jueves, 19 de mayo de 2016

Estudiando LA ARROGANCIA II

Libro: ESCUCHANDO NUESTROS SENTIMIENTOS

La actitud de amarnos como merecemos
Wandereley S. de Oliveira - Por el Espíritu de ERMANCE DUFAUX

"No procuréis, pues, en la Tierra, los primeros lugares, ni os coloquéis por encima de los otros, si no quisiereis ser obligados a descender. Buscad, lo contrario, el lugar más humilde y más modesto, porque Dios sabrá daros uno mas elevado en el cielo, si sois merecedores". El Evangelio según el Espiritismo - Cap. VII, ítem 6.
"Y llego a Cafarnaum y, entrando en casa, les preguntó: ¿Qué estabais vosotros discutiendo por el camino? Más ellos se callaron; porque por el camino habían discutido entre si cual era el mayor." 
Ese escenario de la época del Cristo todavía se repite entre nosotros hasta hoy. De forma velada, sutil bajo inducción del reflejo de la arrogancia y sus consecuentes máscaras, disputando todavía la madures en relación a quién comparte con nosotros el trabajo del bien.

El reflejo más saliente del acto de arrogar es la disputa por apropiarse de la Verdad. Nuestra necesidad compulsiva de estar siempre con la razón, demuestra la acción egoísta por poseer la Verdad, esto es, de aquello que afirmamos como Verdad.

De la postura de esa sensación orgullosa de poseer lo "cierto" en nuestro punto de vista, hace milenios que hemos adoptado esa conducta que nos causan esa agradable ilusión de poseer autoridad suficiente para juzgar con precisión la vida ajena.

Es en base a ese estado de orgullo de ser que sustentamos el viejo proceso psíquico de auto fascinación con el cual nutrimos exacerbadas convicciones en las opiniones personales, especialmente tratándose de las intensiones y actitudes del prójimo.

En la raíz de ese mecanismo psicológico se encuentra la neurótica necesidad de la disputa de sentirnos superiores, unos en relación a los otros.

El orgullo es el sentimiento de superioridad personal y la arrogancia es la expresión enferma de ese trazo moral.

Iluminados por la Doctrina Espírita, no deseamos más el mal de los otros. Ennoblecidos por las buenas intenciones, ya nos clasificamos para operar algo útil en favor del bien ajeno, con todo, los reflejos mentales del orgullo aún no nos permiten vencer el sentimiento de importancia personal. Reconocer por el corazón el valor ajeno en la Obra del Cristo constituye un enorme desafío educativo para nuestras almas.

La destructora actitud en la convivencia humana es nuestra arrogancia de creer convencidos en el juzgamiento que hacemos acerca de nuestro prójimo. Aunque estén imbuidos de intenciones solidarias, somos necios en materia de límites en las relaciones humanas. Casi siempre somos asaltados por los viejos ímpetus archivados en el bagaje de la vida afectiva que nos inclinan a actitudes de invasión y falta de respeto para con el semejante.

"Así no debe ser entre vosotros; al contrario, aquel que quiere tornarse el mayor, sea vuestro siervo."
Lo que importante a una persona es su capacidad de servir, y realizar. El impulso de ser útil, edificar, superar límites, alcanzar nuevos escalones de conquistas. Es el mismo principio originario de la arrogancia. Invirtiendo el orden, desenvolvemos la destructiva comodidad de ser servido.

"Si yo, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado el ejemplo para que vosotros hagáis también lo que yo he hecho."

Jesús es el gran ejemplo de servidor. Para Él, lavar los pies de los discípulos no era disminuirse, sino avanzar.Él en aquel episodio, demostró poseer conciencia lúcida de Su real condición íntima, por los tanto no se sintió menor con el acto de servir.

Nuestra gran dificultad reside en desconocer nuestro real "tamaño evolutivo". No sabemos quienes somos y partimos empezando por adoptar referencias fuera de nosotros. Por eso no disputamos quien es el mayor con nosotros y si con el prójimo. Y para que esa disputa sea "legítima", creamos el hábito de juzgar a través de apropiarnos de la Verdad. Disminuyendo al otro, nos sentimos mayores.

Humildad es saber quienes somos, ni más, ni menos. Es el estado de la mente que se destraba de las comparaciones hacia afuera y pasa a compararse consigo mismo, midiendo su propia realidad.

Quien se compara con el otro crea una tormenta y no descubre su singularidad, su valor personal. No se ama y por eso mismo, necesita compulsivamente establecer disputas, incendiándose de envidia y coleccionando rótulos inspirados en irrefutables certezas personales.

Cuando nos abrimos para legitimar la humildad en nuestras vidas, nos adoptamos como somos, aceptando nuestras imperfecciones. Aprendemos a gustar de nosotros, eliminamos la ansiedad de competir para denigrar o excluir.

Cuando nosotros nos amamos, el ansia de progresar se transforma en una hornalla creciente de entusiasmo, distanciándonos de la actitud patológica de prestigio o reconocimiento. Solamente en el clima de auto-amor encontramos condiciones esenciales para analizar las tareas doctrinarias como campo de oportunidad y aprendizaje, crecimiento y liberación. Sin el auto-amor y respeto a los semejantes, vamos a repetir viejas escenas del Evangelio para saber quien es el mayor. 

"No procuréis, pues, en la Tierra los primeros lugares, ni os coloquéis encima de otros, si no quisiereis ser obligados a descender. Buscad, al contrario, el lugar más humilde y mas modesto, por cuanto Dios sabrá daros uno más elevado en el cielo, si lo mereciereis."
¿Por qué esa compulsión por ser el primero en una obra que no nos pertenece?
"En la Obra de nuestro Maestro hay tareas y lugares para todos." (...) Dios sabrá daros uno más elevado en el cielo si lo mereciereis."
Tareas mayores, a la luz del mensaje del Cristo, no significa prerrogativas para la adopción de privilegios o garantía de autoridad. La expresividad de la responsabilidad en la Obra de Cristo obedece a dos factores: necesidad de indulgencia frente a la conciencia y, merecimiento adquirido por la preparación. En ambas situaciones predominan una sola receta para el aprovechamiento de la oportunidad: esfuerzo, sacrificio, renuncia y humildad.

Sobre los hombros de aquellos que realzan y brillan en el movimiento doctrinario pesan severos compromisos interiores frente a sus conciencias. Compromisos que, ciertamente, no nos daríamos cuenta por ahora. Por lo tanto, repensemos nuestro punto principal sobre cuantos estén envanecidos con tareas de relieve, analizando sus caminos como senda espinosa correctiva, repleta de desafíos e inquietantes angustias del alma.

Quien se impresiona con el brillos de sus acciones se sorprendería al conocer la intensidad de lo nocivo y el cobro íntimo que les absorben la conciencia ante la grandeza de sus realizaciones. Ninguno se imagina la naturaleza de las tormentas que experimentan los corazones sinceros para aprender a lidiar con el asedio de las multitudes, atribuyendoles virtudes o cualidades que ellos saben que aún no poseen. Cuanta angustia vierte entre el aplauso de afuera y las luchas a vencer en su intimidad.

No existen personas más o menos valiosas en el servicio de la implantación del bien en la Tierra. Existen resultados mas globales y expresivos que otros, no obstante, no confieren privilegios, son sinónimos de sosiego interior a sus autores. Existen innumerables trabajadores de la Doctrina que ejercen excelente actuación con envidiable rendimiento y se sienten almas oprimidas. Realizan la tarea a precio de sacrificio hercúleo. Otros, con menor expresividad en su productividad espiritual, alcanzan niveles poco comunes de alegría y bienestar con la vida. También existen aquellos que realizan mucho y experimentan una sensación de grandeza personal.

"La obra es importante. Nuestra participación, por más significativa, es como destaca Constantino, Espíritu Protector: "Buenos espiritas, mis bien amados, sois todos obreros de la última hora."
Una de las grandes angustias de los espiritas internados en el Hospital Esperanza es la rebeldía que los nutre contra sí mismos cuando toman conciencia que no son tan esenciales e importantes como lo suponían en el plano físico. Muchos tropezarán con los sutiles pulidos de la arrogancia, creyéndose indispensables, misioneros y acreedores de ventajas en razón de las realizaciones espirituales. Abrazan expectativas fantasiosas con el desencarne y caen en la enfermedad del personalismo. Casi siempre, constituye pesada obligación en la rutina del Hospital, pues aquí mismo, todavía continúan sus disputas oscuras y exigencias impropias en base a sus supuestas credenciales de elevación moral, obligándonos, algunas veces, a tomas medidas austeras para tratarles la insolvencia adulterada...

Por más noble que sea la tarea a la que nos entregamos en la siembra, recordemos: los méritos deben ser transferidos a la causa de nuestro Maestro. Luchamos todos por la causa del amor, a la humanidad redimida.

Deberemos periódicamente preguntarnos: ¿Qué hice con los bienes celestes a mi confiados? Cargos, mediumnidad, recursos financieros, influencia por el verbo, el arte de escribir, el talento de administrar, la fuerza física, la salud, la inteligencia, en fin todos los bienes con los cuales podemos enriquecer nuestra jornada de espiritualización. ¿Lo estaré utilizando para el crecimiento personal y de otros? ¿Consigo mejorarme en el uso de esos recursos?

La disolución de los efectos de la arrogancia en nosotros depende de esa actitud honesta en luchar con los sentimientos que orbitan en la esfera de ese reflejo cristalizado en el campo mental.

Esa honestidad emocional se inicia con las preguntas: ¿por qué estoy sintiendo lo que siento? ¿cuál es el nombre de ese sentimiento? ¿cual es el mensaje que mi corazón me está indicando? ¿estaré disputando con alguien en las actividades? ¿lo que pienso sobre mis semejantes será realmente la verdad? ¿por qué me siento disminuido frente a determinada criatura?

La otra faceta de la arrogancia es la baja auto-estima. El desgaste de las fuerzas íntimas a lo largo de ese trayectos de ilusiones en la súper-valorización de sí trajo como efecto el vacío existencial. Luego el desperdiciar la Herencia Sagrada, el Hijo Prodigo del pasaje evangélico asegura: "Padre, peque contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como uno de tus jornaleros."

El sentimiento de indignidad es el reverso de la arrogancia. El complejo de inferioridad es resultado de los desvíos clamorosos en este largo camino evolutivo.

Por esa razón aprender el auto-amor es fundamental.

"La educación, convenientemente entendida, constituye la llave del progreso moral. Cuando se conoce el arte de manejar los caracteres, como se conoce la de manejar las inteligencias, se conseguirá corregirlos, del mismo modo que se endereza una planta nueva. Este arte, exige mucho tacto. Mucha experiencia y profunda observación."

Nuestra observación sobre la arrogancia sólo es una estímulo para la continuidad de los estudios en torno al tema. La complejidad de ese sentimiento es nuestras vidas merece una investigación más detallada que escaparía a nuestra tarea de esta hora.

Como mensaje inspirador para nuestro futuro ante la batalla ingente a ser trabada con nuestro egoísmo destructor, nos concentramos en la meditación del Espíritu de Verdad: "Los hombres, cuando se despojen del egoísmo que los domina, vivirán como hermanos, sin hacerse mal alguno, auxiliándose recíprocamente, impulsados por el sentimiento mutuo de la solidaridad. Entonces, el fuerte será al amparo y no el opresor del débil y no serán vistos hombres a quien les falte lo indispensable, porque todos practicarán la ley de justicia. Ese es el reinado del bien, que los Espíritus están encargados de preparar."



Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL

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