lunes, 19 de agosto de 2013

Calamidades destructoras

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Capitulo VI: LEY DE DESTRUCCIÓN

737. ¿Con qué objeto castiga Dios a la humanidad con calamidades destructoras?
  • Para que progrese más rápido. ¿No hemos dicho ya que la destrucción es necesaria para la regeneración moral de los Espíritus, que adquieren en cada nueva vida un grado más de perfección? Hay que ver el final para evaluar los resultados. Vosotros los juzgáis sólo desde vuestro punto de vista personal, y los llamáis plagas debido al perjuicio que os ocasionan. Pero tales trastornos son a menudo necesarios para acelerar el advenimiento de un orden de cosas mejor, trayendo en unos pocos años lo que hubiera demandado muchos siglos para producirse.
738. ¿No podía Dios valerse, para el mejoramiento de la humanidad, de otros medios que no fuesen calamidades destructoras?
  • Sí, y a diario los emplea, puesto que ha otorgado a cada cual los medios de progresar mediante el conocimiento del bien y del mal. El hombre es el que no los aprovecha. Es menester, pues, que se le castigue en su orgullo y se le haga sentir su fragilidad.
738 a. Pero en medio de esos flagelos el hombre de bien perece lo mismo que el perverso. ¿Es eso justo?
  • En el transcurso de su existencia, el hombre lo relaciona todo con su cuerpo. Mas después de la muerte piensa de un modo distinto. Como hemos dicho ya: la vida del cuerpo significa poco. Un siglo de vuestro mundo equivale a un relámpago en la eternidad. En consecuencia, los sufrimientos que se prolongan durante lo que vosotros llamáis algunos meses o unos cuantos días, no son nada. Se trata para vosotros de una enseñanza, y que os será de provecho en lo por venir. El mundo real es el de los Espíritus, preexistente y sobreviviente a todo. Ellos son los hijos de Dios y constituyen el objeto de toda su solicitud. Los cuerpos no son sino disfraces bajo los cuales aparecen aquéllos en el mundo. En medio de las grandes calamidades que diezman a los hombres los Espíritus vienen a ser como un ejército que, durante la guerra, ve sus ropas gastadas, desgarradas o perdidas. El general se preocupa más por sus soldados que por los uniformes de éstos.
738 b. Pero las víctimas de esas calamidades no por ello deja de ser tales.
  • Si se considera la vida conforme a lo que es, y cuán poca cosa significa con relación a lo infinito, se le concedería menos importancia. Esas víctimas tendrán en una existencia ulterior amplia compensación a sus padecimientos, si saben sobrellevarlos sin protesta.
Ya sea que la muerte llegue debido a una calamidad o por una causa ordinaria, nos es necesario morir cuando la hora de partir ha llegado. La única diferencia estriba en que en aquellos casos se marchan un gran número de personas al mismo tiempo.
Si pudiéramos elevarnos con el pensamiento, de manera de obtener una vista panorámica de la humanidad entera, esos flagelos tan terribles no nos parecerían otra cosa que tempestades pasajeras en el destino del mundo.
 
739. Las catástrofes destructoras, ¿reportan alguna utilidad desde el punto de vista físico, a pesar de los males que ocasionan?
  • En efecto, modifican a veces el estado de una región. Pero frecuentemente el bien que de ellas dimana sólo es apreciado por las generaciones ulteriores.
740. Las plagas ¿no serían asimismo para el hombre pruebas morales que lo enfrentan con las más duras necesidades?
  • Las plagas son pruebas que ofrecen al ser humano ocasión de ejercer su inteligencia y poner de relieve su paciencia y resignación a la voluntad de Dios, colocándolo en situación de manifestar sus sentimientos de abnegación, desinterés y amor al prójimo, si no está él dominado por el egoísmo.
741. ¿Es dado al hombre conjurar las calamidades que le afligen?
  • En cierto modo, sí, pero no como por regla general se entiende. Muchas calamidades son consecuencia de su propia imprevisión. A medida que va adquiriendo conocimientos y experiencia puede conjurarlas, eso es, prevenirlas, si sabe descubrir sus causas. Pero, entre los males que afligen a la humanidad los hay de un carácter general, que están en los designios de la Providencia, y cuyo efecto cada individuo sufre en mayor o menor grado. A ese tipo de calamidades el hombre sólo puede oponer su resignación a la voluntad de Dios, e incluso dichos males se ven a menudo agravados por su despreocupación.
Entre los flagelos destructores –naturales e independientes del hombre- hay que incluir en primer término la peste, el hambre, las inundaciones, los fenómenos atmosféricos que destruyen los frutos de la tierra. Pero ¿acaso no ha encontrado el hombre en la ciencia, en los trabajos de mejoramiento de los suelos, en el perfeccionamiento agrícola, en la rotación de cultivos y las obras de irrigación, así como en el estudio de las condiciones higiénicas, los medios de neutralizar, o por lo menos atenuar, muchos desastres? Algunas comarcas asoladas otrora por terribles calamidades, ¿no se preservan hoy? ¿Qué no hará, pues, el hombre en pro de su bienestar material cuando aprenda a sacar partido de todos los recursos de su inteligencia, y cuando al cuidado de su conservación persona sepa asociar el senti-miento de una verdadera caridad hacia sus semejantes?.

AMOR FRATERNAL

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