martes, 19 de marzo de 2013

Penas y goces futuros

El libro de los Espíritus

Libro Cuarto: ESPERANZAS Y CONSUELOS

Capitulo II: PENAS Y GOCES FUTUROS


I.- La nada.- La vida futura
958. ¿Por qué tiene el hombre, instintivamente, horror a la nada?
  • Porque la nada no existe.
959. ¿De dónde le viene al ser humano el sentimiento instintivo de la vida futura?
  • Ya lo hemos dicho: antes de haber encarnado conocía el Espíritu todas esas cosas, y el alma guarda un vago recuerdo de lo que sabe y de lo que ha visto en el estado espiritual. (Ver párrafo 393).
En todos los tiempos se ha preocupado el hombre por el porvenir que le aguarda más allá de la tumba, y esto es muy natural. Por mucha importancia que conceda a la vida presente no puede impedirse considerar cuán breve es ésta, y sobre todo cuán precaria, ya que en cualquier instante puede verse tronchada, y el hombre nunca está seguro del día de mañana. ¿Qué le sucede después del fatal momento de la muerte? Seria es la pregunta, pues no implica unos pocos años, sino la eternidad. Aquel que deba pasar largos años en un país extranjero se preocupa por la situación en que allí se encontrará. ¿Cómo, entonces, no preocuparnos de la situación en que estaremos al dejar este mundo, puesto que creemos que lo abandonaremos para siempre?
La idea de la nada tiene algo que repugna a la razón. El hombre que durante su vida ha sido el más despreocupado, cuando llega el instante supremo se pregunta qué será de él, involuntariamente concibe una esperanza.
Creer en Dios sin admitir la vida futura constituiría un contrasentido. El sentimiento de una existencia mejor está en el fuero íntimo de todo hombre. Dios no ha podido implantarlo en vano ahí.
La vida futura implica la conservación de nuestra individualidad después de la muerte. En efecto, ¿qué nos importaría sobrevivir al cuerpo, si nuestra esencia moral debiera perderse en el océano de lo infinito? Para nosotros, las consecuencias de ello equivaldrían a las de la nada.

II.- Intuición de las penas y goces futuros
960. ¿A qué se debe la creencia, que en todos los pueblos encontramos, de penas y recompensas venideras?
  • Es siempre lo mismo: presentimiento de la realidad, que da al hombre el Espíritu en él encarnado. Porque sabedlo bien, no en balde os habla una voz interior. Vuestra equivocación consiste en no escucharla lo bastante. Si pensarais bien en ello con seguridad que os haríais mejores.
961. En el instante de la muerte, ¿cuál es el sentimiento que prevalece en la gran mayoría de los hombres: la duda, el temor o la esperanza?
  • La duda, para los escépticos empedernidos. El temor, para los que son culpables. La esperanza, para los hombres de bien.
962. ¿Por qué existen incrédulos, ya que el alma da al hombre el sentimiento de las cosas espirituales?
  • Hay menos de los que se piensa. Muchos presumen de descreídos durante su vida por orgullo, pero en el momento de morir dejan de ser tan fanfarrones.
La consecuencia de la vida futura es la resultante de la responsabilidad de nuestros actos. La razón y la justicia nos dicen que en el reparto de la felicidad, a que todo hombre aspira, los buenos y los malos no podrían hallarse mezclados. Dios no puede querer que algunos disfruten sin trabajo de bienes que otros alcanzan sólo a costa de esfuerzos y de perseverancia.
La idea de que Dios nos da su justicia y bondad mediante la sabiduría de sus leyes no nos permite creer que el justo y el ruin sean de igual categoría a los ojos de Él, ni dudar de que no reciban un día, aquél la recompensa, éste el castigo, por el bien y el mal que haya cada cual realizado. De ahí, pues, que el innato sentimiento que tenemos de la justicia nos dé la intuición de las penas y recompensas futuras.

III.- Intervención de Dios en las penas y recompensas
963. ¿Se ocupa Dios personalmente de cada hombre? ¿No es Él demasiado grande, y demasiado pequeños nosotros, para que cada individuo en particular tenga alguna importancia a sus ojos?
  • Dios se ocupa de todos los seres que ha creado, por muy pequeños que ellos sean. Nada es demasiado poco para su bondad.
964. ¿Tiene Dios necesidad de ocuparse de cada uno de nuestros actos, para premiarnos o castigarnos? ¿Acaso la mayor parte de tales actos no son insignificantes para Él?
  • Dios posee sus leyes, que rigen todas vuestras acciones. Si las violáis, vuestra es la culpa. A no dudarlo, cuando un hombre comete un exceso Dios no pronuncia un juicio contra él para decirle, por ejemplo: “Has sido glotón y voy a castigarte”. Pero Él ha trazado un límite. Las enfermedades, y muchas veces la misma muerte, son consecuencias de los excesos cometidos. He aquí la punición. Constituye el resultado de haber infringido la ley. Así sucede en todo.
Todas nuestras acciones se hallan sometidas a las leyes de Dios. Ninguna hay, por insignificante que nos parezca, que no pueda ser una violación de tales leyes. Si sufrimos las secuelas de dicha violación, sólo a nosotros mismos debemos achacarlo, que así nos convertimos en los artesanos de nuestra dicha o de nuestra desgracia venideras.
...
IV.- Naturaleza de las penas y goces futuros
965. Los pesares y goces del alma después de la muerte ¿tienen algo de material?
  • No pueden ser materialistas, ya que el alma no es de naturaleza material. Lo dice el buen sentido. Esas penas y placeres no tienen nada de carnal y, sin embargo, son mil veces más vivos que los que experimentáis en la Tierra, porque el Espíritu, una vez desprendido del cuerpo, es más sensible: la materia no embota ya sus sensaciones. (Ver los parágrafos 237 a 257).
966. ¿Por qué concibe el hombre, acerca de los pesares y goces de la vida futura, una idea muchas veces tan grosera y absurda?
  • Inteligencia que no está aún lo bastante desarrollada. El niño ¿comprende igual que el adulto? Además, ello depende también de lo que se le haya enseñado. En eso precisamente reside la necesidad de una reforma.Vuestro lenguaje es sobremanera incompleto para que pueda expresar lo que está fuera de vosotros. De ahí que hayan sido necesarias las comparaciones, y esas imágenes y figuras las habéis tomado por la realidad. Pero, a medida que el hombre se esclarece, su mente va comprendiendo aquellas cosas que su lengua no es capaz de traducir.
967. ¿En qué consiste la dicha de los Espíritus buenos?
  • En conocer todas las cosas. En no tener odio ni celos, envidia ni ambición, ni ninguna de las pasiones que labran la infelicidad de los hombres. El amor que les une es para ellos fuente de una ventura suprema. No experimentan las necesidades, padecimientos ni angustias del vivir material. Son dichosos por el bien que realizan. Por otra parte, la felicidad de los Espíritus es siempre proporcional a su grado de elevación. Bien es verdad que sólo los Espíritus puros gozan de la dicha suprema, pero todos los restantes no son desgraciados. Entre los malos y los perfectos hay infinidad de grados, en que los goces son relativos al estado moral. Los que se hallan lo bastante adelantados comprenden la felicidad de los que han llegado antes que ellos mismos, y aspiran a conquistarla, pero es éste para ellos un motivo de estímulo y no de envidia. Bien se comprende que de ellos mismos depende lograrla, y con este objeto trabajan, pero lo hacen con la calma de la conciencia limpia, y se sienten afortunados por no tener que sufrir lo que los malos padecen.
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969. ¿Qué hay que entender cuando dicen que los Espíritus puros se hallan reunidos en el seno de Dios y ocupados en entonar alabanzas al Creador?
  • Es una alegoría que pinta la comprensión que ellos tienen de las perfecciones de Dios, porque le ven y le comprenden, pero, como tantas otras, no hay que tomarla literalmente. Todo en la Naturaleza, desde el granito de arena, canta: esto es, proclama el poder, la sabiduría y la bondad de Dios. Pero no creas que los Espíritus bienaventurados estén en contemplación por toda la eternidad. Sería una dicha estúpida y monótona. Y sería, además, la felicidad del egoísta, puesto que su existencia constituiría una inutilidad sin término. Esos Espíritus no padecen ya las tribulaciones de la vida corpórea, y ello de por sí significa un goce. Además, según hemos dicho, conocen y saben todas las cosas. Emplean con provecho la inteligencia que han adquirido para ayudar al progreso de los otros Espíritus. Ésa es su ocupación, y al mismo tiempo un placer.
970. ¿En qué consisten las aflicciones de los Espíritus inferiores?
  • Son tan variadas como las causas que las han producido, y están en relación con el grado de inferioridad, así como los goces lo están con el grado de superioridad. Pueden resumirse así: Envidiar todo lo que les falta para ser felices, y no poder obtenerlo. Ver dicha y no hallarse en condiciones de alcanzarla. Pena y envidia, cólera y desesperación que les impide ser dichosos. Remordimientos y ansiedad moral indefinible. Desean todos los placeres y no pueden satisfacerlos, y es todo lo que los atormenta.
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973. ¿Cuáles son los mayores sufrimientos a que puedan verse sometidos los malos Espíritus?
  • No hay descripción posible de los suplicios morales que constituyen el castigo de ciertos crímenes. Incluso el que los experimenta tendría trabajo en daros una idea de ellos. Pero, seguramente, el más espantoso es el pensamiento que le asalta, de que será condenado irremisiblemente.
El hombre se forma, acerca de las penas y goces del alma después de la muerte, una idea más o menos elevada, según sea el estado de su inteligencia. Cuanto más ella se desarrolla, tanto más se va depurando esa idea y desprendiéndose de la materia. Contempla entonces las cosas desde un punto de vista más racional, cesa de interpretar al pie de la letra las imágenes de un lenguaje figurado. Puesto que la razón más esclarecida nos enseña que el alma es un Ser enteramente espiritual, con ello no está diciendo que no puede ser afectada por las impresiones que sólo obran sobre la materia. Pero de ello no se deduce que esté libre de sufrimientos ni que no reciba el castigo de sus faltas. (Ver párrafo 237).
Las comunicaciones espíritas tienen por resultado mostrarnos el estado futuro del alma, no ya con carácter de teoría, sino como una realidad. Ponen ante nuestros ojos todas las peripecias de la vida de ultratumba, pero nos las muestran al mismo tiempo como secuelas perfectamente lógicas de la existencia terrena, y, aunque desprovistas del aparato fantástico creado por la imaginación humana, no son por ello menos penosas para quienes hicieron mal uso de sus facultades. La diversidad de esas consecuencias es infinita. Mas se puede afirmar, en general, que cada uno es castigado por donde pecó. Así pues, unos lo son mediante la vista incesante del mal que realizaron. Otros, por los pesares y el temor, la vergüenza y la duda, el aislamiento y las tinieblas, la separación de los seres que les son queridos, etcétera. 

Continuará...
 
AMOR FRATERNAL

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