sábado, 24 de agosto de 2013

De las pasiones

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

LIBRO TERCERO
Capitulo XII: PERFECCIÓN MORAL

907. Siendo natural el principio de las pasiones, ¿es malo en sí?
  • No. La pasión está en el exceso voluntario, porque el principio de ella se ha concedido al hombre para el bien, y puede llevarlo a la realización de grandes cosas. Lo que causa el mal es el abuso que de las pasiones se hace.
908. ¿Cómo definir el límite en que las pasiones cesan de ser buenas o malas?
  • Las pasiones son como un caballo, que resulta útil cuando es dominado por el hombre, pero peligroso si el que domina es él. Comprended, pues, que una pasión se torna perniciosa tan pronto como dejáis de gobernarla y ello da por resultado algún perjuicio, ya sea para vosotros mismos o para los demás.
Las pasiones son palancas que decuplican las fuerzas del hombre y le ayudan al cumplimiento de las miras de la Providencia. Pero si en vez de dirigirlas permite el hombre que ellas lo dirijan, incurre en exceso, y aquella misma fuerza que en sus manos podía hacer el bien recae sobre él y lo aplasta.
Todas las pasiones tienen su principio en un sentimiento o necesidad natural. Su principio no es, pues, en modo alguno un mal, ya que estriba en una de las condiciones providenciales de nuestra existencia. La pasión, propiamente dicha, es la exageración de una necesidad o de un sentimiento. Está en el exceso y no en la causa. Y esa demasía se torna perniciosa cuando tiene por consecuencia algún mal.
Toda pasión que acerque al hombre a la naturaleza animal lo aleja de la naturaleza espiritual.

Todo sentimiento que eleve al hombre por encima de la naturaleza animal denota el predominio del Espíritu sobre la materia y lo aproxima a la perfección.

909. ¿Podría siempre el ser humano, mediante sus esfuerzos, derrotar sus malas tendencias?
  • Sí, y a veces esforzándose poco. Lo que le falta es voluntad. ¡Ah! ¡Cuán pocos de vosotros os esforzáis! 
910. ¿Puede el hombre encontrar en los Espíritus una ayuda eficaz para vencer sus pasiones?
  • Si ruega a Dios y a su genio bueno con sinceridad, por cierto que los buenos Espíritus acudirán en su auxilio, por cuanto es esa su misión.
911. ¿No hay pasiones tan vivas e irresistibles que la voluntad sea impotente de refrenar?
  • Existen muchas personas que dicen: “quiero”, pero sólo en sus labios hay voluntad. Quieren, mas, están muy satisfechas de que la cosa no se produzca. Cuando alguien cree no poder dominar sus pasiones, es porque su Espíritu se complace en ellas, de resultas de su inferioridad. El que trata de reprimirlas tiene conciencia de su naturaleza espiritual. Derrotarlas significa para él una victoria del Espíritu sobre la materia.
912. ¿Cuál es el medio más eficaz para combatir el predominio de la naturaleza corpórea?
  • Hacer renuncia de sí mismo.

III.- Del egoísmo

913. ¿Cuál es, entre todos los vicios, el que puede considerarse como el más pernicioso?
  • Muchas veces lo dijimos: el egoísmo. De él procede todo el mal. Estudiad cada uno de los vicios y comprobaréis que en el fondo de todos ellos existe el egoísmo. En balde los combatiréis, pues no alcanzaréis a extirparlos en tanto no hayáis atacado el mal en su raíz, destruyendo su causa. Tiendan, pues, todos vuestros esfuerzos hacia ese objetivo, porque allí está la verdadera plaga de la sociedad humana. El que quiera acercarse, ya es esta vida, a la perfección moral, debe arrancar de su corazón todo sentimiento de egoísmo, porque éste es incompatible con la justicia, el amor y la caridad. Él neutraliza todas las demás cualidades.
914. Visto que el egoísmo está basado en el interés personal, pareciera muy difícil desarraigarlo por entero del corazón del hombre. ¿Se llegará a eso?
  • Conforme los hombres se van instruyendo en lo concerniente a las cosas espirituales, atribuyen menos valor a las de la materia. Además, es preciso reformar las instituciones humanas, que mantienen el egoísmo y lo fomentan. Esto corresponde a la educación.
915. Siendo el egoísmo inherente a la especie humana, ¿no constituirá siempre un obstáculo para que reine el bien absoluto en la Tierra?
  • Bien es verdad que el egoísmo es el mayor de vuestros males, pero proviene de la inferioridad de los Espíritus encarnados en la Tierra, y no de la humanidad en sí. Ahora bien, los Espíritus, al ir depurándose mediante sucesivas encarnaciones se van despojando del egoísmo, así como pierden sus otras impurezas. ¿No habéis visto en vuestro mundo a ningún hombre que no tenga egoísmo y que practique la caridad? Hay más de los que vosotros creéis, pero les conocéis poco, pues la virtud no busca el brillo de la plena luz. Si existe uno de ellos, ¿por qué no podría haber diez? Si hay diez, ¿por qué no podría haber mil? Y así por el estilo.
916. Muy al contrario de disminuir, el egoísmo crece con la civilización, que parece alimentarlo y promoverlo. ¿Cómo, pues, la causa podrá destruir al efecto?
  • Cuanto mayor es el mal, tanto más aborrecible se torna. Era menester que el egoísmo hiciera mucho mal para que se comprendiese la necesidad de extirparlo. Cuando los hombres se hayan desembarazado del egoísmo que los domina, vivirán como hermanos, sin hacerse mal, ayudándose mutuamente por el sentimiento recíproco de la solidaridad. Entonces, el fuerte será el apoyo y no el opresor del débil, y ya no se verán hombres que carezcan de lo necesario, porque todos practicarán la ley de justicia. Será el reino del bien, que los Espíritus están encargados de preparar.
917. ¿Cuál es el medio de terminar con el egoísmo?
  • De todas las imperfecciones humanas, la más difícil de arrancar de raíz es el egoísmo, porque procede de la influencia de la materia, de la cual el hombre –todavía demasiado cerca de su origen- no ha podido liberarse. Y todo contribuye a mantener ese influjo: sus leyes, su organización social, su educación. El egoísmo irá debilitándose a medida que prevalezca más la vida moral que la material. Y, sobre todo, con la comprensión, que el Espiritismo os da, de vuestro estado futuro real y no desnaturalizado por ficciones alegóricas. El Espiritismo bien entendido, cuando se haya identificado con las costumbres y creencias, transformará los hábitos, usos y relaciones sociales. El egoísmo se funda sobre la importancia de la personalidad. Pero el Espiritismo bien entendido – lo repito- hace que veamos las cosas desde tan alto que el sentimiento de la personalidad desaparece en cierto modo ante la inmensidad. Al  destruir esa importancia de la personalidad, o al menos hacerla ver como lo que de veras es, el Espiritismo combate necesariamente al egoísmo.
  • El conflicto que el hombre tiene con el egoísmo de los demás es el que con frecuencia lo torna egoísta a él también, porque siente la necesidad de mantenerse a la defensiva. Al ver que los otros piensan en sí mismos y no en él, es impulsado a ocuparse de él más que de sus semejantes. Sea el principio de la caridad y de la fraternidad la base de las instituciones sociales, de las relaciones legales de pueblo a pueblo y de hombre a hombre, y el ser humano pensará menos en su persona cuando vea que otros ya han pensado en ella. Experimentará el influjo moralizador del ejemplo y del contacto. En presencia de tal desbordamiento de egoísmo, se necesita verdadera virtud para hacer renuncia de la propia personalidad en beneficio del prójimo, que a menudo no lo agradece de ninguna manera. Para los que poseen esa virtud es, sobre todo, para quienes se halla abierto el reino de los cielos. A ellos principalmente se reserva la felicidad de los elegidos: porque en verdad os digo que en el día de la justicia, el que sólo haya pensado en sí mismo será puesto a un lado y sufrirá por causa de su desamparo.
FENELÓN

No cabe duda de que se realizan esfuerzos loables para lograr que la humanidad progrese. Más que en ninguna otra época alentamos, estimulamos y honramos los buenos sentimientos y, sin embargo, el gusano devorador del egoísmo sigue siendo aún la plaga social. Se trata de un mal real, que redunda en perjuicio de todos y del que cada cual es víctima en mayor o menor grado. Hay que combatirlo, pues, del modo que se combate una enfermedad epidémica. Y para ello debemos proceder como hacen los médicos: remontarnos al origen de la dolencia. Busquemos, pues, en todos los sectores de la organización social –desde el núcleo familiar hasta los pueblos, desde la choza hasta el palacio-, todas las causas, todas las influencias evidentes u ocultas que mantienen, fomentan y desarrollan el egoísmo. Una vez que hayamos sabido cuáles son sus causas, el remedio será obvio. Sólo se tratará de combatir esas causas, si no todas a la vez, al menos por partes. Así, poco a poco se extirpará el veneno. Larga podrá resultar la curación, porque las causas del mal son numerosas, pero no es imposible obtenerla. Por otra parte, sólo se logrará si se arranca el mal de raíz, esto es, por medio de la educación. Pero no esa clase de educación que sólo tiene a formar hombres instruidos, sino la otra, la que mira a hacer hombres de bien. La educación, si se la entiende como es debido, constituye la clave del progreso moral. Cuando se conozca el arte de manejar los caracteres, así como se conoce el de manejas las inteligencias, se podrá enderezarlos, del modo que se enderezan las plantas jóvenes. Pero ese arte requiere mucho tacto, gran experiencia y observación profunda. Grave error es creer que baste tener ciencia para ejercerlo con provecho. Cualquiera que siga al hijo del rico, o al del pobre, desde el instante de su nacimiento, y observe todas las influencias dañosas que actúan sobre él de resultas de la debilidad, la incuria y la ignorancia de aquellos que lo dirigen, y con cuánta frecuencia fracasan los medios que se usan para moralizarlo, no podrá extrañarse de encontrar en el mundo tantos errores. Hágase por la moral lo que se está haciendo por la inteligencia y se verá que, si hay naturalezas humanas refractarias, existen también, en mayor número del que se cree, aquellas otras que sólo requieren un buen cultivo para dar buenos frutos.
El hombre anhela ser feliz, y es éste un sentimiento natural. De ahí que trabaje sin pausa por mejorar su situación en el mundo. Busca las causas de los males que le aquejan a fin de ponerles remedio. Cuando llegue a comprender bien que el egoísmo es una de esas causas, la que engendra el orgullo y la ambición, la codicia y la envidia, el odio y los celos, de los cuales es víctima el hombre en todo momento; que perturba todas las relaciones sociales, provoca disensiones, mina la confianza, le obliga a mantenerse continuamente a la defensiva para con el vecino; que, por último, hace del amigo un enemigo; cuando llegue a comprender todo esto –repetimos- entenderá también que el vicio del egoísmo es incompatible con su propia ventura y diremos incluso: con su propia seguridad. Cuanto más lo haya sufrido, tanto más sentirá la necesidad de batallar contra él, así como lucha contra la peste, los animales destructores y todas las otras calamidades. Será inducido a ello por su propio interés. 
El egoísmo es la fuente de todos los vicios, así como la caridad lo es de todas las virtudes. Eliminar aquél y desarrollar ésta, tal debe ser la meta de todos los esfuerzos del hombre, si desea afianzar su dicha en la Tierra tanto como en el porvenir.

AMOR FRATERNAL

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