vida presente, rescatar nuestras culpas?
  • Sí, reparándolas. Pero no creáis que las rescataréis tan sólo con unas pocas privaciones pueriles o legando a los demás vuestros bienes, para después de vuestra desencarnación, cuando ellos no los necesitéis. Dios no toma en cuenta en manera alguna un arrepentimiento estéril, siempre fácil y que no cuesta otro esfuerzo que el de golpearse el pecho. Perder el dedo meñique mientras se presta un servicio borra más culpas que el tormento del cilicio sufrido a lo largo de los años, sin otro objetivo que el bien de sí mismo.
El mal sólo es rescatado por el bien, y la reparación no reviste ningún mérito si no afecta al hombre ni en su orgullo ni en sus intereses materiales.
¿De qué le vale, para su justificación, el restituir después de su muerte los bienes mal habidos, cuando ya le son inútiles y les ha sacado provecho?
¿De qué le vale privarse de algunos placeres fútiles y unas pocas cosas superfluas, si la injusticia que ha cometido contra otros sigue siendo la misma?
¿De qué le vale, por último, humillarse ante Dios si sigue siendo orgulloso ante los hombres?
 
1001. ¿No hay ningún mérito en asegurarnos de que, después de nuestra muerte, los bienes que hayamos dejado tengan un destino útil?
  • “Ningún mérito” no constituye la expresión exacta. Siempre es mejor proceder así que no hacer nada al respecto. Pero la desgracia estriba en que, aquel que sólo da al morir, con frecuencia es más egoísta que generoso. Quiere tener el honor de haber hecho bien, sin tomarse el trabajo necesario para ello. En cambio, quien se prive en vida tiene un doble beneficio: el mérito de haberse sacrificado y el placer de ver a los que son felices merced a él. Mas el egoísmo, presente siempre, le dice: “Lo que das es otro tanto que quitas a tus goces”. Y como el egoísmo grita con más fuerza que el desinterés y la caridad, el hombre se guarda para sí sus bienes con el pretexto de que ha de proveer a sus necesidades y a las existencias propias de su posición. ¡Ah!, ¡deplorad a aquel que no conoce el placer de dar! Porque en verdad ha sido desheredado de uno de los más puros y dulces deleites que existan. Al someterlo Dios a la prueba de la fortuna, tan resbaladiza y peligrosa para su porvenir, ha querido otorgarle a título de compensación la dicha de la genero-sidad, de la que puede disfrutar ya en la Tierra.
1002. ¿Qué debe hacer aquel que, in articulo mortis (antes de morir), reconoce sus culpas pero no tiene tiempo de repararlas? En tal caso, ¿basta con que se arrepienta?
  • El arrepentimiento acelera su rehabilitación, pero no lo absuelve. ¿No tiene ante él lo por venir, que no le es cerrado jamás? 


AMOR FRATERNAL