martes, 2 de julio de 2013

Fatalidad

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Libro Tercero: LEYES MORALES
Capitulo IX: LEY DE IGUALDAD

851. ¿Existe una fatalidad en los acontecimientos de la vida, según el sentido que se da a esta palabra? Es decir, todos los sucesos que se producen ¿son determinados de antemano? En tal caso, ¿qué es del libre albedrío?
  • La fatalidad sólo existe por la elección que ha hecho el Espíritu, al encarnar, aceptando afrontar tal o cual prueba. Al escogerla, se traza una especie de destino, que es la consecuencia misma de la situación en que se encuentra. Estoy hablando de las pruebas físicas, porque en lo que toca a las pruebas morales y a las tentaciones, el Espíritu, al conservar su libre albedrío respecto del bien y el mal, es siempre dueño de ceder o resistir. Un Espíritu bueno, viéndole flaquear, podrá acudir en su ayuda, pero no puede influir sobre él de manera de adueñarse de su voluntad. Un Espíritu malo, esto es, inferior, mostrándole y exagerándole un peligro físico puede conmoverlo y espantarlo. Pero la voluntad del Espíritu encarnado no deja por ello de estar libre de todo impedimento.
852. Hay personas a quienes parece perseguir una fatalidad, independientemente de su manera de obrar. ¿Está la desgracia en su destino?
  • Se trata quizá de pruebas que deben soportar y que han elegido. Pero una vez más achacáis al destino lo que casi siempre es sólo una consecuencia de vuestra propia falta. En medio de los males que te afligen; trata de que tu conciencia sea pura y te sentirás casi consolado.
Las ideas, justas o falsas, que nos formamos acerca de las cosas nos hacen triunfar o fracasar, según nuestro carácter y posición social. Encontramos más sencillo y menos humillante para nuestro amor propio atribuir nuestros fracasos a la mala suerte o al destino antes que a nosotros mismos. Si la influencia de los Espíritus contribuye a ellos en ocasiones, podemos siempre sustraernos a ese influjo rechazando las ideas que nos sugieran, cuando éstas sean malas.
 
853. Algunas personas se salvan de un riesgo mortal para caer enseguida en otro. Pareciera como si no pudiesen escapar a la muerte. ¿No hay en esto una fatalidad?
  • Sólo es fatal, en el genuino sentido de la palabra, el instante de la muerte. Cuando ese momento ha llegado, bien sea por un medio o por otro, no podéis sustraeros a ella.
853 a. Así pues, cualquiera fuere el peligro que nos amenace, ¿no moriremos si no nos ha llegado la hora?
  • No, no perecerás. Y tienes de ello miles de ejemplos. Pero cuando la hora de tu partida haya sonado, nada podrá impedirla. Dios sabe por anticipado con qué clase de muerte te irás de la Tierra, y con frecuencia lo sabe también tu Espíritu, porque le es revelado cuando opta por tal o cual existencia.
854. De la infalibilidad de la hora de la muerte, ¿se podrá inferir que las precauciones que adoptemos para evitarla sean inútiles?
  • No, por cuanto las precauciones que tomáis os son sugeridas con miras a evitar una muerte que se cierne sobre vosotros. Constituyen uno de los medios para que no ocurra.
855. ¿Qué se propone la Providencia cuando nos hace correr riesgos que no tendrán consecuencia para nosotros?
  • Cuanto tu vida se ve puesta en peligro, se trata de una advertencia que tú mismo has deseado a fin de desviarte del mal y hacerte mejor. Si escapas a ese riesgo y te encuentras aún bajo la influencia del peligro que has corrido, piensas con mayor o menor intensidad –según sea la acción más o menos poderosa de los buenos Espíritus- en mejorarte. Pero, si interviene el Espíritu malo (y digo malo sobreentendiendo el mal que todavía reside en él), piensas que podrás librarte en la misma forma de otros peligros y permites que tus pasiones se desencadenen de nuevo. Mediante los riesgos a que os veis sometidos os recuerda Dios cuán débiles sois y la fragilidad de vuestra existencia. Si examinamos la causa y la índole del peligro, veremos que casi siempre sus consecuencias hubieran sido el castigo de una falta cometida o de un deber descuidado. Dios os advierte de este modo para que reflexionéis y os enmendéis.
856. ¿Conoce de antemano el Espíritu el tipo de muerte por el que debe perecer?
  • Sabe que la clase de vida que escogió lo expone a morir de tal manera más bien que de tal otra. Pero conoce asimismo las luchas que habrá de sostener para evitarlo, y que, si Dios lo permite, no sucumbirá.
857. Hay hombres que afrontan los peligros de las batallas con la persuasión de que no ha llegado su hora. ¿Tiene esa confianza algún fundamento?
  • Muy a menudo el hombre tiene el presentimiento de su fin, como puede también tenerlo de que no morirá todavía. Ese presentimiento le viene de sus Espíritus protectores, los cuales quieren advertirle que se mantenga preparado para partir, o que levantan su coraje en los momentos en que más lo necesita. También puede provenirle de la intuición que tenga de la existencia que eligió, o de la misión que ha aceptado y que sabe deberá cumplir.
858. ¿A qué se debe que aquellos que presienten su muerte la teman, por lo general, menos que los otros?
  • El que teme la muerte es el hombre y no el Espíritu. Y el que la presiente, piensa más como Espíritu que como hombre. Comprende su liberación, y la aguarda.
859. Si la muerte no puede evitarse cuando ha de llegarnos, ¿sucede lo mismo con todos los accidentes que sufrimos en el transcurso de la vida?
  • Son con frecuencia cosas lo bastante insignificantes para que podamos preveniros de ellas, y en ocasiones hacer que las evitéis dirigiendo vuestro pensamiento. Porque no nos agrada el sufrimiento material. Pero esto es poco importante para la vida que habéis elegido. Realmente, la fatalidad sólo consiste en la hora en que debéis aparecer en la Tierra y la hora en que tenéis que marcharos de ella.
859 a. ¿Hay hechos que deban por fuerza suceder y que la voluntad de los Espíritus no pueda evitar?
  • Sí, pero que tú, en el estado de Espíritu, has visto y presentido cuando hiciste tu elección. Mas no vayas a creer que cuanto sucede esté ya escrito, como dicen. Un acontecimiento suele ser a menudo la consecuencia de algo que tú has realizado mediante un acto de tu libre voluntad, de manera que si tú no hubieras hecho eso no se habría operado aquel acontecimiento. Si te quemas un dedo, se trata del resultado de tu imprudencia y también de la condición de la materia. Sólo los grandes dolores, los sucesos importantes, que pueden influir sobre lo moral, han sido previstos por Dios, porque resultan útiles para tu instrucción y purificación.
860. ¿Puede el hombre, por su voluntad y por sus actos, hacer que ciertos acontecimientos que debían suceder no ocurran, y a la inversa?
  • Le es posible, si esa desviación aparente puede ajustarse a la vida que ha escogido. Por otra parte, para hacer el bien, como debe serlo y en cuanto es ese el único objetivo de la existencia, puede impedir el mal, sobre todo aquel que pudiera contribuir a un mal mayor.
861. El hombre que comete un homicidio ¿sabía, al elegir su vida, que se convertiría en criminal?
  • No. Conocía que al optar por una existencia de luchas había posibilidades para él de dar muerte a un semejante, pero ignoraba si lo haría, porque casi siempre hay en el hombre deliberación antes de cometer el crimen. Ahora bien, el que delibera sobre algo es en todos los casos libre de hacerlo o de no hacerlo. Si el Espíritu supiera por anticipado que, ya en su condición de hombre, debía ser autor de un homicidio, estaría entonces predestinado a ello… Y sabed que no hay nadie que se halle predestinado al crimen, y que todo asesinato, como cualquier otro acto, es siempre el resultado de la voluntad y del libre albedrío.
Por otro lado, confundís continuamente dos cosas muy diversas: los sucesos materiales de la existencia y los actos de la vida moral. Si en ocasiones hay fatalidad, es en esos acontecimientos materiales cuya causa está fuera de vosotros y que son independientes de vuestra voluntad. En cuanto a los actos de la vida moral, ellos emanan siempre del hombre mismo, que en todos los casos tiene, por tanto, la libertad de elegir. Para esos actos, pues, no hay jamás fatalidad.
 
862. Existen personas a las cuales nada sale bien y a quienes un genio malo parece perseguir en todas sus empresas. ¿No se puede llamar a esto fatalidad?
  • Es fatalidad, si quieres denominarla así, pero resulta de la elección de la clase de existencia, porque tales personas han querido ser probadas mediante una vida de desilusiones, a fin de ejercitar su paciencia y su resignación. No obstante, no creas que esa fatalidad sea absoluta. Es a menudo el resultado del camino erróneo que han tomado y que no está en relación con su inteligencia y aptitudes. El que quiere cruzar a nado un río y no sabe nadar tiene muchas posibilidades de ahogarse. Así sucede en la mayoría de los acontecimientos de la vida. Si el hombre sólo iniciara empresas que estuviesen en relación con sus facultades, casi siempre obtendría buenos resultados. Lo que le pierde es su amor propio y su ambición, que lo desvían de su senda y le hacen tomar por una vocación lo que en realidad es el deseo de satisfacer ciertas pasiones. Fracasa y tiene la culpa, pero en lugar de atribuírselo a sí mismo prefiere acusar de ello a su mala estrella. Uno que hubiese sido un buen operario y que se hubiera ganado honradamente la vida, sería en cambio un mal poeta y moriría de inanición. Para todo el mundo habría lugar si cada cual supiera ocupar el que le corresponde.
863. Las costumbres sociales ¿no obligan muchas veces a un hombre a seguir un camino equivocado, y no está él sometido al contralor del qué dirán cuando escoge sus ocupaciones? Eso que llamamos respeto humano ¿no es un obstáculo para el ejercicio del libre arbitrio?
  • Los hombres crean las costumbres sociales, no Dios. Y si a ellas se someten es porque les conviene, lo cual constituye un acto más de su libre albedrío, puesto que si lo desearan podrían liberarse de ellas. Entonces, ¿por qué se quejan? No deben acusar a las costumbres sociales, sino a su tonto amor propio, que les lleva a preferir morirse de inanición antes que apartarse de ellas. Nadie les toma en cuenta ese sacrificio que realizan en pro del qué dirán, en tanto que Dios sí les tomará en cuenta el sacrificio que hagan de su vanidad. Esto no significa que haya que desafiar sin necesidad al qué dirán, como hacen ciertas personas, que tienen más extravagancia que verdadera filosofía. Es tan desatinado dar motivo a que lo señalen a uno con el dedo o lo miren cual si se tratara de un ser exótico, como prudente descender por propia voluntad y sin murmurar cuando no puede uno mantenerse en lo alto de la escala.
864. Si hay personas a las cuales la suerte parece ser contraria, otras en cambio dan la impresión de verse favorecidas por ella, por cuanto todo les sale bien. ¿A qué se debe esto?
  • Con frecuencia es porque estas últimas saben hacer mejor las cosas. Pero también puede tratarse de una clase de pruebas. El buen éxito las embriaga, se confían a su destino y muchas veces pagan más tarde esos mismos triunfos mediante crueles reveses, que con prudencia hubieran podido evitar.
865. ¿Cómo explicar la suerte que favorece a algunas personas en circunstancias en que no intervienen de ningún modo ni la voluntad ni la inteligencia: en el juego, por ejemplo?
  • Ciertos Espíritus han escogido de antemano determinados tipos de placer. La suerte que se les muestra propicia constituye una tentación. El que como hombre gane, perderá como Espíritu. Es una prueba para su orgullo y su codicia.
866. Así pues, la fatalidad que pareciera presidir los destinos materiales de nuestra vida, ¿sería también un efecto de nuestro libre albedrío?
  • Tú mismo has elegido tu prueba. Cuanto más ruda sea y mejor la soportes, tanto más te elevarás. Aquellos que pasan su vida en medio de la abundancia y de la dicha humana son Espíritus cobardes que permanecen estacionarios. Por eso, el número de infortunados es muy superior al de los felices de este mundo, puesto que los Espíritus en su mayoría buscan la prueba, que les será más fructífera. Demasiado bien se les demuestra la futilidad de vuestras grandezas y placeres. Por otra parte, la vida más venturosa es siempre agitada y perturbada: no es sólo el dolor quien produce contrariedades.
867. ¿De dónde proviene la expresión “nacer con buena estrella”?
  • Antigua superstición, que relacionaba a las estrellas con el destino de cada individuo: alegoría que algunas personas toman tontamente al pie de la letra.

Un abrazo fraterno.
AMOR FRATERNAL

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