sábado, 24 de agosto de 2013

Volver bien por mal

El Evangelio según el Espiritismo

Allan Kardec

Capitulo XII: AMAD A VUESTROS ENEMIGOS
 
3. Si el amor del prójimo es el principio de la caridad, amar a sus enemigos es su aplicación sublime, porque esta virtud es una de las más grandes victorias contra el egoísmo y el orgullo.
Sin embargo, generalmente se equivocan sobre el sentido de la palabra "amor" en esta circunstancia; Jesús no entendió, por esas palabras, que se deba amar a su enemigo con el cariño que se tiene a un hermano o a un amigo; la ternura supone confianza, y no se puede tener confianza en aquél que se sabe que es capaz de hacernos mal, y no se pueden tener con él las expansiones de la amistad, porque se sabe que seria capaz de abusar de ellas; entre las personas que desconfían unas de otras, no pueden existir los arranques de simpatía que existen entre aquellos que son de una misma comunión de pensamientos; en fin, no puede tenerse el mismo placer encontrándose con un enemigo que con su amigo.
 
Este sentimiento es también el resultado de una ley física: la de la asimilación y de la repulsión de los fluidos: el pensamiento malévolo dirige una corriente fluidica cuya impresión es penosa; el pensamiento benévolo nos envuelve en una emanación agradable y de aquí resulta la diferencia de sensaciones que se experimentan al aproximarse un amigo o un enemigo. Amar a sus enemigos, no puede, pues, significar que no debe hacerse ninguna diferencia entre ellos y los amigos; este precepto parece difícil y aun imposible de practicar, porque se cree falsamente que prescribe que demos a ambos el mismo puesto en el corazón. Si la pobreza de las lenguas humanas obliga a servirse de la misma palabra para expresar diversos grados de sentimiento, la razón debe establecer la diferencia según los casos.
 
Amar a sus enemigos, no es tenerles un afecto que no está en la naturaleza, porque el contacto de un enemigo hacer latir el corazón de muy diferente modo que el de un amigo; es no tenerle ni odio, ni rencor, ni deseo de venganza; es perdonarle "sin segunda intención y sin condición" el mal que nos hace, sin poner ningún obstáculo a la reconciliación; es desearles bien en vez de quererles mal, alegrarse en vez de afligirse del bien que les acontece, tenderles una mano caritativa en caso de necesidad, abstenerse "en palabras y en acciones" de todo lo que puede perjudicarles; es, en fin, volverles siempre bien por mal, "sin intención de humillarles". Cualquiera que haga esto, llena las condiciones del mandamiento: "Amad a vuestros enemigos".

4. Amar a sus enemigos es un despropósito para los incrédulos; aquel para quien la vida presente es el todo, sólo ve en su enemigo un ser pernicioso que turba su reposo y del que sólo la muerte puede desembarazarle. De aquí viene el deseo de venganza. No tiene ningún interés en perdonar si no es para satisfacer su orgullo a los ojos del mundo; aun perdonar, en ciertos casos, le parece una debilidad indigna de él; si no se venga, no deja por eso de conservar rencor y un secreto deseo de perjudicarle.
 
Para el creyente, pero sobre todo para el espiritista, la manera de ver es muy diferente, porque dirige sus miradas al pasado y al porvenir, entre los que la vida presente sólo es un punto; sabe que por el mismo destino de la tierra, debe esperar encontrar en ella hombres malvados y perversos, que las maldades a que está expuesto forman parte de las pruebas que debe sufrir, y el punto de vista elevado en que se coloca hace que las vicisitudes le sean menos amargas, ya provengan de los hombres o de las cosas; "si no murmura de las pruebas, tampoco debe murmurar de los que son instrumentos de aquellas"; si en vez de quejarse da gracias a Dios porque le prueba, "debe también dar gracias a la mano que le proporciona ocasión de manifestar su paciencia y su resignación". Este pensamiento le dispone naturalmente al perdón; siente, además, que cuanto más generoso es, más se engrandece a sus propios ojos y se encuentra fuera del alcance de los tiros malévolos de su enemigo.
 
El hombre que ocupa un puesto elevado en el mundo, no se considera ofendido por los insultos de aquél a quien mira como inferior, lo mismo sucede con el que se eleva en el mundo moral sobre la humanidad material; comprende que ni odio y el rencor le envilecerían y le rebajarían ; luego, para ser superior a su adversario, es preciso que tenga el alma más grande, más noble y más generosa.

Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL

De las pasiones

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

LIBRO TERCERO
Capitulo XII: PERFECCIÓN MORAL

907. Siendo natural el principio de las pasiones, ¿es malo en sí?
  • No. La pasión está en el exceso voluntario, porque el principio de ella se ha concedido al hombre para el bien, y puede llevarlo a la realización de grandes cosas. Lo que causa el mal es el abuso que de las pasiones se hace.
908. ¿Cómo definir el límite en que las pasiones cesan de ser buenas o malas?
  • Las pasiones son como un caballo, que resulta útil cuando es dominado por el hombre, pero peligroso si el que domina es él. Comprended, pues, que una pasión se torna perniciosa tan pronto como dejáis de gobernarla y ello da por resultado algún perjuicio, ya sea para vosotros mismos o para los demás.
Las pasiones son palancas que decuplican las fuerzas del hombre y le ayudan al cumplimiento de las miras de la Providencia. Pero si en vez de dirigirlas permite el hombre que ellas lo dirijan, incurre en exceso, y aquella misma fuerza que en sus manos podía hacer el bien recae sobre él y lo aplasta.
Todas las pasiones tienen su principio en un sentimiento o necesidad natural. Su principio no es, pues, en modo alguno un mal, ya que estriba en una de las condiciones providenciales de nuestra existencia. La pasión, propiamente dicha, es la exageración de una necesidad o de un sentimiento. Está en el exceso y no en la causa. Y esa demasía se torna perniciosa cuando tiene por consecuencia algún mal.
Toda pasión que acerque al hombre a la naturaleza animal lo aleja de la naturaleza espiritual.

Todo sentimiento que eleve al hombre por encima de la naturaleza animal denota el predominio del Espíritu sobre la materia y lo aproxima a la perfección.

909. ¿Podría siempre el ser humano, mediante sus esfuerzos, derrotar sus malas tendencias?
  • Sí, y a veces esforzándose poco. Lo que le falta es voluntad. ¡Ah! ¡Cuán pocos de vosotros os esforzáis! 
910. ¿Puede el hombre encontrar en los Espíritus una ayuda eficaz para vencer sus pasiones?
  • Si ruega a Dios y a su genio bueno con sinceridad, por cierto que los buenos Espíritus acudirán en su auxilio, por cuanto es esa su misión.
911. ¿No hay pasiones tan vivas e irresistibles que la voluntad sea impotente de refrenar?
  • Existen muchas personas que dicen: “quiero”, pero sólo en sus labios hay voluntad. Quieren, mas, están muy satisfechas de que la cosa no se produzca. Cuando alguien cree no poder dominar sus pasiones, es porque su Espíritu se complace en ellas, de resultas de su inferioridad. El que trata de reprimirlas tiene conciencia de su naturaleza espiritual. Derrotarlas significa para él una victoria del Espíritu sobre la materia.
912. ¿Cuál es el medio más eficaz para combatir el predominio de la naturaleza corpórea?
  • Hacer renuncia de sí mismo.

III.- Del egoísmo

913. ¿Cuál es, entre todos los vicios, el que puede considerarse como el más pernicioso?
  • Muchas veces lo dijimos: el egoísmo. De él procede todo el mal. Estudiad cada uno de los vicios y comprobaréis que en el fondo de todos ellos existe el egoísmo. En balde los combatiréis, pues no alcanzaréis a extirparlos en tanto no hayáis atacado el mal en su raíz, destruyendo su causa. Tiendan, pues, todos vuestros esfuerzos hacia ese objetivo, porque allí está la verdadera plaga de la sociedad humana. El que quiera acercarse, ya es esta vida, a la perfección moral, debe arrancar de su corazón todo sentimiento de egoísmo, porque éste es incompatible con la justicia, el amor y la caridad. Él neutraliza todas las demás cualidades.
914. Visto que el egoísmo está basado en el interés personal, pareciera muy difícil desarraigarlo por entero del corazón del hombre. ¿Se llegará a eso?
  • Conforme los hombres se van instruyendo en lo concerniente a las cosas espirituales, atribuyen menos valor a las de la materia. Además, es preciso reformar las instituciones humanas, que mantienen el egoísmo y lo fomentan. Esto corresponde a la educación.
915. Siendo el egoísmo inherente a la especie humana, ¿no constituirá siempre un obstáculo para que reine el bien absoluto en la Tierra?
  • Bien es verdad que el egoísmo es el mayor de vuestros males, pero proviene de la inferioridad de los Espíritus encarnados en la Tierra, y no de la humanidad en sí. Ahora bien, los Espíritus, al ir depurándose mediante sucesivas encarnaciones se van despojando del egoísmo, así como pierden sus otras impurezas. ¿No habéis visto en vuestro mundo a ningún hombre que no tenga egoísmo y que practique la caridad? Hay más de los que vosotros creéis, pero les conocéis poco, pues la virtud no busca el brillo de la plena luz. Si existe uno de ellos, ¿por qué no podría haber diez? Si hay diez, ¿por qué no podría haber mil? Y así por el estilo.
916. Muy al contrario de disminuir, el egoísmo crece con la civilización, que parece alimentarlo y promoverlo. ¿Cómo, pues, la causa podrá destruir al efecto?
  • Cuanto mayor es el mal, tanto más aborrecible se torna. Era menester que el egoísmo hiciera mucho mal para que se comprendiese la necesidad de extirparlo. Cuando los hombres se hayan desembarazado del egoísmo que los domina, vivirán como hermanos, sin hacerse mal, ayudándose mutuamente por el sentimiento recíproco de la solidaridad. Entonces, el fuerte será el apoyo y no el opresor del débil, y ya no se verán hombres que carezcan de lo necesario, porque todos practicarán la ley de justicia. Será el reino del bien, que los Espíritus están encargados de preparar.
917. ¿Cuál es el medio de terminar con el egoísmo?
  • De todas las imperfecciones humanas, la más difícil de arrancar de raíz es el egoísmo, porque procede de la influencia de la materia, de la cual el hombre –todavía demasiado cerca de su origen- no ha podido liberarse. Y todo contribuye a mantener ese influjo: sus leyes, su organización social, su educación. El egoísmo irá debilitándose a medida que prevalezca más la vida moral que la material. Y, sobre todo, con la comprensión, que el Espiritismo os da, de vuestro estado futuro real y no desnaturalizado por ficciones alegóricas. El Espiritismo bien entendido, cuando se haya identificado con las costumbres y creencias, transformará los hábitos, usos y relaciones sociales. El egoísmo se funda sobre la importancia de la personalidad. Pero el Espiritismo bien entendido – lo repito- hace que veamos las cosas desde tan alto que el sentimiento de la personalidad desaparece en cierto modo ante la inmensidad. Al  destruir esa importancia de la personalidad, o al menos hacerla ver como lo que de veras es, el Espiritismo combate necesariamente al egoísmo.
  • El conflicto que el hombre tiene con el egoísmo de los demás es el que con frecuencia lo torna egoísta a él también, porque siente la necesidad de mantenerse a la defensiva. Al ver que los otros piensan en sí mismos y no en él, es impulsado a ocuparse de él más que de sus semejantes. Sea el principio de la caridad y de la fraternidad la base de las instituciones sociales, de las relaciones legales de pueblo a pueblo y de hombre a hombre, y el ser humano pensará menos en su persona cuando vea que otros ya han pensado en ella. Experimentará el influjo moralizador del ejemplo y del contacto. En presencia de tal desbordamiento de egoísmo, se necesita verdadera virtud para hacer renuncia de la propia personalidad en beneficio del prójimo, que a menudo no lo agradece de ninguna manera. Para los que poseen esa virtud es, sobre todo, para quienes se halla abierto el reino de los cielos. A ellos principalmente se reserva la felicidad de los elegidos: porque en verdad os digo que en el día de la justicia, el que sólo haya pensado en sí mismo será puesto a un lado y sufrirá por causa de su desamparo.
FENELÓN

No cabe duda de que se realizan esfuerzos loables para lograr que la humanidad progrese. Más que en ninguna otra época alentamos, estimulamos y honramos los buenos sentimientos y, sin embargo, el gusano devorador del egoísmo sigue siendo aún la plaga social. Se trata de un mal real, que redunda en perjuicio de todos y del que cada cual es víctima en mayor o menor grado. Hay que combatirlo, pues, del modo que se combate una enfermedad epidémica. Y para ello debemos proceder como hacen los médicos: remontarnos al origen de la dolencia. Busquemos, pues, en todos los sectores de la organización social –desde el núcleo familiar hasta los pueblos, desde la choza hasta el palacio-, todas las causas, todas las influencias evidentes u ocultas que mantienen, fomentan y desarrollan el egoísmo. Una vez que hayamos sabido cuáles son sus causas, el remedio será obvio. Sólo se tratará de combatir esas causas, si no todas a la vez, al menos por partes. Así, poco a poco se extirpará el veneno. Larga podrá resultar la curación, porque las causas del mal son numerosas, pero no es imposible obtenerla. Por otra parte, sólo se logrará si se arranca el mal de raíz, esto es, por medio de la educación. Pero no esa clase de educación que sólo tiene a formar hombres instruidos, sino la otra, la que mira a hacer hombres de bien. La educación, si se la entiende como es debido, constituye la clave del progreso moral. Cuando se conozca el arte de manejar los caracteres, así como se conoce el de manejas las inteligencias, se podrá enderezarlos, del modo que se enderezan las plantas jóvenes. Pero ese arte requiere mucho tacto, gran experiencia y observación profunda. Grave error es creer que baste tener ciencia para ejercerlo con provecho. Cualquiera que siga al hijo del rico, o al del pobre, desde el instante de su nacimiento, y observe todas las influencias dañosas que actúan sobre él de resultas de la debilidad, la incuria y la ignorancia de aquellos que lo dirigen, y con cuánta frecuencia fracasan los medios que se usan para moralizarlo, no podrá extrañarse de encontrar en el mundo tantos errores. Hágase por la moral lo que se está haciendo por la inteligencia y se verá que, si hay naturalezas humanas refractarias, existen también, en mayor número del que se cree, aquellas otras que sólo requieren un buen cultivo para dar buenos frutos.
El hombre anhela ser feliz, y es éste un sentimiento natural. De ahí que trabaje sin pausa por mejorar su situación en el mundo. Busca las causas de los males que le aquejan a fin de ponerles remedio. Cuando llegue a comprender bien que el egoísmo es una de esas causas, la que engendra el orgullo y la ambición, la codicia y la envidia, el odio y los celos, de los cuales es víctima el hombre en todo momento; que perturba todas las relaciones sociales, provoca disensiones, mina la confianza, le obliga a mantenerse continuamente a la defensiva para con el vecino; que, por último, hace del amigo un enemigo; cuando llegue a comprender todo esto –repetimos- entenderá también que el vicio del egoísmo es incompatible con su propia ventura y diremos incluso: con su propia seguridad. Cuanto más lo haya sufrido, tanto más sentirá la necesidad de batallar contra él, así como lucha contra la peste, los animales destructores y todas las otras calamidades. Será inducido a ello por su propio interés. 
El egoísmo es la fuente de todos los vicios, así como la caridad lo es de todas las virtudes. Eliminar aquél y desarrollar ésta, tal debe ser la meta de todos los esfuerzos del hombre, si desea afianzar su dicha en la Tierra tanto como en el porvenir.

AMOR FRATERNAL

jueves, 22 de agosto de 2013

Influencia moral del medium

El Libro de los Mediums

Allan Kardec

Capitulo XX

226. 
1. ¿El desarrollo de la mediumnidad está en razón del desarrollo moral del médium?
  • No; la facultad propiamente dicha depende del organismo; es independiente de la moral; no sucede lo mismo con el uso, que puede ser más o menos bueno, según las cualidades del médium.
2. Se ha dicho siempre que la mediumnidad es un don de Dios, una gracia, un favor. ¿Por qué, pues, no es el privilegio de los hombres de bien y por qué se ven hombres indignos que están dotados de ella al más alto grado y de la que hacen un mal uso?
  • Todas las facultades son favores de que debe darse gracias a Dios, puesto que hay hombres que son privados de ellos. ¿Podrías también preguntar por qué Dios concede buena vista a los malhechores, destreza a los tramposos, la elocuencia a aquellos que se sirven de ella para decir cosas malas? Lo mismo sucede en la mediumnidad; son dotadas de ellas personas indignas, porque tienen necesidad de esta facultad para mejorarse. ¿Acaso pensáis que Dios rehusa al culpable los médiums de salvación?
  • Los multiplica a su paso, se los pone en las manos; a ellos toca el aprovecharse. ¿Judas, el traidor, no hizo milagros y sanó enfermos como apóstol? Dios quiso que tuviese este don, para que su traición fuese más odiosa.
3. Los médiums que hacen mal uso de su facultad, que no se sirven de ella con las miras del bien o que no se aprovechan para su instrucción, ¿sufrirán las consecuencias?
  • Si, hacen mal uso de esta facultad, serán doblemente castigados, porque tienen un medio más para ilustrarse y no se aprovechan. El que ve claro y tropieza es más vituperable que el ciego que cae en el hoyo.
4. Hay médiums a quienes éstos dan espontáneamente y casi constantemente comunicaciones sobre un mismo motivo, sobre ciertas cuestiones morales, por ejemplo: sobre ciertos defectos determinados. ¿Tiene esto objeto?
  • Sí; este objeto es el de iluminarles sobre este punto muchas veces repetido, o para corregirles de ciertos defectos; por esto a los unos les hablarán incesantemente de orgullo, a otros de caridad; sólo la saciedad puede al fin abrirle os ojos. No hay médiums que hagan mal uso de su facultad, por ambición o por interés, o comprometiéndola por una falta capital, como el orgullo, el egoísmo, la ligereza etcétera, que no reciba de tiempo en tiempo algunas amonestaciones de parte de los Espíritus; lo malo es que la mayor parte de las veces no toman esto para sí.
Observación. – Los Espíritus usan muchas veces la prudencia en su lecciones, las dan de un modo indirecto para dejar el mérito al que sabe aplicarlas y sacar provecho; pero la ceguedad y el orgullo son tales entre ciertas personas, que no se reconocen en el cuadro que se les pone delante de los ojos; tanto más el Espíritu les da a entender que se dirige a ellas, se enfadan y tratan al Espíritu de mentiroso o bromista de mal género. Esto solo prueba que el Espíritu tienen razón.
 
5. En las lecciones que se dictan a un médium de una manera general y sin aplicación personal, ¿no obra éste como instrumento pasivo para servir a la instrucción de otro?
  • Muchas veces estos avisos y consejos no se dictan para él personalmente, sino para los otros, a los cuales no podemos dirigirnos sino por la intervención de este médium, pero el mismo debe tomar su parte si no le ciega el amor propio.
  • No creáis que la facultad medíanímica se haya dado para corregir sólo a una o dos personas, no; el fin es más grande: se trata de la Humanidad. Un médium es un instrumento muy poco importante como a individuo; por esto, cuando damos instrucciones que deben aprovechar a la generalidad, nos servimos de aquellos que poseen facilidades necesarias, pero admitid como cierto que vendrá un tiempo en que los buenos médiums serán bastante comunes, para que los buenos Espíritus no tengan necesidad de servirse de malos instrumentos.
6. Puesto que las cualidades morales del médium alejan a los Espíritus imperfectos, ¿en qué consiste que un médium dotado de buenas cualidades transmita contestaciones falsas y groseras?
  • ¿Conoces tú, todos los pliegues de tu alma? Por lo demás, sin ser vicioso puede ser ligero y frívolo; y algunas veces tiene necesidad de una lección a fin de que esté preparado.
7. ¿Por qué permiten los Espíritus superiores que las personas dotadas de un gran poder como médiums, y que podrían hacer mucho bien, sean los instrumentos del error?
  • Ellos procuran influirles, pero cuando se dejan arrastrar por el mal camino les dejan ir. Por esto se sirven de ello con repugnancia, porque “la verdad no puede ser interpretada por la mentira.”
8. ¿Es absolutamente imposible tener buenas comunicaciones por un médium imperfecto?
  • Un médium imperfecto puede, algunas veces, obtener cosas buenas, porque si tiene una hermosa facultad, los Espíritus buenos pueden servirse de él a falta de otro en una circunstancia particular; pero esto sucede sólo momentáneamente, porque desde que encuentra uno que les conviene mejor le dan la preferencia.
Observación – Debe observarse que cuando los buenos Espíritus juzgan que un médium cesa de estar bien asistido, y por sus imperfecciones viene a ser presa de los Espíritus mentirosos, provocan casi siempre circunstancias que descubren sus faltas y les separan de las personas formales, y bien intencionadas, de cuya buena fe podría abusarse. En este caso cualquiera que sean sus facultades no son de envidiar.
 
9. ¿Cuál es el médium que podríamos llamar perfecto?
  • ¡Perfecto! ¡Ah! Vosotros sabéis que la perfección no está sobre la Tierra; de otro modo no estarías en ella; di, pues, médium bueno, y esto será ya mucho, porque son raros. El médium perfecto sería aquel a quien los malos Espíritus no se hubieran atrevido jamás a hacer una tentativa para engañarle; el mejor es aquel que, no simpatizando, sino con buenos Espíritus, ha sido engañado menos veces.
10. ¿Si solo simpatiza con buenos Espíritus, cómo éstos pueden permitir que sea engañado?
  • Los buenos Espíritus lo permiten algunas veces con los mejores médiums para ejercitar su juicio y enseñarles a discernir lo verdadero de lo falso; además, que por bueno que sea un médium nunca es tan perfecto que no pueda dar lugar a ser atacado por algún flanco débil; esto debe servirle de lección. Las falsas comunicaciones que recibe de vez en cuando son advertencias para que no se crea infalible y no se enorgullezca, porque el médium que obtiene las cosas más notables no puede envanecerse por ello, pues le sucede como al que toca el organillo, que produce muy buenos aires dando vueltas al manubrio de su instrumento.
11. ¿Cuáles son las condiciones necesarias para que la palabra de los Espíritus superiores nos llegue pura de toda alteración?
  • Querer el bien, desterrar el egoísmo y el orgullo, lo uno y lo otro es necesario.
12. Si la palabra de los Espíritus superiores no llega a nosotros pura, sino con las condiciones que con dificultad se encuentran ¿no es esto un obstáculo para la propagación de la verdad?
  • No, porque la luz llega siempre para aquel que quiere recibirla. El que quiere ver claro debe huir de las tinieblas y las tinieblas están en la impureza del corazón. Los Espíritus que vosotros miráis como la personificación de bien no se presentan de buena gana al llamamiento de aquellos cuyo corazón está manchado por el orgullo, la ambición y la falta de caridad.
  • Aquellos, pues, que quieren ver claro que se despojen de toda vanidad humana y humillen su razón ante el poder infinito del Creador; esta será la mejor prueba de su sinceridad, y esta condición cada uno puede llenarla.
227. Si el médium, desde el punto de vista de la ejecución, sólo es un instrumento, ejerce con relación a la moral una gran influencia. Puesto que para comunicarse el Espíritu extraño se identifica con el Espíritu del médium, esta identificación no puede tener lugar sino cuando entre los dos hay simpatía y, sí puede decirse así, afinidad. El alma ejerce sobre el Espíritu extraño una especie de atracción o de repulsión, según el grado de su semejanza o diferencia; así, pues, los buenos tienen afinidad por los buenos y los malos por los malos; de donde se sigue que las cualidades morales del médium tienen una influencia capital sobre la naturaleza de los Espíritus que se comunican por su intermediario.
Si es vicioso, los Espíritus inferiores vienen a agruparse a su alrededor y están siempre prontos para tomar el puesto de los buenos que se han llamado. Las cualidades que atraen con preferencia a los buenos Espíritus son: la bondad, la benevolencia, la sencillez de corazón, el amor al prójimo, el desprendimiento de las cosas materiales; los defectos que les alejan son: el orgullo, el egoísmo, la envidia, los celos, la ira, la ambición, la sensualidad y todas las pasiones por las cuales el hombre se une a la materia.

Continuará...

AMOR FRATERNAL

Las virtudes y los vicios

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Capitulo XII: PERFECCION MORAL

893. ¿Cuál es la más meritoria de todas las virtudes?
  • Todas las virtudes poseen su mérito, porque todas son indicios de progreso en la senda del bien. Hay virtud cada vez que existe una resistencia voluntaria a las solicitaciones de las malas tendencias. Pero lo sublime de la virtud consiste en el sacrificio del interés personal por el bien del prójimo, sin abrigar segundas intenciones. La más meritoria de ellas es la que se basa en la más desinteresada caridad.
894. Hay personas que hacen el bien por un impulso espontáneo, sin que deban vencer en sí ningún sentimiento opuesto. ¿Poseen tanto mérito como aquellas otras que tienen que luchar contra su propia naturaleza y la derrotan?
  • Los que no deben luchar es porque en ellos se ha operado ya el progreso. Lucharon antaño y triunfaron. Por eso, los buenos sentimientos no les cuestan esfuerzo y sus acciones se les ocurren muy sencillas: para ellos el bien ha llegado a constituir un hábito. Debemos, pues, honrarlos como a viejos guerreros que conquistaron sus laureles.
  • Como vosotros estáis todavía lejos de la perfección, esos ejemplos os asombran por el contraste que presentan, y los admiráis tanto más cuanto más raros son. Pero sabed bien que en los mundos más evolucionados que el vuestro es regla aquello mismo que entre vosotros constituye una excepción. El sentimiento del bien es en todas partes espontáneo, porque tales mundos sólo están habitados por buenos Espíritus y una única intención mala sería allí una excepción monstruosa. He ahí por qué son dichosos los hombres en esos mundos. Lo mismo acontecerá en la Tierra cuando el género humano se haya transformado y cuando comprenda y practique la caridad en su verdadera significación.
895. Dejando a un lado los defectos y los vicios sobre los cuales nadie podría engañarse, ¿cuál es el signo más característico de la imperfección?
  • El interés personal. Las cualidades morales son con frecuencia como el dorado que se coloca sobre la superficie de un objeto de cobre y que no resiste a la piedra de toque. Un hombre puede poseer cualidades reales que lo convierten, a los ojos de la sociedad, en una persona de bien. Pero esas cualidades, aunque sean por sí mismas un progreso, no siempre soportan ciertas pruebas, y basta en ocasiones pulsar la nota del interés personal para que el fondo quede al descubierto. El verdadero desinterés es tan raro en la Tierra que, cuando se hace presente, se le admira como a algo extraño.
El apego a las cosas materiales es un notorio signo de inferioridad, porque cuanto más aferrado se halla el hombre a los bienes de este mundo tanto menos comprende su destino. En cambio, por su desinterés prueba que contempla el porvenir desde un punto de vista más elevado.
 
896. Hay personas desinteresadas pero sin discernimiento, que prodigan sus bienes sin provecho real, en vez de emplearlos racionalmente. ¿Tienen algún mérito?
  • Poseen el mérito del desinterés, pero no el del bien que pudieran realizar. Si el desinterés representa una virtud, la prodigalidad irreflexiva es siempre, por lo menos, una falta de juicio. No se concede la fortuna a algunos para que la desparramen a los cuatro vientos, como tampoco le es dada a otros para que la sepulten en una caja fuerte. Se trata de un depósito del que tendrán que rendir cuentas, porque deberían responder de todo el bien que les fue posible hacer y que no hayan hecho, así como de todas las lágrimas que hubieran podido enjugar con el dinero que han dado, en cambio, a quienes no lo necesitaban.
897. El que practica el bien, no con miras a obtener una recompensa en la Tierra, sino con la esperanza de que se le tendrá en cuenta en la otra vida, y que su posición entonces será tanto mejor, ¿es reprensible? Y esa idea ¿lo perjudica en su adelanto?
  • Hay que realizar el bien por caridad, esto es, desinteresadamente.
897 a. No obstante, todos tenemos un muy natural deseo de adelantar y salir del penoso estado de esta existencia. Los Espíritus mismos nos enseñan a practicar el bien con esa finalidad. ¿Es malo, entonces, pensar que haciendo el bien podemos esperar para nosotros una situación mejor que la que tenemos en la Tierra?
  • Por cierto que no. Pero el que practica el bien sin segunda intención, y por el solo placer de ser grato a Dios y a su prójimo que sufre, se encuentra ya en cierto grado de evolución que le permitirá alcanzar la felicidad mucho más pronto que su hermano, el cual, más positivo, realiza el bien calculadamente y no es impulsado a ello por el calor natural de su corazón. (Ver parágrafo 894).
897 b. ¿No hay que establecer aquí un distingo entre el bien que podemos hacer al prójimo y el cuidado que ponemos en enmendar nuestros defectos? Concebimos que practicar el bien con la idea de que nos será tenido en cuenta en la otra vida sea poco meritorio. Pero corregirnos, derrotar nuestras pasiones, modificar nuestro carácter con vistas a acercarnos a los buenos Espíritus y elevarnos, ¿es también un signo de inferioridad?
  • No, no. Por hacer el bien entendemos ser caritativos. El que calcule lo que cada buena acción suya puede reportarle en la vida futura, así como en la existencia terrenal, obra como egoísta. Pero no hay egoísmo alguno en mejorarse con miras a aproximarse a Dios, puesto que tal es la meta a que cada uno debe tender.
898. Ya que la vida corporal no es sino una estadía temporaria en la Tierra, y que el porvenir que nos aguarda debe constituir nuestra principal preocupación, ¿es útil esforzarse por adquirir conocimientos científicos que sólo se relacionen con las cosas y necesidades materiales?
  • Sin duda alguna. En primer lugar, ello os pone en situación de aliviar a vuestros hermanos. Segundo, vuestro Espíritu evolucionará más rápido si ha progresado ya en inteligencia. En los intervalos entre una y otra encarnación, aprenderéis en una hora lo que os llevaría años en la Tierra. Ningún conocimiento es inútil. Todos coadyuvan en mayor o menor grado al adelanto, porque el Espíritu perfecto debe saberlo todo, y como el progreso ha de realizarse en todos sentidos, cuantas ideas adquiera cooperarán al desarrollo del Espíritu.
899. De dos hombres ricos, el uno ha nacido en la opulencia y no conoció jamás la necesidad. El otro debe la fortuna adquirida a su propio trabajo. Ambos la emplean exclusivamente en su satisfacción personal. ¿Cuál es el más culpable?
  • El que conoció el sufrimiento. Sabe lo que significa padecer, conoce el dolor, ese dolor que él no alivia, y del cual generalmente ya no se acuerda.
900. El que sin darse tregua acumula bienes de fortuna y no hace bien a nadie, ¿tiene una excusa valedera en el argumento de que procede así para dejar más a sus herederos?
  • Es ese un compromiso con la mala conciencia.
901. De dos avaros, el primero se priva de lo indispensable y muere de miseria sobre los tesoros que ha amontonado. El segundo sólo es tacaño para los demás y pródigo consigo mismo. Mientras retrocede ante el más leve sacrificio cuando se trata de prestar un servicio o realizar algo útil, está en todo momento muy dispuesto a satisfacer sus gustos y pasiones. Siempre que le piden un favor alega que anda escaso de fondos. Pero si quiere satisfacer un capricho personal, tiene recursos suficientes para hacerlo. ¿Cuál de los dos es el más culpable, y a cuál de ellos tocará el lugar peor en el Mundo de los Espíritus?
  • El que disfruta. Es más egoísta que avaro. El otro ya está recibiendo parte de su castigo.
902. ¿Es reprensible envidiar la riqueza ajena, cuando quisiéramos poseerla para realizar el bien?
  • Ese sentimiento es loable, sin duda alguna, cuando es puro. Pero tal deseo ¿es en todos los casos tan desinteresado? ¿No ocultará quizá alguna segunda intención de tipo personal? La primera persona a quien se desea hacer el bien, ¿no será tal vez uno mismo?
903. ¿Somos culpables de analizar los defectos de los demás?
  • Si se hace con el intento de criticarlos y difundirlos, se es muy culpable. Porque significa que estamos faltos de caridad. En cambio, si es en nuestro propio beneficio, a fin de evitar en nosotros esos defectos, puede en ocasiones resultar útil. Pero no hay que olvidar que la indulgencia hacia los defectos ajenos es una de las virtudes incluidas en la caridad. Antes de formular un reproche a los demás con motivo de sus imperfecciones, ved si no se puede decir lo mismo de vosotros. Tratad, pues, de poseer las cualidades opuestas a los defectos que criticáis en los demás: es el modo de elevaros. Si les reprocháis su avaricia, sed generosos. Si les enrostráis su orgullo, sed humildes y modestos. Si veis que son duros, sed vosotros tiernos. Si ellos obran con mezquindad, sed magnánimos en todas vuestras acciones. En suma, haced de modo que no se pueda aplicaros esta frase de Jesús: “Y ¿por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”
904. ¿Es culpable el que indaga los males de la sociedad y los hace públicos?
  • Depende del propósito que lo inspire. Si el escritor sólo busca suscitar el escándalo, es un goce personal el que se procura presentando cuadros que son a menudo más bien un mal ejemplo y no uno bueno. El Espíritu juzga, pero podrá ser castigado por esa especie de deleite que experimenta en revelar el mal.
904 a. En tal caso, ¿cómo podemos juzgar la pureza de intenciones y la sinceridad del escritor?
  • Eso no siempre es útil. Si escribe cosas buenas, aprovechadlas. Pero si obra mal, es una cuestión de conciencia que a él mismo le atañe. Además, si trata de demostrar su sinceridad, le cabe apoyar lo que escriba con su propio ejemplo.
905. Algunos autores han publicado obras muy bellas y de gran moralidad que colaboran con el progreso de la humanidad, pero de las que ellos mismos no se han aprovechado mucho. ¿Se les tiene en cuenta, como Espíritus, el bien que sus obras realizan?
  • Moral sin actos es semilla sin trabajo. ¿De qué os sirve la simiente si no la sembráis para que fructifique y os sirva de nutrimento? Esos hombres son tanto más culpables, puesto que tenían inteligencia para comprender. Al no poner en práctica las máximas que ofrecían a los demás, han renunciado a cosechar sus frutos.
906. El que realiza el bien ¿es reprochable por tener conciencia de ello y decírselo a sí mismo?
  • Visto que puede tener conciencia del mal que cometa, también deberá tenerla del bien que haga, a fin de saber si está obrando correctamente o no. Al pesar todas sus acciones en la balanza de la ley de Dios y, sobre todo, en la de la ley de justicia, amor y caridad, podrá decirse si aquéllas son buenas o malas, aprobándolas o censurándolas. Por tanto, no puede ser reprensible por reconocer que ha derrotado sus malas tendencias y por estar satisfecho de ello, con tal que esto no le produzca vanidad, porque entonces incurriría en otra falta. 

AMOR FRATERNAL

lunes, 19 de agosto de 2013

Necesidad del trabajo

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Capitulo III: LEY DE TRABAJO

674. La necesidad del trabajo ¿es una ley de la Naturaleza?
  • El trabajo constituye una ley de la Naturaleza, por lo mismo que es una necesidad, y la civilización obliga al hombre a más trabajo, por cuanto aumenta sus necesidades y sus goces.
675. ¿Sólo debemos entender por trabajo las ocupaciones materiales?
  • No: el Espíritu trabaja, como el cuerpo. Toda ocupación útil es un trabajo.
676. ¿Por qué el trabajo es impuesto al hombre?
  • Es una consecuencia de su naturaleza corporal. Constituye una expiación y al mismo tiempo un medio para perfeccionar su intelecto. A no ser por el trabajo, el hombre permanecería en la infancia de la inteligencia. Por eso sólo debe su alimento, seguridad y bienestar a su trabajo y actividad. Al que es demasiado frágil de cuerpo Dios le ha concedido la inteligencia para que supla con ella su debilidad. Pero se trata siempre de un trabajo.
677. ¿Por qué la Naturaleza provee por sí misma a todas las necesidades de los animales?
  • Todo trabaja en la Naturaleza. Los animales lo hacen como tú, pero su tarea, del mismo modo que su inteligencia, se limita al cuidado de su propia conservación. He aquí por qué a ellos el trabajo no les reporta progreso, mientras que en el hombre tiene una doble finalidad: la conservación del cuerpo y el desarrollo del pensamiento, que es también una necesidad y que lo eleva por encima de sí mismo. Cuando digo que la labor de los animales se limita al cuidado de su propia conservación, entiendo con ello el fin que se proponen al trabajar. Pero son ellos sin saberlo, y aun proveyendo a sus necesidades materiales, agentes que secundan los designios del Creador, y su tarea no deja por eso de cooperar al objetivo último de la Naturaleza, aunque con harta frecuencia no descubráis vosotros su resultado inmediato.
678. En los mundos más perfeccionados ¿está también sometido el hombre a la misma necesidad del trabajo?
  • La índole del trabajo es relativa a la naturaleza de las necesidades. Cuanto menos materiales son éstas, tanto menos material es el trabajo. Pero no creas por eso que el hombre permanezca allí inactivo e inútil. La ociosidad sería un tormento en vez de representar un beneficio.
679. El hombre que posee bienes suficientes para asegurar su subsistencia ¿queda libre de la ley del trabajo?
  • Del trabajo material, quizá sí, pero no de la obligación de hacerse útil según sus posibilidades, de perfeccionar su inteligencia o la de los demás, lo cual constituye asimismo un trabajo. Si el hombre a quien Dios ha deparado bienes suficientes para asegurar su subsistencia no está obligado a ganarse el pan con el sudor de su frente, la obligación de ser útil al prójimo es tanto mayor para él cuanto que la parte que le ha sido asignada de antemano le concede más tiempo libre para hacer el bien.
680. ¿No hay hombres que están impedidos de trabajar en cualquier actividad y cuya existencia es inútil?
  • Dios es justo. Sólo condena a aquel cuya vida es voluntariamente inútil, porque ése vive a expensas del esfuerzo ajeno. Él quiere que cada cual se torne útil con arreglo a sus facultades. 
681. La ley natural ¿impone a los hijos la obligación de trabajar para sus padres?
  • Ciertamente, del mismo modo que l os padres deben trabajar para sus hijos. Por eso Dios ha hecho del amor filial y del amor paterno un sentimiento natural, a fin de que, mediante este mutuo afecto, los miembros de una misma familia sean inducidos a ayudarse recíprocamente. Es lo que con sobrada frecuencia se olvida en vuestra sociedad actual. 

II.- Límite del trabajo, descanso

682. Siendo una necesidad el descanso después del trabajo, ¿no es una ley natural?
  • Sin lugar a dudas, el reposo sirve para reparar las energías del cuerpo, y es asimismo necesario para conceder un poco más de libertad a la inteligencia, a fin de que ésta se eleve por encima de la materia.
683. ¿Cuál es el límite del trabajo?
  • El límite de las fuerzas. Por lo demás, Dios deja libre al hombre.
684. ¿Qué pensar de aquellos que abusan de su autoridad para imponer a sus subordinados un exceso de trabajo?
  • Es ésa una de las peores acciones. Todo hombre que tenga el poder de impartir órdenes es responsable del exceso de tarea que imponga a sus subordinados, porque está transgrediendo la ley de Dios. 
685. ¿Le asiste al hombre el derecho al descanso en su vejez?
  • Sí, sólo está obligado según sus fuerzas.
685 a. Pero ¿qué recurso queda al anciano que, teniendo necesidad de trabajar para vivir, no puede hacerlo?
  • El fuerte debe trabajar para el débil. Si éste no posee familia, la sociedad debe hacerse cargo de él. Es la ley de caridad.
No basta decir al hombre que tiene que trabajar, precisa además que aquel que debe ganarse el sustento con su labor encuentre ocupación, y es esto lo que no siempre sucede. Cuando la falta de trabajo se generaliza, toma las proporciones de una plaga, como la miseria. La ciencia económica busca remedio a esto en el equilibrio entre producción y consumo, pero dicho equilibrio, aun suponiendo que sea posible, tendrá siempre intermitencias, y durante tales intervalos el trabajador debe seguir viviendo. Un elemento hay que no se ha puesto suficientemente en la balanza, y sin el cual la ciencia económica no pasa de ser una teoría: ese elemento es la educación. No la educación intelectual, sino la educación moral. Ni tampoco aquella educación moral que se obtiene por medio de los libros, sino la que consiste en el arte de modelar caracteres, la que forma hábitos. Porque la educación es el conjunto de los hábitos adquiridos. Si se piensa en la masa de individuos que son arrojados a diario en el torrente de la población, sin principios, sin frenos y librados a sus propios instintos, ¿debemos asombrarnos de las desastrosas consecuencias que de ello resultan? Cuando el arte de la educación sea conocido, comprendido y llevado a la práctica, el hombre incorporará al mundo hábitos de orden y de previsión, para él mismo y para con los suyos, de respeto hacia lo respetable; hábitos que le permitirán pasar con menos pena los malos días inevitables. Desorden e imprevisión constituyen dos plagas que sólo una educación bien entendida puede remediar. Tal es el punto de partida, el elemento real del bienestar, la garantía de la seguridad de todos.

Calamidades destructoras

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Capitulo VI: LEY DE DESTRUCCIÓN

737. ¿Con qué objeto castiga Dios a la humanidad con calamidades destructoras?
  • Para que progrese más rápido. ¿No hemos dicho ya que la destrucción es necesaria para la regeneración moral de los Espíritus, que adquieren en cada nueva vida un grado más de perfección? Hay que ver el final para evaluar los resultados. Vosotros los juzgáis sólo desde vuestro punto de vista personal, y los llamáis plagas debido al perjuicio que os ocasionan. Pero tales trastornos son a menudo necesarios para acelerar el advenimiento de un orden de cosas mejor, trayendo en unos pocos años lo que hubiera demandado muchos siglos para producirse.
738. ¿No podía Dios valerse, para el mejoramiento de la humanidad, de otros medios que no fuesen calamidades destructoras?
  • Sí, y a diario los emplea, puesto que ha otorgado a cada cual los medios de progresar mediante el conocimiento del bien y del mal. El hombre es el que no los aprovecha. Es menester, pues, que se le castigue en su orgullo y se le haga sentir su fragilidad.
738 a. Pero en medio de esos flagelos el hombre de bien perece lo mismo que el perverso. ¿Es eso justo?
  • En el transcurso de su existencia, el hombre lo relaciona todo con su cuerpo. Mas después de la muerte piensa de un modo distinto. Como hemos dicho ya: la vida del cuerpo significa poco. Un siglo de vuestro mundo equivale a un relámpago en la eternidad. En consecuencia, los sufrimientos que se prolongan durante lo que vosotros llamáis algunos meses o unos cuantos días, no son nada. Se trata para vosotros de una enseñanza, y que os será de provecho en lo por venir. El mundo real es el de los Espíritus, preexistente y sobreviviente a todo. Ellos son los hijos de Dios y constituyen el objeto de toda su solicitud. Los cuerpos no son sino disfraces bajo los cuales aparecen aquéllos en el mundo. En medio de las grandes calamidades que diezman a los hombres los Espíritus vienen a ser como un ejército que, durante la guerra, ve sus ropas gastadas, desgarradas o perdidas. El general se preocupa más por sus soldados que por los uniformes de éstos.
738 b. Pero las víctimas de esas calamidades no por ello deja de ser tales.
  • Si se considera la vida conforme a lo que es, y cuán poca cosa significa con relación a lo infinito, se le concedería menos importancia. Esas víctimas tendrán en una existencia ulterior amplia compensación a sus padecimientos, si saben sobrellevarlos sin protesta.
Ya sea que la muerte llegue debido a una calamidad o por una causa ordinaria, nos es necesario morir cuando la hora de partir ha llegado. La única diferencia estriba en que en aquellos casos se marchan un gran número de personas al mismo tiempo.
Si pudiéramos elevarnos con el pensamiento, de manera de obtener una vista panorámica de la humanidad entera, esos flagelos tan terribles no nos parecerían otra cosa que tempestades pasajeras en el destino del mundo.
 
739. Las catástrofes destructoras, ¿reportan alguna utilidad desde el punto de vista físico, a pesar de los males que ocasionan?
  • En efecto, modifican a veces el estado de una región. Pero frecuentemente el bien que de ellas dimana sólo es apreciado por las generaciones ulteriores.
740. Las plagas ¿no serían asimismo para el hombre pruebas morales que lo enfrentan con las más duras necesidades?
  • Las plagas son pruebas que ofrecen al ser humano ocasión de ejercer su inteligencia y poner de relieve su paciencia y resignación a la voluntad de Dios, colocándolo en situación de manifestar sus sentimientos de abnegación, desinterés y amor al prójimo, si no está él dominado por el egoísmo.
741. ¿Es dado al hombre conjurar las calamidades que le afligen?
  • En cierto modo, sí, pero no como por regla general se entiende. Muchas calamidades son consecuencia de su propia imprevisión. A medida que va adquiriendo conocimientos y experiencia puede conjurarlas, eso es, prevenirlas, si sabe descubrir sus causas. Pero, entre los males que afligen a la humanidad los hay de un carácter general, que están en los designios de la Providencia, y cuyo efecto cada individuo sufre en mayor o menor grado. A ese tipo de calamidades el hombre sólo puede oponer su resignación a la voluntad de Dios, e incluso dichos males se ven a menudo agravados por su despreocupación.
Entre los flagelos destructores –naturales e independientes del hombre- hay que incluir en primer término la peste, el hambre, las inundaciones, los fenómenos atmosféricos que destruyen los frutos de la tierra. Pero ¿acaso no ha encontrado el hombre en la ciencia, en los trabajos de mejoramiento de los suelos, en el perfeccionamiento agrícola, en la rotación de cultivos y las obras de irrigación, así como en el estudio de las condiciones higiénicas, los medios de neutralizar, o por lo menos atenuar, muchos desastres? Algunas comarcas asoladas otrora por terribles calamidades, ¿no se preservan hoy? ¿Qué no hará, pues, el hombre en pro de su bienestar material cuando aprenda a sacar partido de todos los recursos de su inteligencia, y cuando al cuidado de su conservación persona sepa asociar el senti-miento de una verdadera caridad hacia sus semejantes?.

AMOR FRATERNAL

sábado, 17 de agosto de 2013

Destrucción necesaria y destrucción abusiva

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Capitulo VI: LEY DE DESTRUCCION

728. La destrucción ¿es una ley de la Naturaleza?
  • Precisa que todo se destruya para renacer y regenerarse. Porque lo que llamáis destrucción no es sino una transformación, que se propone por objeto renovar y mejorar a los seres vivientes.
728 a. Así pues, el instinto de destrucción ¿habría sido dado a los seres vivos con miras providenciales?
  • Las criaturas de Dios son los instrumentos de que Él se sirve para alcanzar sus fines. Con el propósito de alimentarse, los seres vivos se destruyen mutuamente, y esto, con el doble objetivo de mantener el equilibrio en la reproducción, la cual podría tornarse excesiva, y utilizar los despojos de la envoltura exterior. Pero lo que siempre se destruye es esta envoltura, que sólo constituye el accesorio y no la parte esencial del ser pensante. La parte esencial es el principio inteligente, que es indestructible y se va elaborando en las diversas metamorfosis que experimenta.
729. Si la destrucción es necesaria para la regeneración de los seres, ¿por qué la Naturaleza les provee de medios para preservación y conservación?
  • Con el objeto de que la destrucción no se produzca antes del tiempo preciso. Toda destrucción prematura corta el desarrollo del principio inteligente. De ahí que Dios haya otorgado a cada ser la necesidad de vivir y de reproducirse.
730. Puesto que la muerte debe conducirnos a una vida mejor, librándonos de los males de nuestra actual existencia, y por tanto aquélla es más de desear que de temer, ¿por qué le tiene el hombre un horror instintivo, que hace que le tenga tanta aprensión?
  • Os lo dijimos: el hombre debe tratar de prolongar su vida para cumplir con su tarea. Por eso Dios le ha concedido el instinto de conservación, y dicho instinto le sostiene en medio de las pruebas. A no ser por él, con sobrada frecuencia se dejaría llevar por el desaliento. La voz secreta que le hace rechazar la muerte le dice que todavía puede realizar algo en pro de su adelanto. Cuando un peligro se cierne sobre él, es una advertencia para que aproveche la prórroga que Dios le otorga. Pero el ingrato casi siempre da gracias a su buena estrella y no a su Creador.
731. ¿Por qué, junto a los medios de conservación, ha puesto la Naturaleza al mismo tiempo los agentes destructores?
  • El remedio al lado de la enfermedad. Lo hemos dicho: es para mantener el equilibrio y servir de contrapeso.
732. La necesidad de destrucción ¿es idéntica en todos los mundos?
  • Se halla en relación con el estado más o menos material de cada uno de ellos, y cesa con un estado físico y moral más depurado. En los mundos más evolucionados que el vuestro las condiciones de vida son muy diferentes.
733. ¿Siempre existirá entre los hombres, en la Tierra, la necesidad de destrucción?
  • La necesidad de destrucción se debilita en el hombre conforme el Espíritu predomina sobre la materia. De ahí que veáis que al horro de la destrucción sigue el desarrollo intelectivo y moral.
734. En su actual estado ¿tiene el hombre un derecho de destrucción sin límites sobre los animales?
  • Ese derecho se encuentra regulado por la necesidad de proveer a su alimento y a su seguridad. Jamás el abuso fue un derecho.
735. ¿Qué pensaremos entonces de la destrucción que excede los límites de las necesidades y de la seguridad; de la caza, por ejemplo, cuando no tiene por objeto sino el placer de destruir inútilmente?
  • Predominio de la bestialidad sobre la naturaleza espiritual. Toda destrucción que trasponga las fronteras de la necesidad es una violación de la ley de Dios. Los animales sólo destruyen para satisfacer sus necesidades. Pero el hombre, que posee libre albedrío, lo hace sin necesidad. Tendrá que rendir cuentas por el abuso de la libertad que se le ha concedido, porque en tales casos está cediendo a sus malos instintos.
736. Los pueblos que llevan hasta la exageración el escrúpulo relativo a la destrucción de animales ¿poseen un mérito particular?
  • Se trata de un exceso en un sentimiento que, de por sí, es laudable, pero que se torna abusivo, y cuyo mérito se ve neutralizado por abusos de toda índole. Hay en ellos más temor supersticioso que verdadera bondad.

AMOR FRATERNAL