martes, 3 de noviembre de 2015

Las relaciones familiares

Constelación familiar
Divaldo Franco - Joanna de Ângelis

Dado que el hogar, es fundamentalmente, la representación minúscula de la sociedad, su célula inicial, es razonable que esté constituido de forma tal que se prolongue con naturalidad a través del grupo social en dirección a toda la humanidad.

Los hábitos adquiridos en el hogar tendrán un carácter permanente, porque se fijarán en el comportamiento de los educandos, dando lugar a comportamientos felices o conflictivos.
Ciertamente, debido a los diferentes tipos humanos que existen en todas partes, siempre habrá enfrentamientos entre las diferentes personas, ya sea en la intimidad doméstica o fuera de ella.No obstante, la buena formación moral se sobrepondrá en detrimento de los incidentes de menor importancia.
De eso modo, la constelación familiar debe estar formada por sentimientos de afectividad sin sentimentalismo exagerado, y de disciplina sin rigidez.

Observar a cada hijo con atención, a fin de descubrir el nivel espiritual en el que se encuentra, sus aspiraciones y posibilidades, es un deber impostergable de los padres, que no puede ser transferido a empleados remunerados. Del mismo modo, la convivencia maternal, en contacto frecuente con los hijos desde su nacimiento, contribuirá para darles seguridad emocional y alegría de vivir.
Se ha comprobado que en la psicogénesis de muchos trastornos depresivos de la infancia se encuentra la ausencia de la madre, esto es de su cariño, de su contacto físico, que deja la impresión del abandono, y se convierte en amargura inconsciente en el niño, que al verse desamparado, cae en una profunda melancolía. El regreso de la madre, el apoyo del regazo afectuoso producen una inmediata alteración de la conducta afectiva, que beneficia al infante con la recuperación de la salud, con la alegría de vivir.

El hogar no es solamente el lugar de los deberes, sino también del placer, de la alegría de convivir y sentir la familia, de experimentar júbilos y programar festejos que puedan favorecer las buenas relaciones sociales.
Por eso mismo, es justo que en él reine un clima emocional agradable, de equilibrio, en vez de ser un lugar donde las quejas y los reclamos se hacen normales, de tal manera que el ambiente esté siempre contaminado de malhumor y de pesimismo.
Incluso si hay dificultades y problemas, lo cual es perfectamente normal, estos deben ser examinados con naturalidad, sin llegar a los extremos de la rebeldía o los ocultamientos para disfrazarlos, dando una falsa idea de que todo está bien. Cuando los hábitos de confianza y de lealtad en la convivencia doméstica no se producen, la familia comienza a desorganizarse y avanza hacia su desintegración. Es imprescindible, por lo tanto, antes de que esto ocurra, que todos los miembros estén informados de los acontecimientos que tienen lugar en el nido familiar, para que todos unidos contribuyan, de acuerdo a sus posibilidades, a solucionar las dificultades y ampliar los buenos resultados del trabajo desarrollado.

Los niños, en razón de la falta de experiencia, no deberán participar de los debates mas graves de la convivencia familiar, lo que no significa desconsideración por ellos, sino el cuidado normal que merecen, evitándoles temores injustificables antes de que dispongan de las condiciones adecuadas para el buen entendimiento.
Por los tanto, la camaradería en el hogar es esencial para una convivencia feliz.

Cuando el hogar esta desprovisto de los valores de la alegría, del bienestar, del respeto recíproco, se trata de buscar fuera de él, en ambientes poco saludables, los estímulos necesarios para la propia existencia. Al no saber discernir aún, los educandos son permeables a los acontecimientos y costumbres del lugar, aprendiendo a convivir con ellos, adaptándose a los mismos y eligiéndolos. Lo que no encuentran en su casa y perciben afuera de ella los atrae, los motiva y despiertan su interés.

Se excluyen en este capítulo, las célebres prohibiciones, casi todas irracionales.
Los adultos, impacientes e inmaduros, optan por no explicar las razones por las que determinados comportamientos son buenos y otros son malos, y establecen reglas de prohibiciones que despiertan la curiosidad y el deseo de conocerlos, por creer que encierran un contenido mágico y fascinante.
La orientación correcta con respecto al comportamiento y las explicaciones oportunas en torno de los prejuicios que surgen de algunos de ellos, eliminan del imaginario infantil aquella atracción perturbadora sin traumas, y auxilian al entendimiento de los valores que constituyen el bienestar, así como de aquellos que conducen al sufrimiento, a los estados de ansiedad y de amargura.

El diálogo franco y abierto en torno de todos los temas es siempre la solución de las incógnitas y el amigo de buen entendimiento entre las personas en el hogar, en el trabajo, en la calle, en la sociedad...

Sin embargo, no siempre todo será color de rosa, porque los padres, por más abnegados que sean, también padecen conflictos, incertidumbres y frustraciones que no consiguen superar.
Los hijos, a su vez, deben entender esa circunstancia y procurar auxiliar a los padres en esos momentos de alboroto, demostrándoles afecto y cariño, sentimientos de apoyo y gratitud, liberándose al mismo tiempo de cualquier conflicto que pueda surgir.
Ese intercambio saludable proporciona seguridad emocional a los diversos miembros de la familia, porque de esa manera se sienten participes de todo cuanto acontece en el seno de la familia, pues su contribución, por pequeña que sea, adquiere importancia y valor.




Más tarde, las experiencias que se van acumulando en las relaciones domésticas serán automáticamente transferidas hacia la convivencia fuera del hogar, donde las luchas son más severas y la ausencia de parámetros de afectos contribuya para definir en torno de aquellos que deben ser elegidos como amigos, así como de los que pasarán a ser apenas conocidos, merecedores de consideración, pero no de confianza o de intimidad.
En ese ambiente de entendimientos familiar, todos se auxilian recíprocamente, en las actividades domésticas, en los trabajos escolares, en las preocupaciones de orden económico, tratando de evitar siempre la exageración de gastos y de consumismo, que son siempre perturbadores y responsables por situaciones angustiosas con relación al futuro.

La conciencia colectiva en la familia es el resultado de la participación de todos sus miembros en los acontecimientos diarios, y hace posible el trabajo general y ordenado de preservación del afecto y de sustento del respeto.

Sin embargo, cuando algún miembro de la familia no consigue ajustarse al programa general, lo que siempre sucede, en vez de ser expulsado del grupo, es conveniente considerarlo como alguien necesitado de comprensión y no como un portador de impedimentos, evitando de esta manera la antipatía o la animosidad, sean ocultas o declaradas.

Dado que la familia esta formada por espíritus de diversas procedencias, algunos de los cuales son cobradores de deudas anteriores, es comprensible que se manifiesten con irritabilidad, constante insatisfacción, agresividad o reacciones a los planes de entendimiento colectivo. Este siempre será un miembro creador de problemas, el quejoso, el condenado, el rebelde...Frágil espiritualmente, corre el peligro de caer en fuga a través de las drogas, o el alcohol, y en su inseguridad, se puede iniciar en el robo, como recurso psicológico para llamar la atención.



Entonces se convierte en un verdadero desafío familiar, que debe ser tenido en consideración, puesto que es una representación minúscula en relación a lo que se encontrará multiplicado en la sociedad fuera del hogar, que exigirá un comportamiento equilibrado y desafiante.

Por lo tanto, la familia es la célula primordial del grupo social, el reducto donde se forjan los sentimientos y las capacidades para las relaciones humanas en todas partes. 
Mantener, de ese modo, una convivencia agradable y lozana, es la regla para proceder bien en el hogar, con miras a los enfrentamientos colectivos en el futuro.



AMOR FRATERNAL