DESPUES DE LA MUERTE
León Denis
Capitulo VII
Como el Océano, el pensamiento tiene su flujo y su reflujo.
Cuando la humanidad penetra, desde cualquier punto de vista, en el dominio de las exageraciones, una reacción vigorosa se produce, tarde o temprano. Los excesos provocan excesos contrarios. Tras de siglos de sumisión y de fe ciega, el mundo, harto del sombrío ideal de Roma, se ha vuelto a lanzar hacia la doctrina de la nada. Las afirmaciones temerarias han dado lugar a negaciones furiosas. Se ha entablado el combate, y la piqueta del materialismo ha abierto una brecha en el edificio católico.
Las ideas materialistas ganan terreno. Al rechazar los dogmas de la Iglesia como inaceptables, un gran número de espíritus cultivados han desertado al mismo tiempo de la causa espiritualista y de la creencia de Dios. Apartando las concepciones metafísicas, han buscado la verdad en la observación directa de los fenómenos, en lo que se ha convenido en llamar el método experimental.
Pueden resumirse así las doctrinas materialistas: Todo es materia. Cada molécula tiene sus propiedades inherentes, en virtud de las cuales se ha formado el universo con los seres que contiene. La idea de un principio espiritual es una hipótesis. La materia se gobierna por sí misma, mediante leyes fatales y mecánicas; es eterna, pero sólo ella es eterna. Procedentes del polvo, nosotros volveremos al polvo. Lo que llamamos alma, el conjunto de nuestras facultades intelectuales, la conciencia, no es más que una función del organismo, y se desvanece cuando llega la muerte. "El pensamiento es una secreción del cerebro" -ha dicho Carl Vogt-; y el mismo autor añade: "Las leyes de la naturaleza son fuerzas inflexibles. No conocen la moral ni la benevolencia".
Si la materia es todo, ¿qué es entonces la materia? Los mismos materialistas no sabrían decirlo, pues la materia, en cuanto se la analiza en su esencia íntima, se escapa, desaparece y huye como un espejismo engañoso.
Los sólidos se cambian en líquidos; los líquidos, en gaseosos; más allá del estado gaseoso, se halla el estado radiante; luego, por refinamientos innumerables, cada vez más sutiles, la materia pasa al estado imponderable. Se convierte en esa sustancia etérea que llena el espacio, tan tenue que se la confundiría con el vacío absoluto, si la luz no la hiciese vibrar al atravesarla. Los mundos se bañan en sus olas como en las de un mar fluido.
Así, de grado en grado, la materia se pierde en un polvo invisible. Todo se resume en fuerza y movimiento.
Los cuerpos orgánicos o inorgánicos -nos dice la ciencia-, minerales, vegetales, animales, hombres, mundos, astros, no son más que agregaciones de moléculas, y estas mismas moléculas están compuestas de átomos separados unos de otros, en un estado de movimiento constante y de renovación perpetua.
El átomo es invisible, aun con la ayuda de los más potentes microscopios. Apenas puede ser concebido por el pensamiento: tan extrema es su pequeñez. Y estas moléculas, estos átomos se agitan, se mueven, circulan, evolucionan en torbellinos incesantes, en medio de los cuales las formas de los cuerpos no se mantienen sino en virtud de la ley de atracción.
Puede decirse, pues, que el mundo está compuesto de átomos invisibles, regidos por fuerzas inmateriales. La materia, en cuanto se la examina de cerca, se desvanece como el humo. No tiene más que una realidad aparente, y no puede ofrecernos ninguna base de certidumbre. No hay realidad permanente, no hay certidumbre más que en el espíritu. Sólo a él se revela el mundo en su unidad viviente y en su eterno esplendor. Sólo él puede gustar y comprender la armonía. En el espíritu es donde el universo se conoce, se refleja y se posee.
Los cuerpos orgánicos o inorgánicos -nos dice la ciencia-, minerales, vegetales, animales, hombres, mundos, astros, no son más que agregaciones de moléculas, y estas mismas moléculas están compuestas de átomos separados unos de otros, en un estado de movimiento constante y de renovación perpetua.
El átomo es invisible, aun con la ayuda de los más potentes microscopios. Apenas puede ser concebido por el pensamiento: tan extrema es su pequeñez. Y estas moléculas, estos átomos se agitan, se mueven, circulan, evolucionan en torbellinos incesantes, en medio de los cuales las formas de los cuerpos no se mantienen sino en virtud de la ley de atracción.
Puede decirse, pues, que el mundo está compuesto de átomos invisibles, regidos por fuerzas inmateriales. La materia, en cuanto se la examina de cerca, se desvanece como el humo. No tiene más que una realidad aparente, y no puede ofrecernos ninguna base de certidumbre. No hay realidad permanente, no hay certidumbre más que en el espíritu. Sólo a él se revela el mundo en su unidad viviente y en su eterno esplendor. Sólo él puede gustar y comprender la armonía. En el espíritu es donde el universo se conoce, se refleja y se posee.
Continuará...
AMOR FRATERNAL
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